Jesús: Comprobando nuestras emociones

26 de mayo de 2025

Hay una emocionante escena en la serie The Chosen que, al margen de nuestra reacción a ella, requiere una reflexión.

Esta es la escena: Justo antes de curar de fiebre a la suegra de Pedro, Jesús tiene una conversación privada con la esposa del apóstol. Empieza diciéndole que él sabe lo unidos que viven como marido y mujer, y entonces expresa a ella su sentimiento ante el hecho de que su llamada ha tenido como consecuencia que Pedro abandone su casa. Entonces, con delicadeza, le pregunta cómo se siente ante tal decisión. Su respuesta le garantiza que, aun sintiendo dolor, ella (como también su marido) asumirá voluntariamente ese sacrificio.

Entre otras cosas, esto aclara el hecho de que, cuando alguien (como Pedro) abandona todo para seguir a Cristo, no solo él paga el coste. Sus allegados también pagan un precio. ¿Qué coste supuso a las esposas de los apóstoles la llamada que Jesús hizo a sus respectivos maridos?

Además, este incidente (aunque aquí sea expresado en ficción) ofrece cierta luz necesaria para ver que Jesús no es indiferente a las crucifixiones emocionales que en ocasiones sobrellevamos con el fin de responder a su llamada. Nos certifica que Jesús comprende y nos da permiso divino para no sentirnos culpables del dolor que experimentamos.

No hay duda de que muchos condicionarán el valor de esta escena de The Chosen, dado que no se ajusta a la historia (en tanto en cuanto sabemos) sino que es meramente una creación ficticia. ¿Tuvo en alguna ocasión el Jesús histórico esta especie de conversación con la esposa de Pedro o con la esposa de alguno de sus apóstoles?

Con todo, si es o no histórica esta escena, no viene a cuento en nuestro caso. La cuestión es que Jesús no habría sido insensible ni indiferente al dolor de las esposas y de otros a los que los apóstoles abandonaron para seguirlo.

Por lo general, evitamos indagar esta cuestión porque tendemos a interpretar demasiado literalmente los dichos de Jesús sobre el hecho de abandonar al padre, madre, esposa e hijos por seguirlo. Por ejemplo. En cierto momento, Jesús dice esto: “Si vienes a mí sin dejar a tu familia, no puedes ser discípulo mío. Debes amarme más que a tu padre, madre, esposa, hijos, hermanos y hermanas, e incluso más que tu propia vida”  (Luc. 14, 25-27). Tal vez, incluso más frío y más insensible en su expresión literal, es este texto del Evangelio: “Dijo a otro: ‘Sígueme’. Él replicó: ‘Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre’. Pero Jesús le dijo: ‘Deja a los muertos que entierren a sus propios muertos. Tú vete a proclamar el reino de Dios’. Y también otro dijo: ‘Te seguiré, Señor, pero antes déjame despedirme de mi familia’. Jesús replicó: ‘Nadie que pone una mano sobre el arado y mira hacia atrás es apto para el servicio del reino de Dios’” (Luc. 9, 60-62).

Es fácil malentender lo que Jesús dice aquí sobre no volver la vista atrás mientras se le sigue. Las imágenes que emplea son rígidas, frías y emocionalmente brutales. Pero son imágenes, no consejos espirituales literales. Las duras y salvajes opciones emocionales que a veces uno tiene que hacer en fidelidad a los Evangelios podrían ser llamadas con razón crucifixión emocional. Al elegir a Jesús, elegimos también la cruz y hay verdadera muerte; y el dolor involucrado aquí no puede ser mitigado ni justificado.

Sin embargo -y es crucial comprender esto- las opciones que realizamos para renunciar a nosotros mismos y entregarnos en genuino autosacrificio, no son hechas a nivel psicológico ni emocional. Esas opciones son realizadas a nivel más profundo, a nivel moral, donde algo más hondo que nuestras emociones y sentimientos regula y puede contrarrestar, a causa de un significado y felicidad con más hondura, lo emocional y lo psicológico. En consecuencia, cuando Jesús dice si vienes a mí pero sin dejar a tu familia, no puedes ser discípulo mío, se dirige a nuestro más recóndito centro moral, ese lugar de nuestro interior donde en definitiva escogemos el bien del mal, y el contenido de la vaciedad. No se dirige a nuestras emociones. No nos desafía a un malsano estoicismo emocional.

Cuando nos desafía a renunciar a todo para llegar a ser discípulos suyos, Jesús no desecha el dolor emocional y psicológico que esto nos ocasionará. Cuando nos invita a cargar con su cruz y seguirlo, entiende que esto será una crucifixión emocional. Pero, al ofrecernos el desafío, al mismo tiempo, nos da permiso para sentir sin culpa el brutal dolor afectivo de esa opción sobre nuestras emociones. No nos desafía a un estoicismo frío e inhumano en el que, por el amor de Dios, se suponga que no sentimos el dolor de perder relaciones y libertades de gran valor. Como el Jesús de The Chosen, analizando compasivamente con la esposa de Pedro hasta dónde sus emociones estaban en contra de lo que Jesús les pedía, Jesús ofrece a cada uno de nosotros el desafío de la autorrenunciación y, al mismo tiempo, comprueba cómo lo estamos gestionando emocionalmente.

(Artículo traducido al Español la para ciudadredonda.org por Benjamín  Elcano, cmf)

Artículo original en inglés

Imágen Depostitphotos