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Ocho características del sacramento del matrimonio

Bonifacio Fernandez, cmf -

1) Celebración

El matrimonio es un proceso de relación de amor entre un  hombre y una mujer. Su  inicio y su trayectoria variarán en cada caso. En cuanto es un proceso de dos personas libres, el  final no está predeterminado. El enlace  sitúa ya  en la dinámica  de crecimiento.  La necesidad que ha surgido de publicar y celebrar el amor se alarga a todo el camino. La fecha de la boda es para ser celebrada, recordada como  una oportunidad de tomar el pulso a la relación y para cobrar nuevo impulso. En el caminar es donde el enamoramiento se va transformado en amor decidido, contrastado, purificado, celebrado.

2) Proclamación

La celebración pública del amor es proclamación. Es una confesión de fe en el esplendor del amor. Sea cual sea  la configuración de la celebración, implica un canto a la experiencia del amor que se ha consolidado de tal manera, que tiene vigor para afrontar el futuro, con todas sus situaciones, sus sorpresas y oportunidades. Celebrar la boda es apostar por la realización de una aspiración profunda de los cónyuges. Es  confesión de autoconfianza. Proclama que la  belleza y la necesidad de arriesgar juntos pertenece a la dinámica del amor.

3) Significación

Al amor humano entre hombre y mujer, reconocido y revelado, se convierte en un elocuente signo. Remite a un amor más grande. El signo se presenta con claridad y solemnidad en la celebración. La ceremonia de la boda es un acto cuya sombra se alarga por toda la vida. Se inicia un proceso de la historia de amor que lleva el sello de la significación. Está bajo la dinámica de la significación: el diálogo, la ternura, la convivencia, la ayuda mutua son formas concretas de ese signo de amor que es el matrimonio. La dinámica del amor lleva  a la creciente presencia de uno en el otro. Ello implica  intimidad y pertenencia, cuyo resultado es  la experiencia de “una sola carne”. Un matrimonio así no pasa desapercibido; es significativa para su entorno. Irradia y atrae.

4) Actualización

Al mismo tiempo que significa la alianza de amor de Cristo con la Iglesia, la actualiza. No pertenece al pasado; es una realidad presente. Vivir el proceso sacramental implica que en la vida diaria se actualiza la filiación divina de los cónyuges. El amor eterno con que son amados, se actualiza, se hace visible y tangible en los gestos conyugales. Cada uno  se convierte en mediador del amor de Dios para el otro. Y, juntos, transparentan la presencia del Espíritu, que sigue reuniendo a la Iglesia y convirtiéndola en sacramento de salvación.

5) Activación

El sí quiero del día de la boda se activa a lo largo de la vida conyugal. Las historias personales se unen para construir una historia común. Se trata de una historia sagrada. Los cuidados y servicios de cada día son activación del sí inicial. Los besos, las caricias ratifican el acto inicial. También lo hace el discernimiento para la toma de las decisiones que van configurando la historia común. Incluso la experiencia de las heridas y   del perdón es despliegue del aquel sí inicial, dado ante la familia, la Iglesia y ante Dios.

6) Comunicación,

El sacramento  del matrimonio es una bendición para los cónyuges. Además, a través de ellos, llega la bendición a su entorno; comunican lo que viven; dan testimonio de su relación; son testigos de la capacidad transformadora del amor. El milagro del amor conyugal se comparte con las personas con las que se comparte la vida, el trabajo, la amistad. La experiencia del amor incondicional es de tal esplendor que se no puede guardar.

7) Agradecimiento

Es lo mejor que les ha pasado en la vida. El día de la boda se convierte en un día memorable para los dos. En adelante va a ser una fecha decisiva en el calendario personal.  Configura el tiempo de la memoria; a partir de esa fecha se  cuentan los años. Es un punto de referencia para recordar y agradecer a Dios que ha hecho posible el encuentro y ha despertado el amor conyugal.

8) Bendición

La bendición nupcial forma parte de la liturgia sacramental. Es una parte importante del acontecimiento. Sobre todo, sin embargo, es importante en la vida matrimonial. Casarse es darle al cónyuge un poder sobre ti. Le das el poder de bendecirte  y también de herirte. Le confieres el gran poder de confirmarte en tus cualidades, en tus esfuerzos, en tu crecimiento personal. El amor del cónyuge tiene el poder de despertar en ti la vida, de renovarla. Es  él o ella   quien va a constituir una de motores potentes de tu vida. Gracias a su amor y a su confianza vas a poder resurgir de las crisis,  resucitar de las pequeñas muertes que depara la vida.  Gracias a su amor vas a experimentar con veracidad la intensidad y ternura con que Dios te ama.

    
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