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Reflexiones sobre la Noche Vieja

Ronald Rolheiser (Trad. Carmelo Astiz, cmf) -
Cuando yo era niño, el Día de Año Nuevo era muy especial para nosotros. Nuestra familia siempre hizo una gran celebración, con un número de rituales incluido.

Los rituales comenzaban ya con la Noche Vieja. Esa noche no salíamos, sino que nos quedábamos en casa y celebrábamos juntos como familia. Todo el mundo de pie hasta media noche y, justo antes de las doce, interrumpíamos cualquier otra actividad y mi padre dirigiría una breve oración.

Esta oración nunca se alejaba de un tema básico: Mi padre daba gracias a Dios por el año que acababa de pasar, y, en palabras propias de su generación, "por las gracias que habíamos recibido". Daba gracias a Dios por habernos protegido, y porque todos estábamos todavía vivos y juntos en la fe y en la familia. Después pediría, de forma muy sencilla, la bendición y protección de Dios para el próximo año. Finalmente, a las doce en punto, cuando el año viejo acababa y comenzaba el nuevo, cantaríamos juntos el himno "Dios Santo, Alabamos tu Nombre". Después de esto, seguirían los saludos de "Feliz y Próspero Año Nuevo", los abrazos, estrechones de manos, comida y bebidas…

El día de Año Nuevo se reservaba generalmente para visitar y recibir amigos. A la puerta de cada casa, era natural que se saludaran unos a otros con un saludo formal de Año Nuevo (unas 10 líneas, en alemán) que tenía que aprenderse de memoria y recitarse, incluso si tú no sabías alemán. Después de este saludo ritual, te daban alimento, bebida, dulces, y (si eras niño) algo de dinero (la "paga"). Cuando habías acabado la ronda de casas y volvías a casa,  te abrumaban con regalos y dinero; y por eso, naturalmente, vivido como niño, este era un día que competía con Navidad.

Hace ya 36 años que  murieron mis padres. Durante esos 36 años la mayoría de estos rituales han  muerto ya. La  movilidad, la muerte de la mayoría de la generación de mis padres, la ruptura de la sociología inmigrante de nuestro distrito y los cambios naturales que el paso del tiempo trae consigo, ha provocado una situación casi completamente nueva en nuestro viejo distrito y en el mundo en general. Pocas personas practican todavía los viejos ritos, y el corazón está como ausente, fuera de ellos. Casi la única continuidad real consiste en las bebidas; ese rito sobrevive a los cambios del tiempo y a la ruptura de cualquier sociología.

Mi propia familia se ha reagrupado en torno a nuevos rituales, pero no es mi propósito ahora la descripción y prescripción de estos nuevos ritos, ya que mi escrito quiere ser sólo reminiscencia y no homilía.  

Conforme avanzo en edad, lo que más recuerdo de aquellas celebraciones de Noche Vieja, lo que se asienta dentro de mí como un juego de robustas raíces que utilizo para tranquilizarme y para sacar de ellas un cierto sustento,  es aquella oración de Noche Vieja de mi padre, a las doce en punto, y el canto del " Dios Santo, Alabamos tu Nombre". Nuestros nuevos ritos incluyen eso todavía.

El gran filósofo Sócrates dijo una vez que " Una vida no cuestionada no es digna de vivirse".  Eso pudiera formularse de esta otra manera:  Una bendición no solicitada, no reconocida y por la que no se dan gracias, es, en el mejor de los casos, sólo media bendición.

Sócrates se hubiera sentido orgulloso cuando mi padre rezaba su oración-de-fin-de-año, en la que daba gracias a Dios de que todos estuviéramos todavía vivos y en la que pedía la providencia y la protección de Dios  para el año entrante.  Mi padre no vivía  la "vida-no-cuestionada" ni descuidaba el ruego de Jesús de que pidiéramos bendiciones y el Espíritu Santo como don.

El final de un año y el comienzo de uno nuevo forman un tiempo que invita naturalmente a la reflexión. La antropología conspira maravillosamente con la espiritualidad al destacar, casi por la fuerza, una transición significativa.  Con razón nuestra sociedad da tanta relevancia a la Noche Vieja y al Año Nuevo.

Si llegas al final de un año y estás todavía vivo, entonces no has tenido un mal año. Si eres todavía miembro de la familia de fe, la familia cristiana, entonces has tenido un buen año, prescindiendo la enfermedad personal, el infortunio económico, las relaciones perdidas o cualquier otra tragedia. Además, si sientes gratitud en tu corazón y puedes pedir a Dios providencia y protección para el año entrante, has entrado en ese año con el pie derecho. Si puedes completar esto expresando amor sincero y los mejores deseos hacia los que te rodean (las palabras y abrazos que dicen "Feliz y Próspero Año Nuevo"), bueno, eso es todo lo que un ser humano puede hacer para dar la bienvenida correctamente a un nuevo año.

Sospecho que el 2008 fue para todos nosotros un año de bendición desigual.  Tuvo sus momentos fríos y amargos, y nos produjo más que suficientes angustias y quebraderos de cabeza.  Pero estoy seguro de que, para todos nosotros también, el año tuvo sus alegrías y su novedad, sus bendiciones y providencia extraordinarias. Cada uno de nosotros, en nuestros momentos más lúcidos, sabe exactamente cuántas balas soslayamos. Si todavía estamos vivos y todavía tenemos fe, fue ya un buen año. Se merece que lo celebremos con expresiones de gratitud, afecto, y con una oración de alabanza… y, aun con otro viejo rito, ¡también con bebidas!     
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