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La formación bíblica

Fernando Ibañez -
    El autor del artículo nos presenta de forma jugosa y cordial lo que el libro sagrado le ha enseñado después de un cuarto de siglo consagrado a su estudio y ilusión. Si buscamos certezas a las que aferrarnos más que esperanzas con las que soñar, estamos perdidos. Si perseguimos ser sabios más que santos, el tentó no se hará permeable. Si no nos insertamos en la cadena de creyentes que es el Pueblo de Dios, nunca seremos oyentes de la Palabra de las palabras. La dificultad no está en saber leer la Biblia, sino simplemente en saber leer. Después de todo, escuchar, más que una técnica, es un arte; el arte de sorprenderse de el tesoro escondido.

Hay un primer dato que quiero constatar. He dedicado mucho tiempo a encuentros con catequistas, a cursos con agentes de pastoral, a clases con estudiantes de teología, a elaborar materiales para formación. Sin embargo, nunca ha sido mi única ocupación. Otras actividades -y no sólo pastorales- me han llevado tiempo y energía. Esto lo he vivido, a veces, con tensión, pero, al mismo tiempo, me ha supuesto un modo de acercarme a la Biblia que no estaba lejos del de los participantes en las actividades formativas y me ha hecho ahondar en la convicción de que la bíblica -como toda formación- tiene como objetivo integrar la experiencia del lector, ayudarle a ser oyente de una Palabra viva y eficaz que le sale al encuentro en medio de su vida.

Escuchar a Dios. Escuchar al hermano

He podido constatar, y pienso que es una experiencia compartida, cómo personas cualificadas en la acción pastoral, que han memorizado unas síntesis de las diversas teologías del Antiguo y del Nuevo Testamento, vuelven a utilizar los textos como si nunca hubieran recibido ninguna formación. En la base de este modo de hacer están unas actitudes de escucha no hechas conscientes, no asumidas y, por tanto, no transformadas.

Utilizo frecuentemente una paráfrasis del texto de la primera carta de Juan: «Quien dice escuchar al Dios a quien no ve y no escucha al hermano a quien ve es mentiroso». La frase me sirve para subrayar cómo la estructura de la escucha es idéntica cuando escuchamos a otro y cuando escuchamos la Palabra de Dios; que siempre oímos con nuestro oído. Aquellos que, desde una formación más tradicional, sienten recelo por utilizar unos métodos críticos en la lectura de la Biblia se dan cuenta de la necesidad de criticar no la Palabra de Dios sino su modo de escucharla.
Alonso Schokel suele recordar que lo difícil no es saber leer la Biblia, que la dificultad esta en saber leer. Con frecuencia he dicho que la tarea de los que trabajamos en este campo es la de «otorrinolaringólogos» pastorales. No se trata de que expliquemos el texto, sustituyéndolo por nuestras propias síntesis, sino de que ayudemos a mejorar los modos de leer, de oír, de encontrarse con otros. La formación bíblica consistirá, sobre todo, en la educación de esas actitudes de escucha más que en la iniciación a unas técnicas de interpretación. En esa perspectiva me gusta insistir en que no se trata de un problema de buena o mala voluntad sino de buen o mal funcionamiento del propio oído. Un buen o mal funcionamiento que se ve más afectado por sentimientos que por ideas; por viejas actitudes más que por informaciones actuales. De ahí la importancia de unos ejercicios que sirvan para la necesaria toma de conciencia de los propios modos de escuchar.

La Biblia escrita con las pies

A pesar de los veinticinco años de trabajo en la formación bíblica tengo claro que, a modo de Oseas, «no soy biblista, ni hijo de biblista...». Sigo siendo confitero e hijo de confitero y esta tradición confiteril se suele dar una respuesta a la pregunta sobre cómo se hacen los pasteles que provoca a quien interroga: Los pasteles se hacen con los pies... puesto que nadie prescinde de los mismos para elaborar los dulces. La anécdota me ha resultado útil para recordar que también los textos bíblicos brotan de los pies, del camino, de un pueblo y de unos autores que no prescinden de ninguno de sus
miedos, deseos y límites... Conocer ese camino, prestar atención a los modos de decir, aparece como una clara necesidad.

Los errores de la Biblia forman parte de su verdad

La frase hace eco de las alusiones de Pablo a la «necedad» y debilidad de Dios (1 Cor 1,25) y me sirve para desmontar la pretensión inconsciente en muchos creyentes de conocer lo que Dios puede o no puede decir. Conviene subrayar que, al igual que en Jesús, la Palabra de Dios es una Palabra crucificada en el límite, el pecado y la injusticia de la lengua de los hombres. Que no sólo el Antiguo sino también el Nuevo Testamento son imperfectos y pasajeros y, por ello, totalmente llenos de la condescendencia de Dios y de su sabiduría salvadora (De; Verbum, 13.15).

La Biblia: no verdades a defender sino esperanza a compartir

El desmonte de algunos presupuestos sobre la «inerrancia» bíblica; el reconocimiento de la diversidad de autores; el prestar atención a los modos concretos de la compleja génesis de los distintos textos, supone, para algunas personas, una cierta crisis, un tambalearse de seguridades pacíficamente vividas y ahora en peligro. Por eso se hace necesaria una meditación sobre la esperanza que no se ve. Un recordatorio de que el Libro se nos ha dado al Pueblo de Dios como signo, como anticipo de un encuentro.

Que Dios es mayor que su Palabra es algo que resulta más fácil de formular que de aceptar vitalmente. La necesidad de seguridad, el poder que da la pretendida posesión de unos conocimientos sobrehumanos son tentaciones que acechan siempre al lector. La formación se convierte entonces en una iniciación a la contemplación. A una contemplación que descubre
la fuerza del Espíritu en la debilidad de la palabra. Que asume esperanzada la propia debilidad y que comparte gozosamente la fuerza de quien nos enriquece con su pobreza (2 Cor 8,9).

Sólo emprendiendo el texto se comprende su significado

Nunca he encontrado un grupo que pretendiera una pura información al aproximarse a la Biblia. Hacer verdad la Palabra es una búsqueda constatable en todos los grupos. Lo que sí he visto necesario matizar es que el texto exige la acción porque la posibilita, porque da Espíritu. La tendencia a una lectura perfeccionista, la transformación del Evangelio en Ley, es frecuente en la mayoría de los creyentes.

Como ejercicio de evaluación inicial suelo leer el texto de Mt 13,44 y pido inmediatamente que cada uno escriba lo leído de la manera más literalmente posible. Es curioso constatar como, para muchos, la parábola se centra en el hombre que vende en lugar de hacerlo en el tesoro escondido en el campo. Consecuentemente con esto, las mismas personas -y algunos más- olvidan el elemento «alegría» presente en el texto.

Todo texto bíblico es Evangelio, Buena Noticia de libertad. El Espíritu presente en el texto «pone en pie» al oyente de la Palabra (Ez 2,1).

Lo nuestro es e! Reino de Dios no el reino del libro

Con frecuencia se habla del cristianismo como religión del libro. Y esto, que en parte es verdad, se convierte en tentación para algunos. Al modo de la tradición fariseo nuestra formación bíblica puede convertirse en una recopilación de opiniones del rabí fulanito o del profesor perenganito. Es evidente que el eco de la Palabra en la tradición viva de la comunidad creyente forma parte de su significado. Y esto precisamente porque el libro no es la realidad última sino sólo sacramento del Espíritu que da vida. Es ese Espíritu el que nos unge, el que nos hace cristianos y no la memorización y repetición de unas letras.

Con frecuencia recuerdo en los cursillos a agentes de pastoral el hermoso texto de la Evangelii nuntiandi: «La Buena Nueva debe ser proclamada, en primer lugar, mediante el testimonio. Supongamos un cristiano o un grupo de cristianos que, dentro de la comunidad humana donde viven, manifiestan su capacidad de comprensión y de aceptación, su comunidad de vida y de destino con los demás, su solidaridad...» (n. 21). Es la presupuesta vida de la comunidad la que hace posible la evangelizarían, la que provoca interrogantes, la que testimonia la vitalidad del Espíritu, la que anuncia, con palabra viva y cercana al hombre de hoy la Palabra del crucificado que vive. La evangelizarían no se hace leyendo textos bíblicos sino desde la vida y desde la palabra actualizada.
¿Para qué entonces la Biblia? La Biblia es libro del pueblo de Dios, que se entrega a quien se incorpora a dicho Pueblo. Contenido en ella encontrará la comunidad evangelizadora el testimonio de un Dios que de muchas maneras se ha hecho cercano a los hombres y aprenderá a discernir sus propios estilos de evangelizarían. Pero, sobre todo, la comunidad encontrará presente en el texto el Espíritu de Aquel en quien definitivamente nos habla Dios y en quien consiste todo Evangelio.

En la tarea de formar en la Biblia a los agentes de pastoral he utilizado materiales muy diversos elaborados por mí o editados por otros. El grupo que coordina José A. Ubieta ha hecho un buen servicio recopilando los diversos materiales disponibles y haciendo una breve presentación de los mismos que aparece en la colección «Cuadernos Bíblicos» de la editorial Verbo Divino. El lector interesado puede encontrar ahi una amplia y útil información. Aquí sólo el recordatorio de que escuchar es sobre todo un arte más que una técnica. Un arte difícil y gozoso al que nos capacita aquel que se revela «escuchando» a su pueblo (Ex 3,7).     
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