Por una cultura de la solidaridad

Parto del convencimiento de que los cristianos en su conjunto y la Iglesia en general, como personas que vivimos en una realidad concreta, estamos llamados a colaborar en la construcción de una sociedad más justa.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Y tengo en cuenta la sociedad concreta en que vivimos. Una sociedad «injusta» radicalmente, ya que su fin último es obtener el mayor beneficio posible de las cosas; donde todo se compra y se vende; que reduce a la persona a un objeto que cuando no se le necesita se le margina del proceso productivo, dejándole sin trabajo; un objeto que debe amoldarse a las exigencias del capital. Nos encontramos, además, en una sociedad en la que no hay trabajo para todos y donde, presumiblemente, en un futuro próximo habrá menos. Este hecho hace que se vayan produciendo bolsas de pobreza en nuestra sociedad, mientras que otros viven en la opulencia.
 
Por ello, para mí, el trabajo sigue siendo el nervio fundamental para el proceso de construcción social. Es la fuente de conflicto en las actuales relaciones sociales; es una actividad clave y un derecho inalienable de la persona. No puede reducirse a un «derecho material», esto es, al trabajo como fuente de ingresos, sino que debe ser visto como un derecho personal, como una actividad a través de la cual la persona alcanza su plena realización.
 
El trabajo es también un derecho social. Vivimos en una sociedad acostumbrada a reducir el trabajo al marco de los derechos individuales. Esto es debido a que en nuestra sociedad sólo se valora el trabajo productivo, lo cual conlleva a reforzar por una parte, la visión mercantilista de las relaciones capital-trabajo y, por otra, a restringir posibilidades a la hora de buscar soluciones en el momento actual.
 
Para avanzar en una sociedad más justa, es necesario ir superando la «alienación» que hoy impide que el trabajo sea una fuente de realización personal y de participación en la construcción de una sociedad más humana y solidaria; y es preciso el reconocimiento social del trabajo no remunerado que muchas personas realizan, como el trabajo en el hogar, el cuidado de niños y enfermos en la familia…
 
Esto sólo va será posible si vamos generando y potenciando una cultura de la solidaridad, que ponga en el centro a la persona como ser supremo y que ayude a entender que todos los bienes de la creación, así como los fabricados por el ser humano, están destinados al disfrute de todas las personas. Me refiero a una cultura de la solidaridad pensada y concretada en referencia a la persona y a su dignidad; que tenga en cuenta los sectores más empobrecidos e indefensos de la sociedad, entre los cuales se encuentra una gran parte del mundo obrero.
 
Para avanzar en una sociedad más justa y solidaria también es necesario crecer en una nueva forma de entender la vida humana en cuanto a la organización de la convivencia, en cuanto a los valores y en cuanto al «estilo de vida». Lógicamente, además de esa nueva forma de entender la vida, son necesarias unas medidas precisas para configurar un marco institucional «solidario» en las relaciones económicas y comerciales entre los distintos países.
 
Señalo, a mi juicio, algunos elementos claves que son necesarios para la construcción de una nueva sociedad: un nuevo sentido del trabajo, entendido no sólo como «trabajo remunerado» y una más justa distribución del mismo a escala planetaria; una cultura y un bienestar que valore el ser por encima del tener y que ayude a descubrir el valor de la gratuidad frente a la mercantilización de la vida y, por último, un estilo de vida basado en la austeridad y la sobriedad, apoyado en el respeto y defensa de la naturaleza como fuente de vida.
 
Y destaco dos implicaciones para la vivencia de la solidaridad. En primer lugar, es necesario trabajar para superar una ética individualista, atendiendo a los imperativos del bien común. Y, en segundo lugar, potenciar la participación en la vida política y social, como forma de superar la privacidad e ir asumiendo una conciencia creciente de la solidaridad.