Lunes tercero de cuaresma

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Hoy coincide la fiesta de San Juan de Dios con la lectura que narra la curación de Naamán, el sirio, por el profeta Eliseo.

Siempre nos llaman la atención los pasajes en los que se describen hechos portentosos, sobrenaturales, signos por los que se demuestra la actuación divina en nuestra historia, y desde nuestra forma de pensar, los solemos relacionar con grandes demostraciones de poder.

Sin embargo, si consideramos la enseñanza que hoy nos ofrece la Palabra, como en tantas otras ocasiones, sorprende la relación que presenta el texto bíblico entre los hechos más extraordinarios y las mediaciones más sencillas. Para decir de manera evidente de dónde viene la fuerza.

(JPG) El protagonismo de la criada judía en casa del general del ejército del rey de Siria, que da noticia a su señora del profeta Eliseo, que vive en Samaría, los consejos de los criados de Naamán ante su resistencia para aceptar las recomendaciones del profeta porque le parecían poco espectaculares, la virtud de las aguas del Jordán, un río casi insignificante en comparación con el Abana y el Farfar, en Damasco, que limpiaron la carne enferma del personaje extranjero, los ejemplos que pone Jesús en el Evangelio de la viuda de Sarepta, frente a la cerrazón de sus paisanos, nos demuestran el modo de actuar de Dios, a través de lo humilde, de lo sencillo, y hasta de lo desechado por los seguros y entendidos de este mundo.

En la Historia de la Salvación y en la historia de la Iglesia se comprueba que las mediaciones de la gracia son, en muchas ocasiones, ostentosamente desproporcionadas en comparación con los efectos que Dios deja sentir en el corazón de los creyentes.

Si volvemos al ejemplo de San Juan de Dios, nos reafirmamos en cómo el Señor, a través de instrumentos débiles, lleva a cabo la obra maravillosa de su amor hacia el ser humano, especialmente hacia los más desfavorecidos.

Juan Ciudad, así se llamaba quien iba a ser después el fundador de la Orden Hospitalaria. De él no se sabe del todo dónde nació, y sí se sabe que vivió como criado en Oropesa, cuidando ganados, y que fue voluntario en varias guerras por huir del acoso de su amo, que lo pretendía casar con su hija. Se encuentra con el Señor un 20 de enero, durante la predicación de San Juan de Ávila en Granada. Emigrante, librero, tenido por loco, lleva a cabo una obra de amor en favor de los más enfermos y despreciados de la sociedad.

Una vez más se demuestra que Dios escoge lo débil del mundo para confundir a los fuertes. Y para saber discernirlo, recemos con el salmista: “Envía, Señor, tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada” (Sal 41).

    

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