
Amor romántico
Los analistas nos hablan de la evolución del sentimiento amoroso: habríamos pasado del amor vivido como pasión, al amor vivido como sentimiento romántico, y de éste al amor posmoderno. En el amor–pasión, el sentimiento amoroso está muy vinculado al atractivo sexual; tendía a la fusión; era posesivo; tendía a sacar de la rutina y de los convencionalismos. El amor romántico aparece como una revelación inesperada: puede ser en forma de flechazo, o en forma de progresiva seducción y enamoramiento. El sentimiento amoroso es vivido en términos de totalidad, radicalidad y perduración. Afecta a la propia identidad personal, se configura como un original proyecto de vida en común. Cada matrimonio era único aunque hubiera muchas pautas sociales; los códigos de acercamiento y de seducción eran la presencia física, la palabra, el mensaje a través de los amigos; normalmente el varón tomaba la iniciativa del acercamiento. Y la relación nacía como una conquista mutua, fascinados por las cualidades del otro; su belleza, su honradez, su responsabilidad, su seguridad. El juego de la seducción era un juego de deslumbramiento y de idealización recíproca. Estaba lleno de promesa y compromiso. Se vislumbraba que el amor iba a ser eterno.
Amor posmoderno
El amor posmoderno nace como un juego amoroso; está centrado más en la relación recíproca que en la persona del otro. Se vive como fragmento; es contingente; surge sobre la base de la igualdad emocional y la adaptación; es el amor débil; el amor fragmentario; solo se atreve con los pequeños relatos. Está teñido de provisionalidad: mientras la relación vaya bien y sea satisfactoria, Según A. Giddens la nueva forma de vivir el sentimiento amoroso implica algunas condiciones imprescindibles; la primera es la autonomía personal, es decir, se vive un proyecto de vida personal que se une a otro de la misma característica. En segundo lugar está la condición de la intimidad personal, pero sin que la intimidad sexual esté vinculada a la reproducción, ni siquiera al amor. La sexualidad es muy plástica. En tercer lugar, el sentimiento amoroso de la pareja está vinculado a la igualdad entre varón y mujer; se vive el amor no desde la idea de entrega al otro sino desde el equilibrio de poder. La biografía común se teje en pequeños relatos amorosos; los códigos del acercamiento y de la seducción inicial está mediatizados por las nuevas tecnologías de la comunicación: redes sociales, chats, sms. Y no se llega a construir una biografía unitaria.
El amor posmoderno ha perdido la dimensión pública y social; se ha individualizado y privatizado. No necesita papeles ni testigos ni celebración especial. Reivindica la configuración personal del afecto sin tener en cuenta las pautas y los roles sociales, ni el dinamismo de la sexualidad. Por eso hay muchas más decisiones que negociar; abundan las dudas y las incertidumbres; la relación matrimonial se hace más compleja; se multiplican los conflictos y el miedo al futuro. Por eso hay que asegurarse en sí mismo y no en el amor del cónyuge. De ahí que se parta de la separación de bienes, de tener cada uno su cuenta corriente, cada uno sus amigos, cada uno su espacio y su tiempo. Y más tarde, tener hijos pero sin que signifiquen demasiada implicación y complicación, porque la propia carrera profesional es irrenunciable. Y el descanso. Y las diversiones.
Visto todo, ¿qué queréis que os diga. Que yo prefiero el amor romántico. Que lo prefiero para mí como sacerdote. Y para los muchos matrimonios, que están siendo buena noticia en nuestra sociedad.




