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Tentar y tentación

Enrique Martínez de la Lama, cmf -
En esta ocasión la petición del Padre Nuestro habla de las tentaciones del hombre y del «tentar» de Dios al hombre. Nosotros, al igual que muchos hombres antes en la historia de Israel, tentamos a Dios, es decir dudamos de su amor, de su presencia de salvación. A veces exigimos que Dios se manifiesta según nuestros deseos, le desafiamos a golpe de milagros.
Puede el hombre tentar a Dios? ¿Lo hace? Y Dios, ¿tienta al hombre? ¿De qué tentación se trata? ¿Qué entendemos por tentación? Son algunas de las cuestiones que laten detrás de esta petición del Padre Nuestro. Seguimos las estupendas explicaciones de Jean Poully:

El hombre tienta a Dios. Ocurre con frecuencia en la Historia de Israel (que es también la nuestra). Recordemos, por ejemplo, las murmuraciones del pueblo en el Éxodo: nos habéis hecho salir a este desierto para hacer que muera de hambre toda esta multitud (Ex 16,23). Detrás de ese «habéis» está Moisés, pero sobre todo Dios. Algo parecido nos encontramos cuando aprieta la sed en medio del desierto, y no hay agua a la vista, (Ex 17,1-7): Massá (tentación) y Meribbá (protesta, murmuración) (Salmo 95,8-9).

Esa extraña enfermedad que aqueja a la fe inmadura, y que espera que Dios nos resuelva todas nuestras dificultades, y que hasta se atreve a convertirse en una exigencia, es la que suena tras la queja de los israelitas: ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros? Y es amargo el comentario de Yahveh: Todos estos hombres que han visto mi gloria y los prodigios realizados por mí en Egipto y en el desierto, y sin embargo «me han puesto a prueba» ya diez veces y no han obedecido mi voz, no verán ciertamente el país que he jurado dar a sus padres (Num 14,22-23). Prueba y tentación son dos términos equivalentes.
Tentar a Dios en esta perspectiva significa dudar de su amor, de su presencia salvífica. Exigir, esperar o procurar que Dios se manifieste cuando el hombre se lo ordena, de forma espectacular. Exigir que abra el camino, que allane las dificultades, a golpe de milagros. O sea, desafiarlo para que produzca signos excepcionales, para demostrar que se preocupa de la suerte de su pueblo y de mí mismo. Esta intención se esconde a menudo, consciente o inconscientemente, detrás de muchas de nuestras oraciones y ruegos a Dios (también dentro de la liturgia).

Hoy se percibe una cierta fe que se alimenta ávidamente del milagrismo, de lo extraordinario, del sensacionalismo, que no sabe leer en la discreta vida de cada día los signos discretos del interés y del paso de Dios junto a nosotros. Más que creer, eso es tentar a Dios. Sigue siendo válida aquella advertencia de los sabios de Israel: pensad rectamente del Señor, buscadlo con corazón sencillo. Él se deja encontrar por los que no le tientan, se muestra a los que no se niegan a creer en él (Sb 1,1-2).

Dios tienta al hombre. En los textos más antiguos de la Biblia, los autores dicen que Dios «excita» al hombre a pecar (1 Sm 26,19; 2 Sm 24,1), o bien que le envía un espíritu malo Que 9,23; 1 Sm 18,10-11) que lo conducirá al pecado. Pueden resultarnos escandalosos para nuestra mentalidad de hoy, pero hay que entenderlos en el contexto de la época en que se escribieron. Dentro de la Biblia hay también un «progreso» en la revelación de Dios, que tiene que respetar la madurez y la capacidad de comprenderle por nuestra parte.
Este tipo de lenguaje es abandonado pronto. Un segundo paso en esa progresiva revelación de Dios se descubre en textos que muestran a Dios poniendo a prueba al pueblo o al hombre para ver hasta dónde llega su fidelidad (Gn 22,1; Ex 15,25; Dt 8,2-3). En ellos nunca aparece Dios «empujando» o «procurando» que el hombre se estrelle en el pecado; son la ocasión de que los interesados den testimonio de su fe. Así que la tentación asume la característica peculiar de «prueba», en tres dimensiones.

Se trata de medir la calidad de la fe, la fidelidad del creyente, la resistencia y el aguante en el fiarse de Dios. En una palabra: es cuestión de verificar la solidez y la habilidad de una persona. El ángel de Dios le explica a Tobías: Yo he sido enviado para probar tu fe (Tob 12,13).

En segundo lugar se pretende hacer surgir lo que uno lleva dentro. Según Tertuliano, Dios dio aquella orden a Abraham no para tentarlo, sino para que manifestase su fe. La Biblia usa una expresión típica: escudriñar los corazones. El Deuteronomio sintetiza así la experiencia del desierto: Acuérdate de todo el camino que el Señor tu Dios te hizo recorrer en estos cuarenta años por el desierto, para humillarte y ponerte a prueba, para saber lo que tenías en el corazón, y si ibas a observar o no sus mandamientos (Dt 8,2). Este aspecto de la tentación constituye una invitación urgente a hacer opciones, a tomar una decisión.

• Por último hay que añadir el aspecto de purificación: Dios los probó y los encontró dignos de él; los purificó como al oro en el crisol y los aceptó como un holocausto (Sab 3,5-6). El crisol es para la plata y el horno para el oro, pero el que prueba los corazones es el Señor (Prov 17,3). Escudríñame, Señor, y ponme a prueba, purifica con el fuego mi corazón y mi mente (Sal 26,2).

La tentación-prueba toma diversas formas: sufrimientos, contrariedades, persecuciones, ausencia o retraso de Dios, triunfo aparente de las fuerzas del mal, desilusión ante el hundimiento de nuestros proyectos, el dolor del inocente, los escándalos dentro del mismo pueblo de Dios...

Toda la historia de Israel puede leerse como una colosal tentación por parte de Dios, en el sentido que acabamos de indicar. De manera especial los cuarenta años por el desierto: Dios quería ver si su pueblo sería capaz de fiarse de El; Yahvéh les resultaba suficiente: El Señor vuestro Dios os pone a prueba para saber si amáis al Señor vuestro Dios con todo el corazón y toda el alma (Dt 13,4). Es lo mismo que hace con el hombre que se le entrega en el camino de la oración. Santa Teresa, por ejemplo, sabe mucho de estas tentaciones y purificaciones. Es lo que avisa el Sabio: Hijo, si te presentas para servir al Señor, prepárate para la tentación (Eclo 2,1). La prueba es incluso factor de conocimiento: El que ha viajado conoce muchas cosas, el que tiene mucha experiencia hablará con inteligencia. El que no ha tenido pruebas, poco sabe... (Eclo 34,9-10).

Ya en el Nuevo Testamento Santiago llega a afirmar que es preciso alegrarse cuando se ve uno tentado: considerad como perfecta alegría, hermanos míos, el que sufráis toda clase de pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce la paciencia (St 1,2-3). Y también: Dichoso el hombre que soporta la tentación, porque una vez superada la prueba recibirá la corona de la vida que el Señor ha prometido a los que lo aman (St 1,12).

Pablo, al despedirse de los ancianos de Mileto, les recuerda: Serví al Señor con toda humildad, en medio de lágrimas y pruebas (Hch 20,19).

Y Pedro explica: estad llenos de gozo, aunque ahora tengáis que veros afligidos por diversas pruebas para que, el valor de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, que a pesar de estar destinado a perder, se prueba a fuego, ceda en alabanza vuestra (1 Pe 1,6-7). Y también: queridos, que no os sorprenda el incendio de la persecución que se ha encendido en medio de vosotros para probaros, como si os ocurriese algo extraño. Sino que, en la medida en que participéis de los sufrimientos de Cristo, os alegréis de que en la revelación de su gloria podáis gozar y exultar (1 Pe 4,12-13).
Por su parte, Cristo asegura: vosotros sois los que perseverasteis conmigo en las pruebas; y yo preparo para vosotros un reino... para que podáis comer y beber a mi mesa (Le 22, 28-30).

Para dialogar y orar
  • ¿En algunos momentos de mi vida me ha identificado con lo que ha sentido Israel? ¿Qué pruebas paso en mi fe, en mi oración?
  • ¿En qué ocasiones de mi vida de cada día puedo dar testimonio de mi fe? Investigar y compartir la experiencia de purificación de algún Santo reciente.
    
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