La valla de Melilla
Vallas y trincheras, alambres de púas ensangrentadas. Ignominiosos autobuses no identificados. Subsaharianos deportados, sin papeles, adelantados de la muerte para contar en el «más allá» la falta de bondad y de ternura en nuestra triste historia del «más acá». Muchos días vigilando esposados, hacinados, con pocos alimentos, hundidos en arenas calcinadas. Alambrada sin rostros, sólo con despojos enganchados de los que alguna vez tuvieron rostro y ansias de vivir. Pero que quede ahí su sangre, testimonio. Cómo nos envilecemos los humanos, genocidas por el egoísmo del bienestar que acaparamos y del que no queremos prescindir. ¿Alguna vez dejaremos, prendido y desgarrado en los alambres, nuestro consumismo acumulado, insolidario, tan vacío? Busquemos los rostros que perdieron sus escasas pertenencias en las alambradas de la vergüenza que entre todos hemos tejido. Y, un poco más desnudos, recorramos los caminos, haciendo de nuestras propias vidas centros de atención y acogida. Y decirle a cada propietario de estos despojos: Te invito a que vivas y a que te alegres conmigo.
Cuando piense en los demás, lo deje todo y sepa abandonarme totalmente.
Cuando me duela y sienta el sufrir de los ignorados.
Cuando no emplee la violencia, la ira, el enfado, la tristeza.
Cuando no juzgue ni condene a los demás por lo que son y lo que hacen.
Cuando sepa ver la bondad que tienen las personas...
Si me parara un momento para mirar a los demás.
Si tendiera la mano fuera de mí mismo.
Si fuera soga salvavidas de los que se hunden.
Si sobre mis hombros llevara algo del sufrimiento de una humanidad que grita.
Sólo entonces...
Sí, ¡sólo entonces!
FPR