No somos neutros

En este proceso de cambio hay quien contrapone la comunidad de iguales a la familia tradicional. En esta familia tradicional se cargan muchos rasgos negativos: patriarcal, machista, sexista, jerárquica, desigual. Se suele olvidar que la familia tradicional ha tenido funciones sociales, educativas, sanitarias; y, y sobre todo, ha sido trasmisora de valores y aprendizajes fundamentales: el afecto y la acogida incondicional, el amor gratuito, la confianza radical, la fraternidad, la solidaridad, la pertenencia; y, a la vez, la paternidad y la maternidad.
En esta línea creo que no está justificado devaluar la maternidad en nombre del evangelio y de la respuesta que da Jesús al piropo sobre su madre como si constituyera “un invitación a las mujeres a emanciparse y a no quedarse en el papel de reproductoras” (M.Pintos). El don evangélico por excelencia es la fraternidad del reino, y la consiguiente igualdad. Esta se refiere a la dignidad personal y ontológica. No justifica la anulación de las diferencias: padres e hijos, hombres y mujeres, esposo y esposa. En este sentido, la familia es una comunidad de desiguales. Una comunidad de vida y amor.
No somos iguales. No somos neutros. Somos sexuados, hombres y mujeres. Diferentes. Gracias a Dios.
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