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Maternidad virginal

Pablo Largo, cmf -

La siempre virgen

Hoy nos detenemos en el aspecto de la virginidad. Quedó apuntado en el otro número que el apelativo “la Vir­gen” está muy difundido. Y lo ha esta­do siempre. Sea o no verdad que en Oriente se designe hoy a María más con el título de Theotókos que con el de “la Virgen”, lo cierto es que en los escritos patrísticos figura tres veces más la pala­bra “Virgen” que la locución “Madre de Dios”.

Importa también atender al rango de esta doctrina. De san Agustín es la má­xima que reza: «En lo necesario, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, cari­dad». Sobre la virginidad de María de­clara el mismo santo en un bello y sig­nificativo texto: «Nunca vimos el rostro de la virgen María [...]. Salva, pues, la integridad de nuestra fe, podemos de­cir: “Quizá tuviera estas o aquellas fac­ciones”; pero nadie, sin naufragar en sus creencias cristianas, puede decir: “Quizá Cristo haya nacido de una vir­gen”» (De Trinitate, 8, 7). De hecho, es­ta nota mariana figura ya en antiguos credos cristianos.

La tradición ha afirmado una triple virginidad de María. La primera se refie­re a la concepción virginal de Jesús (es decir, sin concurso de varón); la segun­da, al modo singular de su nacimiento; la tercera, a la virginidad perpetua de María, que, al igual que no tuvo reladones íntimas con José antes de conce­bir a su Hijo, tampoco las tuvo después de alumbrarlo. En cada caso reviste una significación teológico-espiritual distin­ta. Esta creencia en la triple virginidad de María se ha plasmado en iconos que representan el velo de María con tres estrellas: una sobre la frente, otra sobre el hombro izquierdo y otra sobre el de­recho.

¿Por qué afirma la Iglesia esta doctri­na? ¿Por considerar que el matrimonio y la unión íntima de los esposos son in­morales? No; de hecho, la Iglesia anti­gua tuvo que defender con mucha energía en varias ocasiones la dignidad del matrimonio y de la vida conyugal; y todos sabían, además, que María estuvo desposada y contrajo matrimonio con José. ¿Sostiene la Iglesia esta doctrina por pensar que la vida en virginidad es superior a la conyugal? Que se da una jerarquía entre los dos estados de vida ha sido durante siglos el sentir común, pero no es ese el fundamento de la cre­encia en la virginidad de María. Esta creencia obedece a la voluntad de pre­servar el testimonio de la tradición eclesial. Aquí consideramos sobre todo la virginidad antes del parto, por su espe­cial relación con la maternidad divina.

La concepción virginal de Jesús

La tradición se remonta a los relatos de Mateo (Mt 1,17-25) y Lucas (Le 1,26-38) y a sus fuentes orales. Nos centramos en Ma­teo, cuyo evangelio arranca con la genea­logía de Jesús, descendiente de David. Ex­trañamente, cuando el evangelista llega a José en la nómina del linaje davídico, no cierra su monótona letanía con un “José engendró a Jesús, llamado Cristo”. La ca­dena se rompe j Listo en ese último esla­bón, donde aparece una inesperada tor­sión narrativa: Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (Mt 11,17). Y luego refiere el evangelista que, antes de que los espo­sos vivieran juntos, «resultó que María es­peraba un hijo por obra del Espíritu Santo» (Mt 11,18). Se han propuesto dos teorías sobre el pensamiento y decisión de José ante este hecho: la teoría de la sospecha (María ha sido infiel) y la de la reverencia (José, sabedor de la intervención extraor­dinaria de Dios, se retira para no interferir en sus designios). Él asumirá la función de padre legal y no conocerá a su mujer (Mt 1,24-25).

Las tradiciones de Mateo y de Lucas so­bre la infancia de Jesús son independien­tes entre sí, pero coinciden en este punto de la concepción virginal. Y no hay razo­nes de tipo cultural que los movieran a in­ventarla. No hay razones internas al judaísmo: este apreciaba grandemente el matrimonio y sentía más bien aversión a la virginidad; tampoco hay influencias exter­nas, pues el evangelio de Mateo se escribe en un medio judeocristiano, refractario a influjos del paganismo y alérgico a sus mi­tos. Añadamos que el texto de Isaías 7,14 («he aquí que la virgen concebirá...»), cita­do por Mateo como profecía del naci­miento virginal del Dios-con-nosotros, no se refería en su original hebreo a una ma­dre virgen, sino a una esposa joven; no es Mateo quien ajusta su relato a Isaías, sino, a la inversa, adapta el pasaje de Isaías al acontecimiento que narra.

Algunos señalan también, como base bíblica, un texto del Prólogo de Juan, que dice: los que recibieron la Palabra «no na­cieron de la sangre, ni por deseo de la car­ne ni por deseo de varón, sino que nacie­ron de Dios» (Jn 1,12-13). Pero varios ma­nuscritos, y testimonios patrísticos muy an­tiguos y de diversas áreas del cristianismo primitivo, leen este texto en singular, refe­rido a Jesús mismo («no nació»); grupos eli­tistas habrían desfigurado el texto o su sen­tido, refiriéndolos a su propia regenera­ción espiritual.

Asentado el hecho, la teología indaga su porqué, pues comprender el porqué ayu­da a acoger más a fondo el anuncio del hecho. Dicho brevemente, la concepción virginal viene a significar: este niño no es fruto de la historia humana, trasciende por completo sus posibilidades; es don único de Dios que desborda el don y mandato de procrear, es nueva “creación” por el po­der del Espíritu, es comienzo de la huma­nidad nueva, del pueblo de la Nueva Alianza.

Virginidad en el parto y virginidad perpetua       

De la virginidad en el parto dice el Vaticano II con lenguaje recatado: el na­cimiento de su primogénito, lejos de menoscabar la integridad de María, la consagró (LG 57); y la liturgia afirma: «permaneciendo [María! en la gloria de su virginidad, derramó la luz eterna». La virginidad perpetua significa la entrega total, en cuerpo y alma, de María a Je­sús y a su misión y prefigura su mater­nidad espiritual universal. Los “herma­nos de Jesús” de que hablan los evan­gelios serían probablemente parientes suyos.

 


Artículo extraído de la revista "Iris de Paz"

    
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