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¡mirad cómo se aman!

Bonifacio Fernandez, cmf -

Se trata de un ejercicio de mirada. Mirar con los ojos abiertos. Y escuchar los mensajes que la mirada misma nos ofrece. Los matrimonios que se aman son un tesoro en la sociedad. Y en la Iglesia. Contemplar un matrimonio que se ama es una forma de ver un reflejo del gran amor con mayúscula. El amor conjugal es lo que mejor simboliza, hace presente y comunica el amor que es Dios personalmente. Es el espejo donde mejor podemos contemplar algún destello del amor creador y salvador de Dios.

“El amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1Jn 4, 7). Esta estupenda afirmación bíblica está en el contexto del amor fraterno. En efecto, el amor tiene diversas formas y calidades. El amor matrimonial es recíproco; busca la complementación. Adquiere forma de a mistad.  Pero es mucho más. El amor matrimonial que realmente da sentido y eleva la intensidad de la vida es el amor de alianza. No basta un sentimiento. No basta que la relación conyugal sea un acuerdo de dar y recibir, de obligaciones y deberes.

Alianza

El amor matrimonial es amor de alianza, amor de donación total y recíproca, y, en cuanto tal, no puede tener fecha de caducidad; sólo puede ser promesa “para siempre”. Hasta que la muerte nos una más. Es el amor de alianza el que da seguridad, aquella seguridad que lleva a amar sin condiciones ni reservas. El amor de alianza confiere la libertad más profunda; la libertad del amor para amar. El amor de alianza confiere esperanza; incluye la gozosa y progresiva realización de la promesa dada al cónyuge ante los testigos. Hay datos que confirman que el comportamiento amoroso es saludable, que las personas que viven en pareja son más felices.

Pasión

El amor de alianza es amor apasionado; centra y unifica la vida; crea con alguien una relación exclusiva que, al mismo tiempo, es inclusiva de los demás. La relación conyugal es una escuela donde se aprende el amor ejercitándolo. La idea de “apasionado” tiene también la connotación de padecimiento; y es que el amor hace padecer. Para recibir el amor, hace falta sentirse y saberse necesitado, menesteroso del amor. La pasión de amor implica que uno carece de algo, tiene que recibirlo para completar la propia carencia. La persona amada tiene la capacidad de dar eso que el amante necesita recibir.

Ello significa, además, que el amor de pareja es una entrega libre y mutua, que potencia la vitalidad de las dos personas que viven esa relación de amor. Cada uno despierta lo mejor del otro; despierta los sentidos de la vista y del tacto; los abre a nuevas y más finas percepciones. El otro ya no es anónimo y solitario: es persona en relación íntima. Sólo de esa manera puede experimentar la verdadera autonomía y superar el sentimiento de no ser amado. Y salir de la soledad que es una de las terribles experiencias de mucha gente en nuestro tiempo. Y es que el amor es la gran buena noticia de nuestro tiempo. Y de todos los tiempos.

 

    
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