Y ahora, ¿qué puedo contaros de nosotros? Los siete claretianos que quedamos en la misión estamos distribuidos en cuatro casas, cada una a muchos kilómetros de distancia entre sí. Aquí seguimos, ocupados en la tarea habitual de un misionero. El ambiente para recibir esa tarea es, sin embargo, más adverso cada vez. 
Cada domingo salgo a alguno de estos pueblos; también, el lunes y el martes. Y comparto con sus gentes la aventura de recuperar en la sencillez la paz perdida.
Hacemos cursillos de tres días para formar a los campesinos, animadores de las comunidades cristianas rurales. Intentamos recoger a los jóvenes y hacer algo con ellos, lentamente. Escribo la revista para ellos. Ayudo a unas ‘madrecitas’ que viven solas a más de sesenta kilómetros de Juanjuí y que naturalmente necesitan sacerdotes, ellas y sus comunidades campesinas. Nos reunimos los claretianos de vez en cuando, por lo menos una vez al mes. Esperamos la visita de nuestro Padre General. Y en los intermedios que se producen entre una y otra actividad, apuro esos largos momentos de madurez ante Dios en los que acepto mis límites de no haber hecho demasiado y de no haber cambiado nada. Qué paz sin embargo, al percibir que es Otro y otros además sus planes. Me sumerjo en el Misterio, sin preguntar ni el por qué ni el cómo suceden estas cosas. Sencillamente, adoro y espero el Amanecer que cubra de ternura tanto descalabro.




