Introducción

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Ser cura es una tarea bastante complicada. Mucho más, si el cura en cuestión se dedica a ser teólogo, como es precisamente mi caso.

Cuando uno termina su formación y recibe la imposición de manos del obispo, ya es ministro ordenado, como ahora se dice en la mejor teología. Ya es cura, para entendernos. Pero todavía tiene que aprender a ser cura.

En estos momentos se me viene a la memoria la figura de un sacristán de pueblo, que se gloriaba de haber "desasnado" -era su lenguaje- a cinco curas, recién salidos del seminario, que habían sido enviados a aquel lugar para ejercer su ministerio. Él les había enseñado a ser curas. Otra cosa es que ellos se dejaran enseñar.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Yo, en concreto, recibí la formación seminarística a caballo del Vaticano II. Tiempos de enorme efervescencia eclesial. También de apertura. Y de ilusión, en el mejor y en el peor sentido de la palabra. Nos parecía que nuestra generación iba a ser diferente. Éramos depositarios del anhelo de renovación de la Iglesia, como Pueblo de Dios en camino y como comunidad de creyentes. Nos sabíamos destinados a un diálogo en profundidad con el mundo, hasta el punto de compartir las esperanzas y angustias, las alegrías y las penas de los hombres de nuestro tiempo. Y estábamos disponibles para esta tarea.

Uno de los signos de esta disponibilidad era el deseo de aprender con el que salíamos del seminario. Así, al menos, salí yo: deseaba aprender a ser cura. Quería para mí un "sacristán" apropiado que me "desasnara". Fue en los libros y en la gente dónde lo encontré.

Por aquello de que "el hombre propone, y Dios dispone", o por no sé qué motivos, mi primer y permanente destino, hasta el momento presente, ha sido el de profesor de ética teológica. Éste fue mi destino oficial, que agradezco profundamente, porque me ha puesto en contacto con los libros: una de las fuentes de mi aprendizaje. Pero, a decir verdad, peleé cuanto pude para que no fuera mi único destino. No quería ser un ratón de biblioteca. Estaba seducido por ser cura entre la gente. Así que traté de unir la dedicación al estudio y la dedicación pastoral a la gente. Fui pillo. También fui duro de mollera, a pesar de que algunos de los colegas de enseñanza pronosticaban que terminaría dejando una de las dos cosas. Ahora se me cumplen las bodas de plata de ordenación y ellos reconocen que su pronóstico no se ha cumplido. ¡Gracias a Dios, porque ha sido mucho lo que he ido aprendiendo tanto de los libros como de la gente!

Quizá alguien se pregunte por qué hago memoria de tanta historia personal. Pues, nada más y nada menos que, porque esta historia tiene que ver con la presentación de este libro. Efectivamente, en él pretendo unir mis dos fuentes de aprendizaje: los libros y la gente, la teología y la pastoral. Espero que no cunda el pánico, al oír estas dos palabras, entre los posibles lectores. Tengan un poco de paciencia y déjenme que les explique.

"Teología" es una palabra seria. Lo mismo que "pastoral". Uno piensa de inmediato en un tratado sesudo, reflexivo y, para no pocos, ininteligible. Y no es mi pretensión en este libro hacer ningún tratado, aunque lo haya sido y pueda seguir siéndolo en otros. Pero quiero ser honesto. Por eso, tengo que explicarme.

La teología tiene que ver con la vida. Trata de penetrar en Dios, es verdad. Pero en el Dios de la Vida, que se goza en que el hombre la elija, como fuente de su felicidad (Deut 30,19-20). Así que es bien posible que al hablar de la vida en profundidad uno se tope con Dios y necesite hablar de Él. Eso es lo que me pasa a mí: hablo de Dios, al hablar de la vida. En este sentido, la teología hace acto de presencia, aunque no sea más que como "teología narrativa", o, si se prefiere por parte de quienes buscan precisión y rigor en el lenguaje, "teología en la narración". La teología aflora a cada paso en las cartas. E, incluso, cuando no aflora, es como un río subterráneo, que está presente, aunque quien pise el suelo no se aperciba de ello. Con esta explicación creo que sobran otras consideraciones.

Más explicaciones requiere, a lo mejor, el uso de la palabra "pastoral". No es la primera vez que, cuando uno oye esta palabra, piense en planificaciones, en consejos y hasta en recetas, servidas desde la experiencia de quien las da, para mejor cocinar el asunto de que se trata a los inexpertos. Siento mucho defraudar a quién piense de esta manera. Yo no me considero experto y sabio frente a los ignorantes de turno. Mucho menos lo soy ante quienes he escrito estas cartas, que no son inventadas o fruto de mi calenturienta imaginación, sino que son reales. Tienen todas ellas fecha en la que fueron escritas y destinatarios que están vivitos y coleando, aunque por un mínimo de prudencia y respeto se oculten datos y se eviten referencias directas, que pudieran ser fuente de identificación para gente curiosa.

Pero, vayamos a la explicación: ¿en qué sentido empleo la palabra "pastoral"? Hace poco, algunos claretianos se juntaron en Viena para analizar el futuro de la evangelización en Europa. Por lo que dice una revista, que se hace eco de este encuentro, allí W.Zauner les recordó que "el teólogo y psicoterapeuta vienés Peter F.Schmid ha mostrado que la pastoral (‘cura de almas’) no puede ejercerse como el simple empleo de un método, sin que la persona misma del pastor entre en juego. Así, el concepto de pastoral ha evolucionado desde el cuidado y -más tarde- el consejo hasta el encuentro" .

Comparto plenamente esta idea. Estoy convencido de que, antes, quienes acudían a un cura buscaban en él al "médico del alma". Después buscaron al consejero. Hoy buscan, sin prescindir de lo anterior, al amigo. Un amigo con el que compartir vida. Un amigo que sea compañero de ruta. Un amigo con el que encontrarse de persona a persona, sin que la función de cada uno sea impedimento o sirva de barrera protectora para alcanzar la mayor cercanía posible. Es precisamente en este sentido, en el que yo creo que se puede y se debe hablar de "pastoral". O, al menos, es el sentido en que yo hablo. Por eso, el remitente -que soy yo- entra en juego. Se implica. Hace referencias personales. Se hace vulnerable. Y, sobre todo, trata de acompañar y de dejarse acompañar. Es una forma de compartir la vida.

También aquí hay una "pastoral narrativa" o una "pastoral en la narración". O, por lo menos, hay una manera de entender y vivir la pastoral del cura, que se hace desde el encuentro. Desde la relación entre personas adultas, responsables e iguales, aunque con diferentes riquezas que están dispuestas a compartir, sin ceder a la tentación de situarse en un podio desde el cual poder pontificar. Sin complejos de superioridad. Y también sin complejos de inferioridad. Tratando de vivir una vida al unísono. Es decir, tratando de ser amigo. Ese amigo descrito en la página que precede a este prólogo, cuyo texto no sé siquiera quién lo escribió y que me fue enviado, hace ya bastante tiempo, por una pareja amiga, que, a su vez, lo había recibido de una religiosa.

Pero, además, tengo una intención "pastoral" a la hora de dar a conocer el contenido de estas cartas. Por eso las hago públicas. No las publico por exhibicionismo de la propia o ajena intimidad, ni por satisfacer la curiosidad de quienes se quieren meter en la vida de los demás. Sería perversión y falta de pudor. Las publico con espíritu de servicio y para que puedan servir a otros, lo mismo que nos sirvieron a nosotros: al remitente y a los destinatarios. Así que cada uno puede leerlas como dirigidas a él.

Ojalá que los lectores se sientan tocados e interpelados por este compartir de vida, al sentirse identificados con él. Este es mi deseo más hondamente sentido. Por eso, precisamente, no he recogido y seleccionado para su publicación generalmente más que aquéllas que se refieren a situaciones normales en la vida de la familia y del cura que entra en relación con ella.

Es un libro pequeño. La tentación puede ser leerlo de corrido. Sin embargo, no me parece que ésta sea la manera más fructífera de hacerlo. Considero que, quien quiera sacar el máximo provecho de la lectura, ha de hacerla reposada y serena. Incluso salteada. Preferiblemente, cuando uno se encuentra en la misma situación a la que se refiere la carta. Con este fin he colocado un título comentado a cada una de ellas, aunque no sean monotemáticas.

A la hora de recoger el material de este libro, lógicamente he pensado en los posibles destinatarios. ¿Quiénes son? Como es natural las familias. Pero no sólo ellas. También los curas. Lo son porque por el contenido de las cartas uno puede ver cómo entiendo mi labor de cura al lado de las familias. Ellas me han enseñado cómo tengo que vivir como cura. Y yo me he dejado enseñar. Han sido mi "sacristán" durante los varios lustros que llevo a su lado. Sobre todo, las familias del Encuentro Matrimonial. Aquellos que hayan vivido cerca de este movimiento eclesial podrán ver cuánto deben, de principio a fin, estas cartas a su espíritu y a su modo de entender la comunicación y la relación. Por mi parte, no tengo más que gratitud por haber hecho de mí un cura en relación.