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Luz artificial

Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -

¿Qué utilidad tiene una vieja linterna de mano? Bueno, su luz puede ser muy útil en plena oscuridad, pero viene a ser superflua e imperceptible al sol del mediodía. Sin embargo, esto no significa que su luz sea mala, sólo que es débil.

Si guardamos esa imagen en nuestras mentes, veremos una gran ironía y una profunda lección en los Evangelios cuando se describe el arresto de Jesús. El Evangelio de Juan, por ejemplo, describe su arresto así: “Judas condujo la cohorte a este lugar junto con los guardias, enviados por los jefes de los sacerdotes y los fariseos, todos trayendo linternas y antorchas.” Juan quiere que veamos ironía en esto, a saber, las fuerzas de este mundo han venido a arrestar y poner a prueba a Jesús, la Luz del mundo, portando una luz artificial y débil, una linterna ante la Luz del mundo, mortecina luz ante el fulgor del sol del mediodía. También, señalando esta ironía, los Evangelios ofrecen una segunda lección: desde el momento en que ya no caminemos más a la luz de Cristo, volveremos invariablemente a la luz artificial.

Esa imagen -creo yo- puede servir como aguda metáfora de cómo la crítica que la Ilustración ha hecho de nuestra creencia cristiana en Dios se detiene ante lo que está criticando. Esa crítica tiene dos púas hirientes:

La primera púa es ésta: la Ilustración (el Pensamiento Moderno) refiere que el Dios que generalmente es presentado por nuestras Iglesias cristianas no tiene ninguna credibilidad porque ese Dios es simplemente una proyección del deseo humano, un dios hecho a nuestra propia imagen y semejanza y un dios que podemos manipular siempre para servir a nuestro auto-interés. Creer en tal dios -dicen ellos- es adolescente en eso que se predica con cierta ingenuidad, en una ceguera intelectual que puede ser desbordada y remediada por una dura mirada a la realidad. Una mente iluminada -se afirma- ve la creencia en Dios como auto-interés y como ceguera intelectual.

Hay mucho que decir, positivamente, por esta crítica, dado que mucho, mucho del ateísmo es un parásito derivado de un mal teísmo. El ateísmo se alimenta de la mala religión y, sin duda, muchas de las cosas que hacemos en nombre de la religión son hechas sin auto-interés ni ceguera intelectual. ¿Cuántas veces, por ejemplo, la política ha usado la religión para sus propios fines? La primera púa de crítica que la Ilustración hace de la creencia cristiana es un saludable desafío a nosotros como creyentes.

Pero está la segunda púa de esta crítica que -creo yo- se pone como una linterna, una débil luz, empequeñecida al sol del mediodía. Lo central para  la crítica de la Ilustración sobre la creencia en Dios es su afirmación (quizá mejor llamado prejuicio) de que la fe es una ingenuidad, algo como creer en Santa Claus y el Conejito de Pascua, de lo que nosotros pasamos cuando maduramos y abrimos nuestras mentes más y más al conocimiento y lo que es empíricamente evidente en el mundo. Lo que vemos a través de la ciencia y la observación honrada -creen ellos- pone eventualmente a muerte nuestra creencia en Dios, exponiéndola como ingenuidad. En esencia, la afirmación es que si tú afrontas los duros hechos empíricos de la realidad sin parpadear, con honradez y coraje, dejarás de creer en Dios. En verdad, la misma palabra “Ilustración” implica esto. Es sólo la mente no-ilustrada, pre-modernista la que aún puede creer en Dios. Moverse más allá de la creencia en Dios es ilustración.

Por desgracia, la Cristiandad ha interiorizado con frecuencia este prejuicio y lo ha expresado (y continúa expresándolo) en muchas formas de temor y anti-intelectualismo en nuestras iglesias. Demasiado frecuentemente, sin querer, nosotros estamos de acuerdo con nuestros críticos en que la fe es una ingenuidad. Lo hacemos creyendo la misma cosa que afirman nuestros  críticos, esto es, que si estudiáramos y miráramos las cosas bastante duramente, perderíamos eventualmente nuestra fe. Mostramos esto en nuestro temor de la academia intelectual, en nuestra paranoia sobre la sabiduría secular, en algunos de nuestros temores sobre el conocimiento científico y avisando siempre a la gente para que se proteja a sí misma contra ciertas verdades inconvenientes en el conocimiento científico y secular. Haciendo esto, nosotros, de hecho, concedemos que la crítica hecha contra nosotros es verdadera y, aun peor, mostramos ese hecho de que no pensamos que la verdad de Cristo resistirá al mundo.

Pero, dada la aguda metáfora señalada en el arresto de Jesús, hay otro modo de ver esto: Después de que hemos concedido la verdad de los legítimos logros de la ciencia y la sabiduría secular y afirmado que necesitan ser abrazados y no defendidos en contra, entonces, a la luz de la metáfora de Juan (mundanas fuerzas que llevan linternas y antorchas para arrestar la Luz del mundo con el fin de ponerla a prueba) nosotros deberíamos ver también qué turbias son las luces de nuestro mundo, no la menor, la crítica de la Ilustración.

Las linternas y las antorchas son útiles cuando el sol ha desaparecido, pero las eclipsa por completo la luz del sol. El conocimiento mundano también es útil a su propio modo, pero queda más que empequeñecido por la luz del Sol.

    
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