Señor enseñanos a orar. Una lección viva del catecismo.

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    "¡Señor, enséñanos a orar!" (Lc 11, 1). Es la petición que, un día, los apóstoles le dirigieron a Jesús. Una petición muy oportuna, que sigue siendo actual e incluso urgente. Yo también, más de una vez, he formulado la misma súplica, y le he dicho a Jesús:"Enséñame a orar". Muy consciente de que saber orar de verdad transformaría toda mi vida. Porque, si bien la oración no lo es todo en la vida cristiana, todo lo verdaderamente cristiano converge, de alguna manera, en la oración, se resuelve en oración y brota de la oración. De ahí, su importancia capital e ineludible.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.     Y, casi siempre que he hecho a Jesús esta petición, me ha parecido que Jesús me respondía taxativamente: "¡Ya te he enseñado!". Ya te he enseñado, por medio de los grandes orantes de todos los tiempos y de todos los pueblos. Ya te he enseñado, de una manera muy especial, con mi vida y con mi palabra. ¿Qué más quieres? ¿Quieres, acaso, que Yo te ahorre tu propio esfuerzo, y que te ‘supla’ y hasta te ‘suplante’? Fíjate, por ejemplo, en los grandes orantes del pasado, en los maestros de espíritu de todos los siglos. Fíjate, por ejemplo, en David. A él se le atribuyen la mayor parte de esos Salmos, que expresan el alma orante de Israel, y que expresan también los más hondos sentimientos del alma de todos los pueblos, y que tú recitas con tanta frecuencia y también, a veces, con tanta distracción. Más aún, recuerda que Yo oro en ti y contigo, si tú me dejas. Reconoce mi Voz en tu voz, como te recomendaba San Agustín1. Préstame tu conciencia y tus labios. Déjate asociar por Mí a mi propia oración. Y deja que la Iglesia entera y los hombres todos oren a través de tu corazón y de tus labios2. ¿No te estremece esta responsabilidad y no te llena de gozo este privilegio? Fíjate en los grandes documentos y en las múltiples orientaciones eclesiales sobre la oración. Fíjate, muy especialmente, en el Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por Juan Pablo II el 11 de octubre de 1992.

    Toda la cuarta parte -quizás la más lograda del Catecismo- está dedicada a la oración cristiana. Y lo primero que llama la atención -poderosamente- es la extensión material: 3O8 números y 68 páginas. La amplitud es ya una lección, pues revela la importancia objetiva del tema. Aunque esto sólo puede sorprender a un observador superficial, que desconozca o que no tenga en cuenta la importancia decisiva de la oración, como expresión dinámica de la vida cristiana.

    Porque, justamente, la verdadera oración no es un simple medio, por muy importante o necesario que se le suponga, para la vida cristiana o espiritual, sino que es la misma vida espiritual cristiana en ejercicio. De ahí, que la misma definición sirva para ambas, y que exista una correspondencia perfecta entre oración y vida espiritual, hasta poder señalar los mismos grados para la una y para la otra.

    Esta cuarta parte del Catecismo es un verdadero tratado -completo y orgánico-, riquísimo de contenido sobre la oración cristiana. Es un verdadero arsenal de datos bíblicos, de la mejor tradición patrística, de experiencias vivas, de la enseñanza de los maestros espirituales de todos los tiempos y, principalmente, del testimonio vivo y de la doctrina de Jesús, que ora (nn. 2599-2606), que enseña a orar (nn. 2607-2615) y que escucha la oración (nn. 2616); del ejemplo de María, la Virgen-orante (nn. 2617-2622); y de la vida litúrgico-orante de toda la Iglesia (passim). El Catecismo es una buena Escuela Superior -de rango universitario- para el aprendizaje de la oración.

    Pablo VI, dirigiéndose a los religiosos y religiosas, expresó su más íntima convicción, con estas palabras: "La fidelidad a la oración diaria sigue siendo para cada una y para cada uno de vosotros una necesidad fundamental y debe ocupar el primer puesto en vuestras Constituciones y en vuestra vida" (ET 45). Y antes había dicho, como una confesión personal: "Si habéis perdido el sabor de la oración, se encendería en vosotros su deseo poniéndoos de nuevo humildemente a orar" (ET 42).

    Cuando se quiere saber el sentido de la oración, de la amistad o de la fe -que, por cierto, no son realidades adecuadamente distintas, sino la misma realidad fundamental, expresada con tres distintas palabras- lo mejor es invitar a la experiencia personal. Es éste el camino más certero, más eficaz y convincente, contra el que no pueden darse razones válidas. La experiencia se convierte en argumento irrefutable y en testimonio decisivo. El que de verdad ora, como el que vive una auténtica amistad o el que cree con fe viva, sabe que la oración, la amistad y la fe tienen un admirable sentido y son vivencias riquísimas y absolutamente irreemplazables. Saber, en lenguaje bíblico y teológico, es mucho más que conocer: porque es conocer sabrosamente, gozosamente, por connaturalidad, por propia e inmediata experiencia.

    El tratado sobre la oración cristiana comienza con un número, en el que se hace una verdadera síntesis de todo el Catecismo: "La Iglesia profesa el Misterio de la fe en el Símbolo de los Apóstoles (1ª parte) y lo celebra en la Liturgia sacramental (2ª parte), para que la vida de los fieles se conforme con Cristo en el Espíritu Santo para gloria de Dios Padre (3ª parte). Por tanto, este Misterio exige que los fieles crean en él, lo celebren y vivan de él en una relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero. Esta relación es la oración (4ª parte)" (nº 2.558).

    El Catecismo afirma que la oración es, ante todo, un don de Dios (2559-60) y se entiende como alianza (2562-64), como comunión trinitaria (2565). Y habla de las diferentes maneras o formas de oración "en el tiempo de la Iglesia": bendición-adoración (2626-28), petición (2629-2633), intercesión (2634-36), acción de gracias (2637-38), alabanza (2639-43). U distingue distintas "expresiones de la oración": la oración vocal (2700-04), la meditación (2705-08), la contemplación (2709-19). Y describe, el combate de la oración (2725 ss). Y expone, después, con cierta amplitud (2759-2865), para terminar esta cuarta parte y finalizar el mismo Catecismo, "la oración del Señor: el "Padre nuestro", del que dirá, con Tertulianos, que es "resumen de todo el Evangelio" (2761) y "corazón de las sagradas Escrituras" (2762).

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    Ningún comentario ni intento de síntesis podrá ahorrar a nadie la lectura y el estudio personal del Catecismo. En esta caso, nada podría suplir el acercamiento directo al texto original.

    Y siempre será oportuno y aleccionador recordar estas fundamentales afirmaciones del mismo: "Contemplando y escuchando al Hijo, los hijos aprenden a orar al Padre" (2601). "Se entra en la oración como se entra en la liturgia: por la puerta estrecha de la fe" (2656). "La oración es la vida del corazón nuevo. Debe animarnos en todo tiempo" (2697).

    


1.  San Agustín, Comm. in Ps. 85, 1: "Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es el que ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros. Ora por nosotros como Sacerdote nuestro, ora en nosotros como nuestra Cabeza, es invocado por nosotros como Dios nuestro. Reco­nozca­mos, pues, en él, nuestras propias voces y reco­nozca­mos también su voz en nosotros… Oramos, por tanto, a él, por medio de él y en él, y hablamos junto con él y él habla junto con nosotros" (CCL 39, 1176-1177).

2.  Cf SC 83, 84, 85, 90, 98, 99, etc.