Noche de Paz

22 de diciembre de 2025

Baby sleepingNada es perfecto, pero el villancico Noche de Paz expresa, casi a la perfección, cómo deberíamos imaginarnos lo que sucedió en el nacimiento de Cristo. Su melodía arrulla como una madre que calma a su bebé, y esa música se une a unas palabras que describen bellamente lo que tuvo lugar en el nacimiento de Jesús.

En una palabra: ¡fue silencioso! Sin fuegos artificiales, sin multitudes, sin gritos, sin cámaras, sin cobertura de prensa, sin redes sociales, sin proclamas de que algo estremecedor estaba ocurriendo. Nada de eso. Todo estaba tranquilo, salvo por el suave llanto ocasional del bebé; solo una pareja desconocida en un refugio de animales con un recién nacido indefenso, bajo la mirada de unos pocos animales mudos.

Así es como Dios entró en nuestro mundo en el nacimiento de Jesús, y así es como Dios entra normalmente en nuestras vidas. En silencio, tranquilamente, indefenso como un bebé, teniendo solo el poder de la vulnerabilidad, de la inocencia, de un impulso moral que toca a esos «ángeles superiores» que llevamos dentro y nos pide que lo tomemos en brazos y lo cuidemos.

Dios no nació en nuestro mundo como un adulto autosuficiente, y mucho menos como un superhombre o una superestrella. Dios nació como un niño indefenso que no podía alimentarse por sí mismo ni cambiarse los pañales. Y esa es la forma en la que Dios está normalmente presente en nuestras vidas: como un niño indefenso al que tenemos que coger y criar hasta la edad adulta. Y, al igual que un bebé indefenso, Dios puede ser ignorado, aunque solo a costa de nuestra propia integridad y conciencia.

Fijaos en que este es también el patrón del ministerio terrenal de Jesús, sobre todo en la forma en que nos entregó su muerte. Nunca dominó a nadie por la fuerza. Nunca coaccionó a nadie. Nunca hizo milagros para impresionar a nadie. Nunca intentó usar el poder divino para probar que no tenemos otra opción que creer que Dios existe, que el Sermón de la Montaña es el código moral definitivo, o que el amor reside en el centro de toda existencia. Lo divino simplemente yace ahí en silencio, como una invitación, como una súplica moral constante.

Cuando se burlaron de él en la cruz y le desafiaron a mostrar su poder divino, Jesús se resistió, eligiendo en su lugar entregarse en silencio y amor antes que dominar físicamente a cualquier fuerza terrenal. Como el bebé que yacía indefenso en un pesebre en Belén, él colgó indefenso de una cruz en Jerusalén. Así es como Dios está presente en nuestro mundo.

Pero no es así como queremos la presencia y el poder de Dios en el mundo. Al igual que nuestros antiguos antepasados en la fe, que anhelaban y rezaban por un Mesías terrenal que dominara físicamente a las fuerzas del mal, nosotros tampoco queremos a un niño indefenso como Mesías. Queremos un Mesías que muestre algo de poder terrenal, que deslumbre, que haga milagros, que traiga la justicia por la fuerza, que nos conceda milagros cada vez que los necesitemos y que constantemente destelle poder divino para mostrar al mundo quién está realmente al mando. Queremos a un Jesús que, al ser provocado, baje de la cruz mediante el poder divino y humille a aquellos que creían tener poder sobre él. No queremos a un infante yaciendo en silencio, incapaz de hablar. Queremos un nacimiento divino que sea como un estallido supersónico que haga saltar por los aires todas nuestras dudas.

¡Pero eso no es lo que obtuvimos!

A Daniel Berrigan le pidieron una vez que diera una conferencia pública en una universidad sobre el tema: ¿Dónde habla Dios en nuestro mundo hoy? Con palabras que venían a decir lo siguiente, abordó el tema en menos de tres minutos: «Ahora trabajo en cuidados paliativos, acompañando a personas que están muriendo. En este momento, entre los moribundos hay un joven que está completamente debilitado e indefenso. Está postrado en cama, es incapaz de alimentarse por sí mismo, está casi siempre inconsciente e incapaz de hablar. Intento sentarme con él durante un buen rato cada día, sosteniendo su mano y esforzándome por escuchar lo que dice, porque no puede hablar, y porque ese es el único lugar donde Dios está hablando en nuestro mundo».

No estoy seguro de si la universidad le pagó el estipendio por esa presentación de dos minutos, pero cuarenta años después sus palabras siguen destacando en mi memoria por su desafío radical: Necesitamos esforzarnos por escuchar la voz de Dios en aquello que es incapaz de hablar.

Joseph Mohr escribió la letra de Noche de Paz durante una época de guerra y gran agitación social. Mohr, un joven sacerdote austriaco, se inspiró para escribir estas palabras después de ver a una joven madre en una choza en Nochebuena, sentada en silencio, amamantando pacíficamente a un bebé.

En la noche en que nació, el niño Jesús habló solo en silencio, en un silencio que irradiaba paz. Hay un poema antiguo que dice algo así: Si estos días caminas por los senderos de la vida buscando a Dios, o un pedazo de Dios, o algún espíritu que guíe tu vida, deberías mirar hacia abajo. Porque si se puede encontrar a Dios en estos tiempos, será en las cosas pequeñas, será cerca del suelo, puede que incluso bajo tierra; tal vez, incluso, en el rostro silencioso de un niño.

Artículo original en Inglés