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Maternidad, ser iguales y diferentes

Bonifacio Fernandez, cmf -

A juzgar por los mensajes publicados y publicitados en el día de ayer (día 8 de marzo), el gran obstáculo que impide la igualad práctica entre hombres y mujeres es la maternidad. Por ser madres y tener hijos las mujeres se ven limitadas en su ascenso social frente a los varones a quienes el ser padre no le supone una merma de su ascenso profesional. Además de eso, está el llamado techo de cristal, constituido de juicios y prejuicios invisibles sobre la mujer en puestas directivos. Esta mentalidad es, por lo menos, sorprendente desde una perspectiva humanista. Y significativa de la estandarización y manipulación cultural y social a la que estamos sometidos. Queremos ser como ellos.

Presencia

Con dicha mentalidad contrasta alguna experiencia que también creo significativa. Hace años llevamos haciendo un curso sobre la relación interpersonal y los caminos para hacer más viva la experiencia de presencia mutua en la vida matrimonial. En uno de los puntos, se les pregunta a los participantes: ¿quién es la persona que ha estado y está más presente en tu vida? Se excluye al cónyuge y a las figuras religiosas.  La respuesta mayoritaria suele ser el padre o la madre. Es la figura que está más presente, que marca más la vida de la persona, por la que se siente el agradecimiento mayor, que ha dado más esperanza en la vida. Ello quiere decir que la obra más decisiva y perdurable de una persona es ser padre o ser madre. No he visto que nadie responda: mi jefa, mi colaboradora…

Paradoja

En vista de esto, uno llega a la conclusión crítica de que hay que poner en cuestión las reivindicaciones de las mujeres centradas en llegar a ser como los hombres en la vida laboral y social. Llegar a tener más visibilidad y fama en la profesión, cobrar un sueldo mejor, es ciertamente una forma de alimentar la necesidad de validez que todos llevamos dentro como un impulso de superación. Pero tal como se plantea, es afirmar y confirmar una sociedad cada vez más competitiva y masculina; en lugar de una sociedad más femenina y maternal. La paradoja consiste en ver a miles de mujeres reivindicando un feminismo de rasgos masculinos.

Bastaría con preguntar a los jubilados para ver cuánto se acuerdan las empresas de ellos para las que han trabajado y gasto la mayor parte de sus vidas, cuánta motivación y alegría de vivir les aportan. Ciertamente el trabajo profesional es una forma de realización personal; es expresión del esfuerzo y la creatividad personal; pero puede convertirse en una gran compensación que termina en una gran frustración. La alegría de vivir va por otra parte.

    
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