No Hay Sitio en la Posada

20 de diciembre de 2010
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“María dio a luz a un hijo, su primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada”.

En la historia de Navidad, hemos vilipendiado y satanizado al dueño de la posada, que rechazó a María y a José, sin dejarles otra opción que cobijarse en un establo. Y la lección que sacábamos de esto era la necesidad de una mayor hospitalidad en nuestra vida, la necesidad de no estar tan ocupados y preocupados que “no haya sitio en la posada”, es decir, que no dejemos sitio en nuestra ajetreada vida para el mesías que va a nacer, para el acontecimiento de la Navidad.
Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Hay algo cierto en esto, pero los estudiosos de la biblia apuntan que hay una lección más profunda en el hecho de que Jesús tenga que nacer en un establo, pues no había lugar para él en la posada. Lo que ellos acentúan no es tanto la falta de hospitalidad por parte del mesonero, sino más bien el hecho de que Jesús naciera fuera de la ciudad, lejos de un ambiente cómodo y confortable, lejos del glamour y de la fama, sin ser reconocido por los ricos y poderosos y sin que el mundo cotidiano se enterara. Jesús nació en el anonimato, pobre, al margen de toda noticia periodística; sólo Dios y su familia se dieron cuenta.
El ser rechazado por la ciudad presagiaba también su muerte. La vida terrena de Jesús acabará como comenzó. Jesús será un extraño, un intruso, crucificado fuera de la ciudad tal como había nacido, fuera de la ciudad.
Tomás Merton, el famoso monje y escritor americano, nos dejó un maravilloso comentario sobre esto: Cristo ha venido sin invitación a este mundo, a esta gran posada desquiciada, en la que no hay en absoluto un sitio para él. Pero porque no puede sentirse como en casa en este mundo, porque está en él fuera de lugar, -aunque, sin embargo, debe estar en él- su sitio está con aquellos otros seres humanos para quienes tampoco hay lugar. Su sitio se sitúa entre los marginados, los que son rechazados por el poder porque se les considera como débiles, desacreditados, a quienes se les niega estatus como personas, que sufren tortura, que son bombardeados y exterminados. Cristo se hace presente en el mundo entre aquellos que “no tienen sitio”. Él está misteriosamente presente en aquellos para quienes parece no haber más que el mundo en su peor forma.
Jesús nació en este mundo sin hacer ruido, fuera de la ciudad y lejos de todas las personas y acontecimientos que entonces parecían importantes. Dos mil años después, reconocemos la importancia de aquel nacimiento, pero, en aquel entonces, prácticamente nadie la reconoció. Comprender las implicaciones de este misterio puede ayudar a ofrecernos la perspectiva exacta a todos nosotros, que, en nuestra vida, nos sentimos constantemente como marginados, desconocidos, anónimos, baladíes, pueblerinos, personas sólo incidentales para la gran acción y la gran foto. Ni nuestra foto ni nuestra historia personal aparecerán jamás en las revistas de fama y de los famosos. Nuestros nombres nunca se iluminarán con potentes focos, y estamos destinados a vivir y morir en básico anonimato, desconocidos por todos aquellos que sean ajenos a nuestros pequeños círculos.
La mayoría de nosotros vivirá una vida de tranquila oscuridad, en ambiente rural, en pueblos insignificantes, o en las áreas ignoradas de nuestras ciudades, contemplando los grandes eventos de nuestro mundo desde fuera y viendo siempre cómo acaparan el centro de la sociedad personajes muy diferentes de nosotros. Parece que nosotros permaneceremos siempre desconocidos y nadie -quizás ni hasta nuestra propia familia- reconocerá nuestros talentos y nuestra contribución. Nunca habrá sitio para nosotros en la posada. Viviremos, trabajaremos y daremos a luz a la vida y a nuestros hijos en la periferia, en lugares mucho más humildes.
Y, quizás lo más penoso de todo, sufriremos la frustración de no ser capaces de mostrar al mundo nuestros dones y talentos, y llegaremos a percatarnos de que las profundas melodías y sinfonías que se bullen vivamente en nuestro mundo interior nunca encontrarán expresión satisfactoria en el mundo exterior. Nuestros sueños y nuestras riquezas más profundas jamás encontrarán un escenario mundano. No habrá nunca sitio en la posada, según parece, para nuestro tesoro interior. Nuestras mejores riquezas, al igual que el nacimiento de Jesús en nuestro mundo, se relegarán a los márgenes, al martirio de la autoexpresión inadecuada, como Iris Murdoch llamó a esto alguna vez. El arte tiene también sus mártires, y no existe mayor dolor que el verse incapaz de auto-expresarse.
María dio a luz a Cristo en un establo porque no había sitio para ellos en la posada. Este comentario de Lucas trata de algo más que de simple negocio y de falta de hospitalidad de un antiguo mesonero. Es más bien un comentario sobre lo que, de hecho, subyace en lo más profundo de la vida humana. En esencia, lo que proclama este episodio del evangelio es que no son los que se sientan en el centro de las cosas, en el “centro de la ciudad”, los poderosos, los ricos, los famosos, los gobernantes, las celebridades de la farándula, los jefes de corporaciones, los estudiosos y académicos, quienes en última instancia se sentarán en el centro de la vida. Lo más profundo y significativo en la vida se asienta en el anonimato, en los ignorados por los poderosos, en los tiernamente arropados en la fe, fuera de la ciudad.
 
Traducido para Ciudad Redonda por : Carmelo Astiz, cmf.

    

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