Miércoles quinto de cuaresma

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    Es bueno ir disponiéndonos para los días santos, de modo que la próxima semana no signifique un cambio excesivamente brusco al celebrar de los días de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Si la Iglesia nos ha invitado a vivir el tiempo cuaresmal con la perspectiva de la Pascua, cuánto más deberemos prepararnos en la semana inmediata, a punto de culminar la cuarentena.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.    Si guardamos en la memoria las escenas bíblicas que se nos han propuesto en los días anteriores -el juicio a la mujer adúltera, el juicio a Susana, la acusación contra los tres jóvenes y su condena al horno de fuego-, y las leemos en clave cristológica, descubrimos la intencionalidad de la liturgia de irnos preparando para los acontecimientos del proceso de Jesús.

    En el Evangelio de hoy, se nos presenta a Jesús que rechazado y condenado  por las autoridades. “Tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché a Dios”. Le insultan y le llaman hijo de una cualquiera.

    En el caso de Susana y de los tres jóvenes de Babilonia, descubrimos en ellos una fortaleza fuera de lo común,  abandono y confianza en Dios, porque saben que están en la     verdad. Jesús nos enseña: “La verdad os hará libres”. A su vez, Él mismo se muestra con fortaleza porque sabe que no está solo, se sabe enviado.   

    En los casos citados, a la mujer adúltera la perdona Jesús; a Susana la defiende Daniel, constituido juez por el Espíritu; a Sidrac, Misac y Abdénago los libera del horno de fuego  el ángel de Dios. Jesús apuesta por su Padre, en Él confía en medio de toda la refriega con los fariseos. “Yo salí de Dios”, afirma contundentemente.

    En todos los ejemplos, a pesar de tener la certeza de la fe, los protagonistas pasan por el trance de la condena, del riesgo de muerte. La invitación a fiarnos de Dios no evita la dura experiencia de sufrir injustamente. Pero la revelación nos enseña a permanecer en la verdad, que es el mayor título de libertad, y a arriesgarnos.

    La confianza no es un chantaje, no nos abandonamos a Dios para que Él quede comprometido, sino que deberemos fiarnos, a pesar de comprobar que los acontecimientos son contrarios. Es emblemática la actitud de los tres jóvenes frente al rey, que los intenta amedrentar. “Majestad, el Dios a quien veneramos puede librarnos del horno encendido y nos librará de tus manos. Y aunque no lo haga, conste, majestad, que no veneramos  a tus dioses ni adoramos la estatua de oro que has erigido”