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La Navidad como haciendo trizas los recipientes de nuestras expectativas

Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -

Resulta curioso cómo Dios deshace invariablemente los recipientes de nuestras expectativas. Nosotros tenemos cierta idea de cómo Dios debería actuar, y Dios acaba actuando de un modo que frustra todas esas expectativas; y, aun así, cumple nuestras expectativas más profundamente. Eso es ciertamente la verdad de lo que sucedió en Belén en la primera Navidad.

Durante siglos, hombres y mujeres de fe, conscientes de su imposibilidad de rectificar todo lo que estaba mal en la vida, habían estado rogando para que Dios viniera a la tierra como Mesías, Salvador, a limpiar la tierra y enderezar todo lo que en ella estaba torcido. Exactamente cómo iba a suceder esto fue quizás más un primer anhelo de justicia, una deseosa esperanza, que cualquier género de visión clara, al menos hasta que aparecieron los grandes profetas judíos. Al fin, profetas como Isaías empezaron a articular una visión de lo que sucedería cuando llegara el Mesías. En estas visiones, el Mesías anunciaría una “Era Mesiánica”, un tiempo nuevo, cuando todo se haría bien. Habría prosperidad para los pobres, sanación para los enfermos, libertad de todo género de esclavitud, y justicia para todos (incluso castigo para los malvados). Los pobres y los mansos heredarían la tierra porque el Mesías, por largo tiempo esperado, simplemente dominaría todo mal, ahuyentaría a los malvados de la faz de la tierra y haría todas las cosas bien.

Y después de todos esos siglos de espera, de anhelo, ¿qué logramos? ¿Qué logramos? Un niño desvalido y desnudo, incapaz de alimentarse por sí solo. Nadie esperaba que esa fuera la manera de que esto sucediera. Habían esperado a un Superhumano, una Superestrella, alguien cuyo músculo, talento, estatura física, invulnerabilidad e invencibilidad simplemente achicaría todos los poderes que hubiera en el planeta de una manera que no pudiera haber ningún argumento, ni resistencia, ni oposición a su presencia.

Esa es aún, en su mayor parte, la manera en que fantaseamos cómo el poder de Dios debería funcionar en nuestro mundo. Pero, como sabemos desde la primera Navidad, esa no es normalmente la manera de actuar por parte  de Dios. Lo que fue revelado en Belén es que normalmente nos encontramos con la presencia y el poder de Dios en nuestro mundo a modo de un niño desvalido tendido en la paja, vulnerable, aparentemente impotente, que nos conmueve subliminalmente.

¿Por qué? ¿Por qué el todopoderoso Creador del universo no muestra más músculo? ¿Por qué Dios normalmente se revela más en el cuerpo de un niño que en el de una Superestrella? ¿Por qué? Porque el poder de Dios actúa para ablandar los corazones más bien que para quebrarlos, y eso es lo que la  vulnerabilidad y la debilidad pueden hacer. Eso es lo que pueden hacer los niños. El poder de Dios, al menos el poder de Dios de introducirnos en la intimidad de uno con otro, no funciona normalmente por medio del poder, los músculos y la frialdad (invulnerabilidad). Funciona por medio de muchas cosas, pero funciona con especial poder por medio de la vulnerabilidad y debilidad. La intimidad se afirma sobre la vulnerabilidad. Tú no puedes forzar a otra persona a hacer que te ame, a no ser que fuerces su corazón de la manera como lo hace un niño. Nosotros podemos seducirnos unos a otros por medio del atractivo, despertar admiración por nuestros talentos e intimidarnos unos a otros por superior fuerza, pero ninguno de estos valores proporcionará al fin la base para una comunidad de vida compartida por  mucho tiempo… pero la impotencia e inocencia de un niño pueden proporcionar eso.

El poder de Dios, como un niño durmiendo en su cuna, se ubica en nuestro mundo como una callada invitación, no como una amenaza u opresión. Cuando Jesús se encarnó en nuestro mundo en Belén, hace dos mil años, y más tarde murió aparentemente desamparado en una cruz en Jerusalén unos treinta años después, esto es lo que fue revelado: el Dios que se encarna en Jesucristo entra en el sufrimiento humano en vez de mantenerse ajeno a él, está en solidaridad con nosotros en vez de quedarse separado de nosotros, manifiesta que la ruta hacia la gloria es descendente en vez de ascendente, se sitúa con los pobres e impotentes en vez de estar con los ricos y poderosos, invita en vez de coaccionar, y se revela más en un niño que en una superestrella.

Pero eso no siempre es fácil de comprender ni aceptar. Con frecuencia estamos frustrados e impacientes con Dios, quien -como dice la escritura- puede parecer lento en actuar. Jesús prometió que los pobres y mansos heredarían la tierra, y esto  parece desmentido para siempre por lo que de hecho está pasando en el mundo. Los ricos se están haciendo más ricos, y los pobres no parecen estar heredando mucho. ¿De qué sirve un niño desvalido a propósito de esto? ¿Dónde vemos actuando el poder mesiánico?

Bueno, de nuevo los recipientes de nuestras expectativas necesitan ser hechos trizas. ¿Qué significa “heredar la tierra”? ¿Ser un superestrella? ¿Ser rico y famoso? ¿Tener poder sobre los demás? ¿Entrar en una estancia y ser reconocido y admirado instantáneamente como influyente e importante? ¿Es esa la manera como “heredamos la tierra”? O bien, ¿“heredamos la tierra” cuando una frialdad es disipada en nuestros corazones y somos devueltos a nuestra original bondad por la sonrisa de un niño?          

    
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