ESPERANZA
“El Señor es un Dios eterno y creó los confines del orbe.
No se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia.
Él da fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido; se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse”.

No son hiperactivas, ni tampoco se buscan a sí mismas en el quehacer solidario. No son protagonistas, ni buscan el reconocimiento social, y sin embargo no dejan de hacer el bien, a la vez que mantienen una serenidad y hasta dulzura en su talante.
Al compararnos con ellas podemos pensar que recurren a alguna sustancia estimulante, para mantenerse en una actitud sensible, atenta y servicial.
No son los estímulos humanos los que dan fuerza a quienes entregan su vida por amor. No es la búsqueda del reconocimiento humano lo que les impulsa a ser servidores permanentes.
Han encontrado el tesoro de la esperanza, que radica en saberse amadas de Dios, y su quehacer es desbordamiento del don recibido. Se saben deudores de la gracia, y desean que sus contemporáneos atisben la razón de su fuerza, que no es otra que el Señor.
El salmista canta: “Mi fuerza y mi poder es el Señor, Él es mi salvación”. Él Señor es mi lote, y mi heredad, mi copa, mi suerte.
Quienes dan fe a la Palabra, se arriesgan y viven fiados de ella, sin entretenerse en el propio cuidado. Como dirá Jesús, no aman tanto su vida que les impida darla y entregarla. Y al olvidarse de sí mismos, adquieren la agilidad de los más capaces.
Prueba a fiarte de Dios, y verás que tienes capacidad para darte sin medida. Cuando uno se guarda, se atrofia y se pierde.




