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Lita y Mirna

Salvador León Belén, cmf -

    Lavar, planchar, cocinar, limpiar. Limpiar, cocinar, planchar, lavar... Esa es la cotidiana y monótona tarea que Lita y Mirna realizan en la casa seminario y en la comunidad de los misioneros claretianos. Los alimentos bien sabrosos y bien cocinados y la ropa bien limpia y bien planchada siempre están a punto, todo hecho con exquisita calidad, con esmero y sumo cuidado, con amor a las pequeñas cosas donde demuestran la grandeza de dos corazones que cada día ponen lo mejor de ellos mismos para los demás.

    Cada día amanecen para sus quehaceres domésticos, familiares, laborales con verdadera actitud de servicio, sencillez y agradecimiento. Son dos mujeres como “la copa de un pino”, muy humanas. Durante el tiempo que he podido convivir con ellas, he visto que saben regalar maternidad, coraje, sonrisas, honradez y perseverancia. En la cercana y confidencial comunicación confiesan que han pasado y están pasando por duros momentos pero saben estar en campo de batalla de una vida que no les ahorra esfuerzos, sacrificios y alguna que otra sombra prolongada. Lita y Mirna no se dan por rendidas cuando aparecen las dificultades porque son luchadoras, alegres, valientes, humildes. Llevan en el corazón la ley del amor y todo lo hacen con el cariño y la sabiduría acumulados en su historia y en las circunstancias que les ha tocado vivir.

    Desde la seis de la mañana ya están firmes en sus puestos de trabajo. Ya están preparadas para tomar mansamente los sabrosos sorbos de buen mate. Son dos “perlas preciosas” dentro del seminario claretiano. A todos los moradores de la casa – seminaristas y comunidad – saben querer, servir, escuchar. No se quejan de sus trabajos, antes bien lo agradecen y bendicen. Ponen todo su empeño en hacer bien y en amar bien. Saben estar y saben callar. Se sienten muy queridas y acompañadas por todos los misioneros.

    Ninguna de ellas renuncia a mostrar su solidaridad cuando se trata de “arrimar el hombro” y de colaborar todavía más cuando las situaciones lo requieren. De esta forma saben hacer más llevaderas las cargas, las penas y los momentos difíciles que actualmente está pasando Mirna con la enfermedad de un familiar en situación irreversible.

    Hace tiempo que aprendieron a tomar la cruz de cada día, a saber que “cada día tiene su afán”, que cuando el amor y la fe se comparten, todo queda más iluminado. En el cumplimiento de la voluntad de Dios encuentran fuerza, consuelo y esperanza. Colocaron a Dios en el centro de sus vidas y eso se nota. Lita y Mirna están con nosotros ¡Son nuestros tesoros!

    
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