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Madre de la fantasía

Gonzalo Fernández Sanz, cmf (Revista Iris de Paz) -

    El 19 de Mayo del año 2002 se hizo público un documento de la Santa Sede dirigido a los religiosos de todo el mundo. Su título era breve y expresivo: «Caminar desde Cristo». Lo que más me ha llamó la atención se encuentra en la tercera parte. En ella se nos invita a practicar la “fantasía de la caridad”. Confieso que al leer estas palabras, de indudable sabor italiano, lo primero que me vino a la mente fue la célebre película de Walt Disney titulada precisamente «Fantasía». No es usual que los documentos vaticanos utilicen términos tan desmelenados. Pero alguna vez suena la flauta. ¡Pues claro que sí! Donde hay amor se pone en marcha la fantasía de Dios.

¿Habéis caído en la cuenta de que con el paso del tiempo solemos acostumbrarnos a repetir las cosas? Hacer todos los días lo mismo nos da seguridad, pero también, casi sin apercibirnos, va haciendo de nuestra vida algo pequeño, aburrido, chato. ¿Qué sería del ser humano sin fantasía? ¿Cómo podríamos seguir viviendo sin soñar que las cosas pueden ser de otra manera? ¿Cómo es posible creer en Dios sin ir más allá de nuestro pequeño y raquítico mundo de planes, rutinas y frustraciones?

Meditando las palabras del Magníficat descubro a una María soñadora, a la que bien podríamos llamar «Madre de la fantasía». Os invito a adentrarnos en esas hermosas fantasías marianas, que no son ensoñaciones sino formas atrevidas de presentarnos al Dios verdadero y su designio sobre el mundo.
María sueña, en primer lugar, con ella misma. O mejor dicho, sueña con las repercusiones que va a tener en la historia el hecho de que Dios se haya fijado en su pequenez: «Ha mirado la humildad de su esclava». Imagina que todas las generaciones la llamarán bienaventurada, no porque ella se considere una superestrella, sino precisamente «porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí». ¿Cómo podía imaginar tales cosas una pobre muchacha de Nazaret, que no conocía más mundo que el pequeño trozo de Palestina? A nosotros mismos nos parecería absurdo si no fuéramos testigos de un hecho inexplicable: María, la muchacha pobre de Nazaret, ha estado y sigue estando en el corazón de millones de hombres y de mujeres a lo largo de estos dos mil años de historia. Nos sorprendemos contemplando las masivas afluencias a los santuarios marianos. No acabamos de comprender por qué muchas personas que no participan de la vida eclesial profesan una devoción honda e indestructible a la Virgen. Renunciamos ya a catalogar los miles de advocaciones mañanas y de obras artísticas sobre María. ¡Es la fantasía hecha realidad!

María sueña también con un Dios diferente, que se parece al Dios que había conocido desde niña, pero que va mucho más allá de lo imaginable. Podríamos decir que es un Dios de fantasía. Sí, el Dios de María es fantástico. Es un Dios que «extiende su misericordia de generación en generación», que cuida a los seres humanos como una madre que amamanta a su bebé. Es un Dios que a María no le inspira ningún temor sino, más bien, un estallido de gozo: «Se alegra mi alma en Dios mi Salvador». Hay muchos seres humanos que dicen no creer en Dios porque el Dios que les presentaron de niños era una máquina de meter miedo, no el Padre que pone el corazón en danza y hace bailar a los cojos. ¿No es este Dios de la alegría el que puede hacernos felices como nunca hemos imaginado? ¡Es la fantasía hecha realidad!

María sueña, finalmente, con un mundo libre y justo, en el que «los ricos son derribados de sus tronos y los pobres son enaltecidos». María imagina una humanidad convertida en familia de Dios. Cuando ella vivió en la Palestina del primer tercio del siglo I, prácticamente el noventa por ciento de la población era pobre. Hoy, a comienzos del siglo XXI, dos terceras partes de la humanidad viven con dificultades. Es un hecho tan macizo que a duras penas podemos imaginar un mundo diferente. Y, sin embargo, es posible. El planeta tierra tiene recursos suficientes para alimentar a sus más de seis mil millones de habitantes: «A los hambrientos los colma de bienes». El conflicto entre israelíes y palestinos no es eterno. Cada vez habrá más hombres y mujeres que cuiden de la tierra como de su propia casa.

Hace más de treinta años John Lennon escribió una de sus canciones más célebres: «Imagine». Sus palabras se han convertido en un himno: «Imagina a todo el mundo viviendo en paz hoy». María también nos invita a imaginar, pero su fantasía no es sólo un deseo. ¡Es una claraboya por la que se ve el final de la historia! Su fantasía es la fantasía de Dios.     
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