¿Cómo se ora realmente ante Dios?
La parábola de Jesús sobre el fariseo y el publicano no es un relato de buenos y malos. Jesús, narrador genial, nos presenta dos personas a través de su forma de orar. Y ya concluida la parábola, Jesús emite un juicio y se dirige a quienes le escuchan. Os aseguro que este último, el publicano, Volvió a su casa justificado, pero no el primero, el fariseo. La oración del fariseo entra en escena.
Para los oyentes de Jesús, los fariseos eran personas agradables, positivas. El fariseo ora en su interior, no en voz alta, solo Dios podía escucharlo. Lo hacía erguido, pues así era la costumbre en Israel. Su oración se asemeja a a un breve examen de conciencia del que él mismo se autocalifica como sobresaliente en buena conducta. Ayunaba dos días a la semana. Ayunar quería decir no comer ni beber nada hasta la caída del sol, dos veces por semana, buen sacrificio en el clima tórrido e implacable de Palestina. Ofrecía el diezmo de todo lo que ganaba a los levitas y al templo tal como pedía la ley. Como decía el Salmo 119, el fariseo caminaba con vida intachable en la ley del Señor, guardaba sus preceptos de todo corazón. Un hombre así, ¿no sería digno de admiración y respeto?
El publicano entra en escena. Para los oyentes de Jesús, era una figura negativa, desagradable. Un publicano recaudaba impuestos que ricos y señores del país, como también las fuerzas de ocupación, los romanos, imponían a una población empobrecida. Los publicanos solían ser en esto recaudadores inexorables, explotadores. Su oración en el templo se reduce a una sola frase. Oh Dios, den compasión de este pecador. Se quedó atrás, no se atrevía a levantar los ojos al cielo, se golpeaba el pecho.
¿Eres Testigo de Jesús?
Hoy necesitamos testigos de Jesús, testigos de Dios. No seamos como Pedro cuando negó a Jesús tres veces, sino como Pedro que, tras confesar tres veces su amor hacia Jesús, dio después su vida por él. Cuidado con la cobardía, porque como no crezca el número de los que creen en Dios y en Jesús, se nos pedirá cuenta Todos nosotros somos misioneros allí donde estemos. La mies es mucha, los obreros pocos. Seamos testigos hasta los confines de la tierra. El Espíritu vendrá sobre nosotros y recibiremos su fuerza.
Los ególatras no entran en el Reino
Qué difícil es que un autosuficiente, un ególatra, entre en el reino. Os aseguro que este último Volvió a su casa justificado, pero no el primero. El término justificado empleado por el evangelista es una forma gramatical que técnicamente se denomina pasivo teológico. Es decir, que por sí solo uno no se justifica. Es justificado por Dios, absuelto en el tribunal divino. En cambio el fariseo no fue absuelto por Dios y María lo proclamó en su magnífica.
¿Quién se salva, el fariseo o el publicano?
No. Cuando ponemos nuestro ego en el centro de todo, todo lo contemplamos y juzgamos a partir de una sola perspectiva.
El publicano y su oración sincera
Su oración en el templo se reduce a una sola frase. Oh Dios, ten compasión de este pecador. Se quedó atrás, no se atrevía a levantar los ojos al cielo, se golpeaba el pecho. El fariseo contamina su oración de acción de gracias cuando, según el relato de Jesús, se centra en su ego. Yo no soy como los demás ladrones, injustos, adúlteros y mirando hacia atrás con desprecio se atreve a decir, ni como ese publicano. El publicano tira su ego por los suelos, ennoblece su oración y se centra en su ego.




