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Jueves cuarto de cuaresma

Ángel Moreno -

    De nuevo nos sorprende la reiteración de otra palabra emblemática: “pueblo”, que al sumarla con las señaladas en los días anteriores,  nos desvela el hilo conductor que ha seguido la Liturgia de la Palabra de esta cuarta semana. “Alegría”, “agua”, “padre”, “pueblo”, cuatro términos remecidos de sentido bíblico, que en el contexto del tiempo cuaresmal van pergeñando la escena cumbre de la Pascua.

    La alianza de Dios con Abraham, con Isaac, con Jacob, se manifestó principalmente en el acompañamiento que el Señor hizo a Israel a lo largo del Éxodo, desde la salida de la esclavitud, hasta la Tierra de la Promesa. El pueblo de Dios se convirtió, ante los otros pueblos, en señal de la identidad divina. El Dios de Israel se manifestó Dios de paz, en favor de la vida, compasivo. En los últimos tiempos, por el bautismo entramos a formar parte del pueblo escogido, de la familia de los hijos de Dios, la Iglesia.

    Pero el pueblo prevaricó, cayendo en idolatría, apartándose del mandamiento principal de no tener otro Dios que el Señor, que lo sacó de la esclavitud con mano fuerte y brazo extendido. En tiempos de Jesús, el rechazo de las autoridades hacia Él viene a ser la reproducción del descarrío de Israel en la travesía por el desierto. En nuestro caso, es muy posible que encontremos resonancias de la denuncia que hacen las lecturas de hoy.

    La imagen de Israel dando culto a un toro representa la desviación más aberrante, en comparación con lo que había hecho Dios en favor de su pueblo. “Se olvidaron de Dios, su salvador, que había hecho prodigios en Egipto, maravillas en el país de Cam.” (Sal 105). Las autoridades, los escribas y fariseos se cerraron a la luz que les traía el anunciado por Juan, el avalado por Dios, Jesucristo.

    Ante estas denuncias, surge, sin embargo una esperanza. Moisés, por su intercesión, logra el perdón de Dios para su pueblo. El argumento que presentó Moisés fue la alianza sellada. ¡Cuánto más se nos ofrece a nosotros, por los méritos de Jesucristo!

    La antífona sálmica pone en nuestros labios la oración adecuada: “Acuérdate, Señor, por amor a tu pueblo”. Que podríamos glosar: “Acuérdate, Señor, por amor a tu Hijo, al que Tú enviaste para la salvación del mundo”.

    Siempre sorprende cómo la Palabra de Dios ofrece una salida cuando parece que todo se cierra o se oscurece. Aún en las peores circunstancias, siempre, hay quien intercede por el pueblo. “Moisés se puso en la brecha frente a Él, para apartar su cólera del exterminio”.

    Hoy día, son muchos los que, de manera silenciosa y oculta, permanecen orantes ante Dios en favor de todos. Siempre hay un Moisés con los brazos levantados. Los de Cristo.

    
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