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María, la mujer creyente

Pablo Largo, cmf -

De distintos santos se ha dicho que eran dignos de admirar por sus asombro­sas proezas ascéticas, pero imposibles de imitar. El Concilio enseña que la santidad de María fue, ya desde el primer instante, enteramente singular (LG 56), y añaden que fue una santidad arcana, profunda (nº 64); pero los Padres sinodales se cui­daron mucho de declarar que María es in­imitable: la presentaron como modelo pa­ra nosotros y declararon que un rasgo de la verdadera devoción a María es su imi­tación (cf. 67). Por lo demás, la doctrina conciliar se centra, no en la ascesis de María, sino en su vida teologal, ejercitada en medio de los trabajos y alegrías de ca­da día. Dado que estamos en el Año de la Fe, consideraremos la fe de la Madre del Señor.

Las facetas de la fe de María

La Constitución dogmática sobre la Iglesia menciona conjuntamente la fe, la esperanza y la caridad seis veces (nn. 8, 31, 41, 61, 64, 65), las tres últimas en el capítulo dedicado a María. No son virtu­des mutuamente extrañas; su vital víncu­lo recíproco se enuncia brevemente así: -La fe engendra la esperanza y obra por la caridad. (41).

No esperemos que el Concilio vaya a proponer una definición de fe para lue­go demostrar cómo cada línea se cum­plió punto por punto en María. Ese mo­do de proceder es más propio de un ma­nual; además, solo un año después de la promulgación de la Constitución sobre la Iglesia se aprobarla la Constitución sobre la revelación divina, cuyo número 5 ofre­ce, si no una definición, sí cierta descrip­ción de la fe como respuesta prestada a Dios que se revela; pero Lumen Gentium presenta varios trazos esenciales de la fe de María que importa comentar.

  1. En primer lugar, María es la virgen oyente que acepta el mensaje divino. La fe no es ejercicio de la fantasía que urde un bello relato de ficción en el que te asignas un papel estelar; es más bien cuestión de oído prestado a Alguien que entra en comunicación con nosotros, es acogida de su mensaje; no es cultivo de sueños nuestros (que pueden tener virtud estimulante y tera­péutica), sino escucha afinada del "sueño" de Dios. María, hija del pueblo de Israel, aceptó el mensaje de Dios a este pueblo y el mensaje dirigido a ella personalmente.
    En concreto, este se refiere, no a prin­cipios generales, sino a un aconteci­miento que la involucra por entero: concebirá y dará a luz al Salvador. Ese es el papel que le señala el querer de Dios; y María ejercita su fe abrazando de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno esta voluntad salvífi­ca (56). Se comprende así que Isabel la felicite efusivamente -a causa de su fe en la salvación prometida. (57).
  2. Reparemos en la expresión "de todo corazón": María no consiente con acti­tud desganada, miedosa y renuente, si­no con una fe y una obediencia libres (56). Distintos exegetas han puesto de relieve que el "hágase" de María CLc 1,38) está formulado en un modo ver­bal griego que se llama optativo, usa­do para expresar los deseos. El con­sentimiento de María es gozoso.
  3. Hay un nuevo rasgo de la fe que Ma­ría presta al mensajero de Dios en ese momento singular de la Anunciación: es una fe exenta de toda duda (63). Es­ta nota da un perfecto acorde con la anterior, porque la duda entorpece la decisión y ensombrece el gozo.
  4. María no vive la relación de fe como un asunto privado ("yo y mi Dios"), para su uso y beneficio personal, indiferente y ajena a la suerte del resto. El Concilio recuerda la doctrina de san Ireneo, que  afirmaba cómo María, mediante su fe, fue causa de salvación para ella y para toda la humanidad. Una de las formas de expresar la función salvífica de la fe y obediencia de María consiste en con­trastarlas con la desobediencia e incre­dulidad de Eva: el nudo que Eva ató con sus actitudes fue desatado gracias a las de María (56; cf. 61).

Avanzó en la peregrinación de la fe

Nos quejamos de que, en muchos ca­sos, la fe vivida y aprendida en la infan­cia se haya quedado anquilosada, como una vieja reliquia en estado de hiberna­ción, mientras que se desarrollan otras dimensiones de la persona: crece su mundo de experiencias, adquiere cono­cimientos y destrezas que la habilitan para la vida profesional, madura en su mundo de relaciones y en su capacidad de tomar decisiones, afina su sensibili­dad y cultiva con pasión sus aficiones. La fe de María no se quedó congelada en la fase infantil. Ella, que vive en un momento crucial de la historia de la sal­vación y la revelación de Dios, va más allá de lo recibido en la escuela domés­tica. Avanzó en la peregrinación de la fe. No dice el Vaticano Il que fuera una seguidora de Jesús durante el ministerio del Hijo; sencillamente recuerda varios momentos de este ministerio en que María está presente o se la menciona (Mc 3,35; Lc 11,27-28), para afirmar que no es la mera maternidad biológica y el vínculo natural de María con Jesús lo que se debe encarecer, sino su escucha y guarda de la palabra de Dios (58).
Un momento singular será el de la presencia de María junto a la cruz de Je­sús. El Concilio no admite que María ce. diera a la duda en aquel trance suma­mente duro y oscuro Ces lo que pensaba Orígenes); tampoco enseña de modo ex­preso que su participación creyente en el misterioso despojo de Jesús fuera "tal vez la más profunda "kénosis" de la fe en la historia de la humanidad. (así lo propo­ne Juan Pablo 1I en Redemptoris mater, nº 18). Lo que sí afirma el Vaticano Il es que María activó en aquel momento la fe ejercitada durante su vida: "Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, pa­deciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó en forma enteramente im­par a la obra del Salvador con la obe­diencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar la vida so­brenatural de las almas" (61).

Si tal fue la fe de María, tendrá algo que decir a la Iglesia como comunidad de fe, esperanza y caridad (8). En efecto, se la presenta -como tipo y ejemplar acabadísimo- de la Iglesia "en la fe y en la caridad. (53). Es su modelo en la conser­vación virginal de una fe Íntegra (64); de modo similar a como María avanzó en la peregrinación de la fe (58), la Iglesia ha de progresar en ella, así como en la es­peranza y la caridad (65).

Conclusión

Las notas de la fe-obediencia de María, según el Vaticano Il, serían estas: libre, gozosa (indicada implícitamente), exenta de duda, salvífica, en itinerario hacia su plena madurez, ejemplar. El papa Fran­cisco publicó el 29 de junio de este año la encíclica Lumen Iidei, cuyo argumento es precisamente la fe. Los números fina­les están dedicados a María, la creyente en que culmina el camino de fe del An­tiguo Testamento (58) e implicada en la confesión cristiana de fe (59); a ella, co­mo madre de nuestra fe, le pide el Papa que nos ayude a vivirla en la variedad de sus facetas (60).

    
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