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Pequeños relatos para la cuaresma

Bonifacio Fernández, cmf -

En este tiempo de cuaresma la Iglesia nos recuerda insistentemente que el Dios de Jesús nos llama a la conversión. Nos invita a tomar en serio nuestra vida. Somos llamados a dar frutos de amor, de justicia y solidaridad.

Dios no nos olvida si le olvidamos. Nos deja libres. Y autónomos. Nos anuncia su sueño de liberación y amor universal. Tenemos necesidad de conversión. Es urgente.

La paciencia de Dios no es un motivo para retrasar la conversión. Presentamos una serie de relatos que nos ayuden a vivir la dinámica de la cuaresma

La forma de usarlos es reconocer que cada una de estas historias es, de alguna manera, nuestra propia historia. Por su propia índole es susceptible de diversas lecturas. Se trata de relatos simbólicos. Los podemos leer en clave personal, comunitaria, teologal dentro del itinerario cuaresmal.

El pájaro espino

Existe una leyenda sobre un pájaro que canta sólo una vez en la vida, y lo hace más dulcemente que cualquier otra criatura sobre la faz de la tierra. Desde el momento en que abandona el nido, comienza a buscar un gran espino y no descansa hasta encontrarlo. Entonces, cantando entre las crueles ramas él mismo se clava en la espina más larga y afilada. Y, al morir, envuelve su agonía en un canto más bello que el del canario y el ruiseñor. Un canto bellísimo, al precio de su existencia. Pero todo el mundo enmudece para escuchar. Y Dios son-  rrie en el cielo. Pues la mejor sólo se compra con grades dolores. Al menos así lo dice la leyenda, según Colleen McCullough, el pájaro canta hasta morir. (Esplugues 1978 p. 7. Plaza y Janés.)

La partida

Mandé sacar a mi caballo del establo. El servidor no me entendió. Fui directamente al establo ensillé a mi caballo y me monté. En lontananza oí el sonido de una trompeta. Le pregunté qué significaba. No sabía ni había oído nada. Al llegar a la puerta me paró y me preguntó: ”¿A dónde va, señor?. “No se”, le dije, “lejos de aquí, lejos de aquí. Siempre lejos de aquí, de esa manera puedo llegar a mi meta”. “¿Conoces la meta?”, me preguntó. Sí, respondí. Te lo estoy diciendo:” lejos de aquí, esa es mi meta”. “¿No llevas nada para comer en el camino?”, me preguntó. “No lo necesito”, le dije. “El viaje es tan largo, que voy a morir de hambre si no recibo nada por el camino. Ninguna vianda me puede salvar. Por suerte es un viaje verdaderamente colosal” (Franz Kafka)

La palmera

Al borde de un oasis había una palmera. No era muy grande y todavía tenía mucho que crecer para ser una robusta palmera. Un hombre llegó hasta palmera. No dejaba nada bueno en paz. Al ver a la joven palmera sitió el instinto de destruirla. Agarró una piedra pesada y la colocó en lo alto de la palmera. Y se marchó.
La joven palmera se estremeció y de dobló. Intentó liberarse de la piedra. Pero no lo logró. Estaba muy bien colocada. Pero la palmera era perseverante, y no se rindió. Hundió sus raíces en la tierra cada vez más profundamente. Con sus raíces llegó al agua subterránea del oasis y bebió y se hizo fuerte. Y creció y fue levantando la piedra. Llegó a ser la palmera más bella y más alta del todo el oasis.
Después de muchos años el hombre pasó otra vez por el oasis. Quería ver si al árbol estaba seco. Pero no pudo descubrirla seca y moribunda. Al contrario, sobresalía la palmera y mostraba la piedra que le dijo al visitante: “Te doy las gracias porque tu maldad me ha hecho fuerte”

El pájaro que sostiene el cielo

Un pájaro estaba echado de espaldas en el suelo con las dos patas rígidamente estiradas hacia el cielo. Otro pájaro pasaba por allí y le preguntó lleno de sorpresa: ¿Por qué estas echado de esa manera? ¿Por qué tienes las patas estiradas y rígidas? El pájaro le respondió: Estoy sosteniendo el cielo con mis patas, si las doblo el cielo se viene abajo. No había acabado de hablar, cuando una hoja de roble, impulsada por la brisa, cayó suavemente a tierra. El pájaro se asustó tanto que rápidamente voló y desapareció. Pero el cielo siguió en su lugar.

El escondite

El nieto del rabino Baruch, el joven Jechiel, estaba jugando al escondite con un compañero. Se escondió muy bien y se quedó esperando que su compañero fuera en su busca. Después de una larga espera, salió de su escondite, pero el compañero había desaparecido. Jequiel se dio cuenta de que el otro no había ni empezado a buscarle. El nieto corrió llorando a casa de su abuelo quejándose de su mal compañero. El rabino Baruch le respondió: Dice Dios: yo me escondo y nadie quiere buscarme.

Las huellas

El hombre se llamaba Daniel. Creía en Dios. Alguien quería reírse de él. Le preguntó: ¿Cómo sabes tú, Daniel, que existe Dios? Daniel respondió: ¿Por qué sabes tú que un hombre, un perro o un burro se ha acercado por la noche a tu casa? Lo se por sus huellas en la arena. Y en mi vida están impresas las huellas de Dios. Están tatuadas en mi alma.

    
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