Moneda religiosa

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Nadie -sea individuo o institución- controla el acceso a Dios. Jesús lo deja bien claro.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Vemos esto, por ejemplo, en el pasaje de Jesús purificando el templo al volcar las mesas de dinero. Este incidente es usado con frecuencia para justificar la ira y la violencia en nombre de Dios. Invariablemente, cuando alguien afirma que Dios es no-violento, se encuentra con la reacción: “¿Y qué dices de Jesús arrojando a los cambistas de dinero fuera del templo? ¿Qué hay de Jesús perdiendo la paciencia y poniendo de manifiesto su ira?”

Cualquiera que sea la legitimidad de esas preguntas, el pasaje de Jesús purificando el templo tiene una intención más profunda. Esto está particularmente claro en el evangelio de Juan, donde este incidente se enmarca en un contexto en el que Jesús está reemplazando una serie de antiguas costumbres religiosas por un nuevo modo cristiano de hacer las cosas. Por ejemplo, inmediatamente antes de este incidente de la purificación del templo, Jesús, en la fiesta de las bodas de Caná, sustituye una antigua costumbre religiosa (al entrar a una casa judía, te purificabas con cierto número de abluciones rituales antes de que pudieras sentarte a la mesa) por la nueva manera cristiana de purificarte para un puesto a la mesa celestial (para los cristianos, el vino de la comunidad cristiana, el vino de la Eucaristía, te limpia ahora de modo que puedas sentarte a la mesa).

La purificación del templo necesita ser entendida en este contexto: Jesús está sustituyendo una antigua práctica religiosa por la manera cristiana de de hacer las cosas, y está revelando algo muy importante sobre Dios como él hace esto. Para expresarlo metafóricamente: Jesús está sustituyendo un antiguo sistema monetario religioso por otro nuevo. Aquí están la metáfora y la lección:

Todos nosotros estamos familiarizados con el incidente: Jesús entra en el área del templo donde los cambistas de dinero han montado sus mesas, vuelca esas mesas y expulsa a los cambistas con estas palabras:”Quitad de aquí todo esto y dejad de usar la casa de mi Padre como un mercado”.

Pero esto debe ser entendido con cuidado. Superficialmente, el texto aparece brutalmente claro, pero en el fondo es sutilmente simbólico (aun si resulta más bien brutal en su significado). ¿Cómo empezamos a desentrañar su significado?

Es importante reconocer que esos cambistas ejercían una función necesaria. La gente venía a Jerusalén de muchos países diferentes para rendir culto en el templo. Pero traían las monedas de sus propios países y, al llegar al templo, tenían que cambiar su propia moneda corriente por la moneda corriente judía, de modo que pudieran comprar los animales (palomas, carneros, reses) que necesitaban para ofrecer el sacrificio. Los cambistas cumplían esa función, como hoy hacen los kioscos de banco cuando te bajas de un avión en un país extranjero y necesitas cambiar algo de tu dinero por el de ese país.

Ahora bien, por supuesto, algunos de esos cambistas eran menos que honrados, pero esa no fue la verdadera razón por la que Jesús reaccionó tan fuertemente. Ni fue que reprochase indebidamente porque el comercio estaba sucediendo en un lugar sagrado. Cuando Jesús dice “quitad de aquí todo esto y dejad de usar la casa de mi Padre como un mercado”, está enseñando algo más allá de la necesidad de ser honrado y más allá de la necesidad de no estar comprando y vendiendo dentro de la propiedad de la iglesia. Más profundamente, no convertir la casa del Padre en un mercado podría traducirse así: “No necesitáis cambiar vuestra propia moneda corriente por ninguna otra moneda cuando se viene a dar culto a Dios. Podéis dar culto a Dios en vuestra propia moneda, con vuestro propio dinero. Nadie -ni individuo, ni templo, ni iglesia, ni institución- se sienta en definitiva entre vosotros y Dios, ni puede decir: ‘Necesitáis ir por medio de nosotros’ ”.

Esta es una gran lección que no nos sienta bien a muchos de nosotros; e inmediatamente presenta la pregunta: “¿Qué pensar de la Iglesia? ¿No es necesaria par la salvación?”. Esa pregunta es todavía más lacerante hoy, en una época en la que mucha gente sincera ya da por sentado que no tiene necesidad de la Iglesia: “Yo soy espiritual, pero no religioso”.

Se da por hecho que hay peligro en afirmar y recalcar esta enseñanza de Jesús, pero -y este es el quid de la cuestión- esta lección no fue dirigida hacia aquellos del tiempo de Jesús que dijeron “Yo soy espiritual, pero no religioso”. Más bien fue dirigida a individuos e instituciones religiosas que creían que el camino a Dios tenía que pasar por un canal muy particular (sobre el cual tenían control). Todo dinero religioso tenía que ser transferido en su particular valor monetario, ya que, en su creencia, ellos controlaban el acceso a Dios. Jesús trata de limpiarnos de cualquier actitud o práctica que pueda guardar como recuerdo esa creencia.

Esto no niega la legitimidad o necesidad de la Iglesia, ni de aquellos que realizan el ministerio en su nombre. Dios actúa a través de la Iglesia y sus ministros. Pero esto sí niega toda legitimidad para exigir que la Iglesia y aquellos que ejercen el ministerio en su nombre controlen el acceso a Dios.

Nadie controla el acceso a Dios; y, si Dios pierde en algún momento la paciencia, es porque a veces sí controlamos ese acceso.