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La Infancia Misionera enseña a acoger

José Beltrán (Revista Misioneros) -

No pasar de largo ante la persona caída, aplastada o herida; ante el perseguido, enfermo, abandonado o empobrecido; ante el que se ha visto obligado a huir, por peligro o necesidad; o ante el que, en definitiva, ha visto arrebatada su dignidad, es lo que nos enseña, con su testimonio de vida, todo misionero y misionera. Y una escuela en los valores del Evangelio, como es la Infancia Misionera, no podía ser ajena a este gesto tan propio del que se dice católico. Después de que, en los últimos cuatro años, esta Obra Pontificia nos haya propuesto un recorrido por Asia, África, Oceanía y América, buscando, encontrando, siguiendo y hablando de Jesús, ahora quiere centrarse de manera especial en los niños de Europa, para cultivar junto a ellos el espíritu de acogida en todo el mundo.

Es esta, por tanto, una buena ocasión para asomarse a un fenómeno en el que se pone a prueba esta capacidad de recibir, atender e integrar al otro. Se trata de la  realidad de los niños inmigrantes. Con papeles o sin ellos, se enfrentan al desarraigo, a la exclusión social, a una crisis que se ceba con sus familias... Situaciones, todas ellas, que exigen una respuesta comprometida, comenzando por aquellos con los que comparten el pupitre o el banco de su parroquia. Toca mirar a Europa para abrir la puerta a aquel que viene de fuera e integrarle como a uno más. Aceptar y valorar la riqueza que implica el que aquellos con los que se comparte el recreo sean diferentes por el color de su piel o porque nacieron a unos cuantos miles de kilómetros, pero que, en el fondo, son iguales.  
Casa de puertas abiertas

Las palabras “acogida” e “integración” se hacen indispensables para cualquier católico. De hecho,   la presión migratoria hacia nuestro país ha tenido en la Iglesia una casa de puertas abiertas en la que recibir respuestas y, sobre todo, afecto y escucha, ante la orfandad que conlleva dejarlo todo, con el esfuerzo puesto en alcanzar un futuro mejor. Instituciones de la Iglesia han tratado de mitigar los abusos que se puede encontrar quien busca trabajo sin unos papeles en regla y sin apenas conocer la lengua, y han puesto consuelo cuando la crisis hace aún más cuesta arriba la existencia.

Según un informe reciente sobre movimientos migratorios en nuestro país, el 10% de los niños y jóvenes de 0 a 17 años que residen en España han nacido fuera de ella; alrededor de un millón de menores tienen nacionalidad extranjera, siendo Rumanía, Ecuador y Marruecos quienes encabezan la lista de países de procedencia. Los estudios demográficos también confirman que España se encuentra entre las naciones de Europa en las que el crecimiento de población inmigrante ha sido más acelerado, una situación que no se ha traducido en graves problemas de convivencia e integración ante las nuevas realidades. Al menos, hasta ahora. En cambio, sí están recayendo en ellos de forma más voraz los efectos de la crisis y las medidas de ajuste. Basta observar cómo la tasa de paro entre la población inmigrante duplica la media española. ¿En qué se traduce esta situación para los niños? El empobrecimiento de aquellos que decidieron dejarlo todo para buscar un mejor futuro en nuestro país se refleja en una tasa de pobreza alta del 15,6% entre los niños de origen extranjero, y de menos de la mitad –un 6,2%– entre los autóctonos.  

Rupturas constantes

“Vivir en un país extranjero, sin puntos de referencia reales, les genera innumerables trastornos y dificultades, a veces graves, especialmente a los que se ven privados del apoyo de su familia”, señala el Papa en su Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado de 2010, donde se detiene a analizar dos problemas acuciantes de los menores. “Un aspecto típico de la emigración infantil es la situación de los chicos nacidos en los países de acogida o la de los hijos que no viven con sus padres, que emigraron después de su nacimiento, y que se reúnen con ellos más tarde. Para estos chicos es desgarrador, son rupturas constantes”, apunta, para hacer hincapié en el hecho de que “estos adolescentes forman parte de dos culturas, con las ventajas y las problemáticas ligadas a su doble pertenencia, una condición que, sin embargo, puede ofrecer la oportunidad de experimentar la riqueza del encuentro entre diferentes tradiciones culturales”.  

“Padre Patera”

Si bien los niños extranjeros tienen reconocido el derecho a acudir a la escuela y el acceso a la atención sanitaria gratuita, aquellos que se encuentran en situación irregular ven mermada la igualdad de oportunidades en otros aspectos, como acceder a todo tipo de becas y ayudas. Esta  realidad la vive de primera mano Isidoro Macías, más conocido como el “Padre Patera”. “En la casa, tenemos ahora mismo cuatro niños escolarizados a los que se les ha denegado la beca del comedor, siendo los que más lo necesitan. Como ellos no comprenden de leyes, el otro día me comentó uno que por qué los blancos sí podían comer allí y ellos no”, explica este franciscano de la Cruz Blanca, que confirma cómo los niños españoles han sido sensibles a la realidad de la inmigración. “No he visto en la escuela ningún gesto de discriminación hacia ellos, más bien todo lo contrario. Por suerte, los niños españoles no están tan intoxicados por la sociedad de consumo, y tienen los valores de la caridad y la solidaridad muy arraigados. Es más, hace una semana fui a un colegio de la zona a dar unas charlas de concienciación, y ahora han decidido que van a recaudar dinero para ayudar a aquellos que solo se diferencian de ellos en el color de su piel”.

Una década después de que saltara a todos los medios de comunicación por acudir al rescate, a pie de playa, de las mujeres y niños que se lanzaban al Estrecho confiados en que al otro lado se encontraba “el paraíso”, el “Padre Patera” –ya casi nadie le llama por su nombre de pila en Algeciras– confirma que pocas cosas han cambiado. “Esto es cíclico. La opinión pública se olvida de las pateras, pero siguen llegando, porque las mafias continúan actuando. Pero, frente a estas situaciones de dolor, sigo percibiendo la misericordia de Dios, cómo Él actúa poniendo su mano debajo de cada Zodiac”, comenta, si bien reconoce que “cuando realmente se me ponen los pelos de punta es al ver a los niños en brazos de su madre. Llevan puestos solo los pañales y sobreviven a la travesía gracias al calor de su madre, que les arropa”.  

Proyecto Bantabá

Estas dificultades que surgen nada más pisar tierra firme no parecen disiparse con el tiempo. Pilar Loma lo constata a diario como responsable del proyecto “Bantabá” –que en Gambia designa un lugar de reposo para las aves migratorias, junto a la frontera de Senegal–. Religiosa del Sagrado Corazón de Jesús desde hace cinco décadas, lleva siete en las Norias de Daza, una población rural perteneciente al municipio de El Ejido (Almería). La precariedad laboral y social en la que se ven inmersos los inmigrantes que trabajan en el campo desemboca en situaciones de aislamiento, exclusión social..., que buscan evitar en el centro Bantabá, volcado en el asesoramiento, la orientación y la formación, con una atención especial a la escolarización de los niños y su seguimiento sanitario.

“Lo mismo buscamos la manera de pagarles unas gafas, que ayudamos a la familia con el recibo de la luz o a comprar comida”, explica la hermana Pilar, quien denuncia la situación de “injusticia y abuso” que sufren la mayoría de estas familias, las cuales a menudo viven hacinadas en garajes. “Los inmigrantes representan ya algo más del 60% de la población de la zona. Sin embargo, no se puede decir que haya una integración real. Se ve muy claro con los niños. En los colegios se encuentran perfectamente atendidos y están como el resto, pero fuera los españoles van por un lado y los marroquíes y subsaharianos por otro. Sé que, en el caso de los marroquíes, son algo cerrados y que la avalancha de este colectivo ha sido tal que algunos almerienses se sienten invadidos, pero es necesario trabajar para hacer que esta percepción desaparezca”.  

Comunidad china

Aunque en los últimos años se ha vivido algún conato de enfrentamiento en España, lo cierto es que no se han dado brotes xenófobos significativos como en otras regiones de Europa. Entre estos episodios, el más reciente lo ha vivido la comunidad china en nuestro país. “Nunca hemos tenido problema alguno, hasta que hace un mes saltó a los medios de comunicación la detención del empresario Gao Ping”, explica Julia Zhang, portavoz de la Asociación de Chinos de España, que denuncia cómo la actitud ha cambiado en las aulas: “Los chicos vuelven del colegio con miedo, porque sus amigos les acusan de pertenecer a la mafia china, solo porque sus padres trabajan en Cobo Calleja. Se ha tomado el todo por la parte, y eso es peligroso”.

 Si bien Zhang reconoce que los chinos pertenecen a una cultura algo cerrada, valora cómo la segunda generación nacida en nuestro país se está “españolizando”. Un planteamiento que suscribe también el padre Juan Gao, responsable de la capellanía china en Madrid, que acompaña a los más de 300 chinos católicos que hay en la capital. Este agustino recoleto, que lleva cuatro años en nuestro país, celebra cada domingo la eucaristía en la parroquia de Santa Rita con las familias inmigrantes del gigante asiático. “Al principio solo venían una decena; ahora solemos juntarnos una media de 80 cada domingo. La principal barrera que veo para que mis compatriotas se integren es el idioma, algo que, sin embargo, los niños salvan con más herramientas en su mano. De hecho, la nueva generación aprende el chino con más dificultad y domina perfectamente el castellano”, explica este religioso, quien ve cómo los nacidos en España “también se empapan de un ambiente en el que no se tiene creencia alguna, frente a una sociedad como la oriental, más abierta a la trascendencia”.  

Pueblos Unidos

Desde Pueblos Unidos, ONG de los jesuitas volcada en la ayuda a los inmigrantes, con programas específicos para menores, se considera también que esta nueva generación de niños lo tiene más fácil a priori para romper cualquier barrera que implique discriminación. “Esto es claro cuando comparamos los niveles de integración de los menores con los de sus padres, y especialmente con los de sus madres; el dominio del idioma y la convivencia diaria en el colegio resultan de gran ayuda. Sin embargo, no debemos perder de vista que cada generación migrante arrastra su propia problemática, así que no bajamos la guardia y estamos muy atentos para salir al paso”, sentencia Margarita Saldaña, coordinadora del Aula de Infancia de Pueblos Unidos. Precisamente, los problemas más acuciantes con los que se topan cada día en barrios como La Ventilla de Madrid, donde desarrollan su tarea, “no proceden del origen étnico o cultural, sino del sistema de valores en que nuestros niños están creciendo”. Saldaña considera que “hay una gran ausencia de límites y una falta de referentes positivos, que se convierten en gran dificultad para la maduración de los niños. Además, la escasez de recursos económicos en las familias está generando un clima más tenso, que repercute en la actitud y el rendimiento de los menores”.

Uno de los desafíos a los que se enfrenta esta ONG apunta a la integración social y cultural de los menores y sus familias dentro del barrio, tanto aquellas que son de origen migrante, como las que tienen origen español. “La integración es una tarea que nos incumbe a todos”, subraya la coordinadora del Aula de Infancia. El segundo objetivo trata de prevenir el fracaso escolar, “pues entendemos que la cultura es una herramienta muy valiosa para generar inclusión y romper el círculo de la pobreza”, destaca.

Lo que está claro, a la luz de los acontecimientos, es que la integración no se presenta como un plan de acción estratégico que dé resultados a corto plazo, sino más bien como una inversión de futuro. “Hace un mes, me crucé con un muchacho que acogimos cuando su madre estaba en el octavo mes de gestación y ahora tiene diez años”, comenta ilusionado el “Padre Patera”. “Ver que luchábamos porque tuviera un futuro y descubrir que se ha hecho presente, que es uno más entre los demás niños, me lleva a pensar: ¡hay que ver lo grande que es Dios!”.

Así, con el lema, “Con los niños de Europa... acogemos a todos como Jesús”, la Obra Pontificia de la Infancia Misionera concluye el viaje que durante los últimos años ha venido realizando para sensibilizar a los niños sobre las necesidades que se esconden en los cinco continentes. La respuesta de la Iglesia española a cada una de estas llamadas no se ha quedado corta. Solo en 2011, las diócesis de nuestro país han aportado a la Infancia Misionera más de 2,7 millones de euros como solidaridad con los niños de todo el mundo.

 


Extraído de Obras Misionales Pontificias

    
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