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La Abundancia de Dios Nos Invita a la Generosidad

Ron Rolheiser (Traducción de Carmelo Astiz, cmf) -
El sol es espléndidamente generoso, al entregar enormes porciones de sí mismo cada segundo.

Los científicos nos dicen que en cada segundo se está transformando en luz, al interior del sol, el equivalente a cuatro millones de elefantes, un regalo irrecuperable, de siempre. El sol está constantemente regalándose, entregándose a sí mismo. Si esta generosidad un día se interrumpiera, finalmente toda energía perdería su fuente y todo aquí en la tierra se haría inerte y moriría. Nosotros, y todas las cosas de nuestro planeta, vivimos gracias a la generosidad del sol.

En esta generosidad, el sol refleja la abundancia de Dios, una largueza que nos invita a nosotros a ser también generosos, a tener buen corazón, “corazón-grande”, a arriesgarnos más entregándonos en auto-sacrificio, a dar testimonio de la abundancia de Dios.

Pero esto no es nada fácil. Instintivamente nos inclinamos con mayor naturalidad a la auto-preservación y a la seguridad personal. Por naturaleza sentimos temor y... acaparamos. Por eso, seamos pobres o no, tendemos a pensar y obrar con un sentido de escasez, siempre con el temor de que no tenemos bastante, de que no hay suficiente; siempre con la actitud restringida de que tenemos que andar con cuidado en lo que regalamos o entregamos, de que no podemos permitirnos el lujo de ser demasiado generosos.

Pero Dios, y lo mismo la naturaleza, demuestran que eso no es cierto. Dios es pródigo, tiene en abundancia, es generoso y rumboso por encima de nuestros pequeños miedos y temores imaginarios. También la naturaleza es increíblemente espléndida y pródiga, hasta lograr abrumarnos. El ámbito y las posibilidades de nuestro universo, aun en la reducida medida en que lo conocemos, resultan casi inimaginables. Así es también la abundancia y el carácter pródigo de Dios.

Vemos esto, por ejemplo, en la parábola bíblica del sembrador: El Sembrador, Dios, a quien Jesús describe, no es una persona calculadora que siembra su grano sólo en terreno bueno y abonado, con cuidado y discriminación. Este Sembrador siembra semillas a boleo en todas partes sin distinción: En el camino, en la maleza, entre piedras, en terreno baldío, así como en buen terreno. Parece que este Sembrador tiene incontables semillas y así trabaja con una generosa sensibilidad de abundancia, más que con un sentido restringido de escasez. Vemos ese mismo sentido de abundancia en la parábola del propietario de la viña, en la que el amo, Dios, da un mismo jornal completo a todos, hayan trabajado o no durante todo el día. Dios, se nos dice, posee riqueza ilimitada y no es tacaño en el momento de compartirla.

Dios es igualmente pródigo y generoso en perdonar, como vemos en los Evangelios. En la parábola del Padre que perdona a su hijo pródigo percibimos a una persona que puede perdonar basado en una riqueza que parecería que minusvalora su dignidad y el calculado coste de sí mismo. Y vemos esta misma largueza también en Jesús, cuando perdona tanto a los que le estaban ejecutando como a los que le abandonaron durante su ejecución.

Dios, según podemos ver, es tan rico en amor y misericordia que puede permitirse ser derrochador, archigeneroso, no calculador, no discriminador, increíblemente dispuesto al riesgo, y de buen corazón (de “corazón-grande”), más de lo que podamos imaginar.

Y ésa es precisamente su invitación: Nos invita a tener una percepción y sentido de la abundancia de Dios para poder arriesgar siempre con un buen corazón y con generosidad, más allá del miedo instintivo que nos hace creer que, porque parece que las cosas están escasas, necesitamos ser más calculadores.

El Evangelio de Lucas nos ofrece uno de los mensajes más fuertes de justicia social en toda la Escritura (cada seis líneas encontramos un reto directo a la justicia para con los pobres), y, sin embargo, en el Evangelio de Lucas, Jesús, aun cuando nos previene contra el peligro de la riqueza, no condena al rico o a las riquezas. Más bien distingue entre los ricos generosos y los ricos tacaños o avariciosos. Los primeros son buenos, porque irradian y encarnan la abundancia y generosidad de Dios; mientras que los segundos son malos porque niegan la abundancia, la generosidad y el inmenso corazón de Dios.

Jesús nos asegura que la medida con la que medimos es la medida que recibiremos a cambio. En esencia, con eso quiere afirmar que el aire que exhalamos será el aire que volveremos a inhalar. Eso es correcto no sólo ecológicamente; es también una amplia verdad útil para la vida en general. Si al respirar exhalamos tacañería, volveremos a inhalar tacañería; si exhalamos mezquindad, inhalaremos mezquindad; si exhalamos amargura, entonces la amargura será el aire que nos rodea. Y si exhalamos una sensibilidad de escasez que nos hace calcular y tener miedo, entonces el cálculo y el miedo serán el aire que volveremos a inhalar. Pero, si, conscientes de la abundante riqueza de Dios, exhalamos generosidad y perdón, inhalaremos también aire de generosidad y perdón. Inhalamos lo que exhalamos.

Jamás me he encontrado un hombre o una mujer verdaderamente generosos que no afirmen que, siempre, recibieron a cambio más de lo que dieron. Y nunca jamás me he encontrado un hombre o mujer verdaderamente de “corazón-grande” que vivan con una sensibilidad restringida de escasez. Para ser generosos y tener buen corazón, primeramente tenemos que confiar en la abundancia y generosidad de Dios.

De la abundante riqueza de Dios recibimos un sol que es generoso y un universo que es demasiado inmenso y pródigo como para poder imaginarlo. Éste es un reto no solamente para la mente y la imaginación, sino especialmente para el corazón – para que llegue a ser enorme y generoso.     
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