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Los sacramentos: El bautismo

Gonzalo Fernandez Sanz, cmf -
    El bautismo es el sacramento del agua. Por el sacramento, el agua que ya somos se convierte en un verdadero surtidor de vida eterna

Tal vez no sea muy riguroso, pero sugiere. Lo leí en un panfleto comercial: «El hombre se compone de las siguientes partes: el fósforo de 6.000 cerillas, la grasa de 50 velitas o de 15 pastillas de jabón, la cal suficiente para blanquear un gallinero, el hierro de 10 agujas de tres centímetros de longitud, 20 cucharadas de sal, glicerina suficiente para producir 15 kilos de explosivo, un poco de azúcar, un poco de cobre, 14 kilos de huesos, 1.100 gramos de piel, cerca de 50 litros de agua y un par de cosillas más». ¡Cerca de 50 litros de agua! Somos agua. Somos un verdadero río en el que nunca nos bañamos dos veces. No es suficiente, pues, decir que el agua purifica, limpia, refresca, riega, destruye, produce, fecunda, mata... Hay que decir que, en gran medida, somos agua.Nos formamos en esa sal marina que es líquido amniótico y seguimos viviendo a base de moléculas de hidrógeno y oxígeno
misteriosamente combinadas.

El bautismo es el sacramento del agua. Cualquier significado pasa a través de este símbolo primordial. Derramar unas gotas de agua sobre la cabeza o sumergir el cuerpo entero en una piscina es juntar vida con Vida. El agua que ya soy se convierte, por la acción del sacramento, en un verdadero surtidor de vida eterna. Cada célula de mi cuerpo acuoso es sellada con la marca de fábrica: «Tú perteneces al reino del Agua viva». Todo mi ser, liberado de los malos inquilinos, es devuelto a su verdadero dueño. ¿Sumergirme en el agua apenas nacido? ¿Hacerlo de adulto tras un largo catecumenado? ¿Celebrar conjuntamente toda la iniciación? Ya sé que estas consideraciones no resuelvan las zozobras de tantos que siguen buscando la mejor manera de armonizar teología, liturgia y pastoral, algo descoyuntadas por una historia vacilante. La pretensión es más sencilla. Yo, bautizado, de cualquiera que haya sido mi biografía creyente, mi camino de iniciación, ¿puedo comprender de una manera nueva el sacramento recibido? ¿Qué significa que el agua que viene de fuera (símbolo de la gracia) se junte con el agua que ya soy por dentro (símbolo de mi naturaleza)? ¿De qué manera el bautismo purifica el mar contaminado que yo soy con el agua pura del manantial que es Cristo?

Alguna vez, a la edad que sea, alguien tiene que ayudarme a bucear en esta realidad simbólica, en este río de significados. La orilla inabarcable, misteriosa. Nunca entenderemos qué significa que, por el agua nueva, lleguemos a ser hijos de Dios y hermanos de todo hombre y mujer. Pero cuanto más exploremos la orilla de acá más dilatada será nuestra capacidad para agradecer el don recibido.

A lo largo del camino catecumenal o muchos años después es bueno que alguien me ayude a entender la prehistoria del sacramento, que me recuerde que, al principio, el espíritu de Dios se cernía sobre las aguas y que Israel se hizo como pueblo tras cruzar las aguas del mar Rojo, que Jesús se puso a la cola de los que fueron bautizados por Juan, y que, puestos a buscar, el agua es -según Jung- uno de los arquetipos primordiales de la humanidad. Pero, para que no sienta que el sacramento es una simple capa que me envuelve, un rito desconectado de mis entrañas, es necesario que alguien me ayude a caer en la cuenta del agua que yo soy. Sobre esta pobre agua, mezclada con un poco de fósforo y sal, desciende el Espíritu del Padre y del Hijo para dilatar mis moléculas de oxígeno y de hidrógeno hasta más allá de sí mismas. El agua santificada en el bautismo es un agua con denominación de origen. Puedo andar por la vida con otra dignidad.     
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