La palabra evangelizadora de Jesús.

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    Parece una perogrullada. La pa­labra de Jesús es evangélica. Es anuncio de la Buena Noticia del reino de Dios que llega trayendo consigo la liberación, la justicia y la paz. Hay, sin embargo, en las palabras de Jesús una dimensión que merece un nuevo interés. Se trata de contemplar la palabra de Jesús no ya desde el punto de vista del significado o de su relación con la praxis, sino desde el punto de vista del lenguaje, precisamente como palabra humana del Mesías de Dios.

Palabra breve y concisa.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos. La voz de Jesús en vivo se nos ha ido para siempre. Nos quedan las palabras que confió a la memoria y al corazón de sus discípulos. A través de ellos llegamos a saber que Jesús no fue un charlatán. Tampoco hizo voto de silencio. Debió ser parco en palabras. La mayor parte de su vida está para nosotros envuelta en el silencio. No sabemos nada de ella. Jesús de Nazaret no pronunció largos discursos; no escribió gordos tratados ni siquiera opúsculos. No andaba con maletas de libros y de fotocopias recorriendo los caminos de Palestina para anunciar la Buena Noticia. Fue un hombre del pueblo, aprendió a pensar y hablar como lo hacía la gente de su pueblo.

Usaba con profusión el paralelismo antitético:«el sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado» (Mc 2,27). Los expertos cuentan más de un centenar de estas expresiones en los evangelios sinópticos.

No es el suyo un lenguaje cerrado. Propone enigmas cuyo significado tiene que descubrir el interlocutor: las palabras relativas al Bautista (Mt 11,11), a los violentos (Mt 11,12), a Elias (Mc 9,11). Jesús dialoga con la gente, hace preguntas, es vivo y directo; interroga e interpela: ¿qué quieres que yo te haga? (Mc 10,51); ¿y vosotros quién decís que soy yo? (Mc 8,29). La palabra de Jesús brota de la vida, de los sentimientos que le produce el encuentro con las personas, las situaciones y acontecimientos. Suscita admiración, preguntas, perspectivas nuevas. Articula sus palabras desde las aspiraciones de los otros y desde su experiencia del Padre.

Palabra evangelizadora

Si el estilo es el hombre, la índole de la palabra de Jesús nos revela su persona. Según esto Jesús debió ser un hombre feliz. Sus palabras y mensajes transmiten alegría, transmiten buenas noticias. Son palabras de vida.«¿A quién iríamos? Tu tienes palabras de vida eterna», así lo confiesa Pedro en nombre de todos los discípulos (Jn 6,69). De la manera que Jesús habla, viva y creadora, sólo puede hablar Dios mismo. Una revelación tan lúcida de los vacíos y aspiraciones, de las trampas y los pecados, de las alegrías y esperanzas del corazón humano, sólo puede hacerla Dios mismo. Escucharle a él es escuchar a Dios; oír su voz es percibir la voz de Dios.

La palabra de Jesús termina por convertirse en Palabra de Dios. Por eso al mismo tiempo que el neologismo Abbá, emplea Jesús el pasivo divino para referirse a la presencia activa del Padre en la vida.

Palabra poética

Jesús no es un razonador. Su mente es intuitiva y rápida. Utiliza un lenguaje popular y directo. No es el abstracto su mundo intelectual. No aprendió el lenguaje abstracto de los filósofos y de los teólogos. Tampoco la retórica de los políticos. Se expresa en imágenes, refranes, aforismos, comparaciones tomadas de la experiencia de la vida y de la tradición bíblica. Se esfuerza por recrear las palabras y los símbolos que ya se encuentra: ¿Con qué compararemos el reino de Dios, a qué se parece? Jesús recurre a la metáfora como forma de sugerir, de decir lo inefable.

Utiliza la parábola con maestría. Se trata de un género profético sapiencial que destaca la creatividad poética de Jesús de Nazaret y tiene gran fuerza expresiva y comunicativa. Cuando Jesús recurre a las palabras del Antiguo Testamento las libera y recrea. Es capaz de verlas con nuevo resplandor.«habéis oído que se dijo…, pero yo os digo». En las viejas palabras Jesús descubre nuevas dimensiones. En la imagen de la zarza ardiente lee Jesús que Dios es un Dios de vivos (Lc 20,38).

Si el seguimiento como identidad cristiana es pasión por Jesucristo y proseguimiento de su causa evangelizadora, incluye también la fascinación por su forma de hablar y de comunicar. También esta dimensión tiene que ver con la fidelidad y vitalidad del seguimiento. El discípulo vive pendiente de los labios del maestro, como María de Betania. Le interesa el contenido del mensaje de Jesús, pero también el tenor y estilo de sus palabras.