Evangelio Seglar para el Domingo 12 de octubre de 2025

11 de octubre de 2025

PRIMER PASO: LECTIO

¿Qué dice el texto?

Lectura del santo evangelio según Lucas 17, 11-19

¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.»
Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes.»
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.
Éste era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?»
Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado.»

NOTAS BÍBLICAS

Este texto es la continuación del evangelio del domingo pasado Lucas nos recuerda que Jesús está en camino a Jerusalén -a su pasión, muerte y resurrección-, que comenzó en 9,51 y al que aún le queda un capítulo más. Al comienzo de su viaje, los samaritanos se negaron a acoger a Jesús.
Ahora se encuentra con una decena de leprosos, que según la Ley eran impuros y debían vivir apartados (Levítico 13,  45-46). Por eso, no se acercan a Jesús sino que le hablan a gritos manteniendo la distancia. Le reconocen como Maestro. Usan una expresión de piedad con que la que los judíos solían dirigirse a Dios.
Jesús les manda a presentarse al sacerdote que tiene que verificar que están curados y declararlos puros (Lev 13), «como si» ya estuviesen curados. Los leprosos muestran una confianza en el poder de Jesús pues le obedecen, cuando aún padecen la enfermedad; y quedan sanos mientras van de camino.
Al verse sanos nueve de ellos continúan su camino hacia el sacerdote, para ser declarados puros, mientras que uno abandona a los demás y se vuelve dando gloria a Dios a gritos.
Al llegar a Jesús se postra a sus pies, sin guardar ya distancias, y le da las gracias, reconociendo en él así un mediador de Dios, al menos.
Jesús desvela que el que ha vuelto es un no-judío, precisamente un samaritano, mientras que los demás no le han dado las gracias. La actitud del samaritano hace que obtenga no solo la salud corporal sino también la salvación.

SEGUNDO PASO: MEDITATIO

¿Qué nos dice el texto?

Distintos laicos hacen una breve sugerencia para la vida seglar. Cada uno contempla el Evangelio desde una dimensión de la vida laical.

DESDE LA FAMILIA
(Hombre, casado, 3 hijos, pertenece a comunidad cristiana y Movimiento Laical)

Mientras iban de camino, quedaron limpios”.

Solo volvió a dar gloria a Dios, aquel extranjero. Ya entonces los extranjeros tenían mala prensa. Aunque Jesús valora según los actos y no según el origen.
Siempre me he preguntado, ¿Si hubieran quedado curados al instante les habría resultado más fácil identificar la curación con la acción de Jesús?
¿Cuántas cosas buenas no agradecemos a Dios sencillamente porque nos pasan “mientras vamos de camino”?
Esa mejoría de salud, ese aprobado, esa reconciliación, esas gratas vacaciones, ese empleo… que habíamos implorado en la oración, como llega más adelante, no lo relacionamos con la acción de Dios.
Que el Señor nos permita ver su mano en nuestra vida cotidiana, que sepamos respetar sus tiempos y que todo ello provoque nuestro agradecimiento, como el de aquel extranjero.

DESDE LA EXPERIENCIA MISIONERA
(Mujer, soltera, trabaja, pertenece a comunidad eclesial y movimiento seglar)

Siempre que escuchaba este evangelio me paraba a contemplar desde fuera al leproso que vuelve, al extranjero, al samaritano. Hoy he tratado de mirar desde dentro y a sentirme, como tantas otras veces, de nuevo sanada, liberada, reconfortada…  Como los diez leprosos, también yo he experimentado la compasión de Jesús en muchos momentos y sin embargo no siempre me he vuelto a darle las gracias. O lo he hecho de forma discreta, privada…
El samaritano me enseña que la misión comienza ahí: en el corazón agradecido que se vuelve y canta la misericordia del Señor. A veces podemos creer que bastante con hacer cosas buenas, con ayudar,… Pero el verdadero misionero es el que vive desde la gratitud, el que no se queda con el milagro, en la curación, sino que vuelve al Señor para reconocer su amor.
Este domingo me propongo aprender del otro, del extranjero, del pequeño. Reconocer cada día los signos de la presencia de Dios  en mi vida, agradecerlos y compartirlos con alegría. Porque en el anuncio misionero, la buena noticia no se impone, se contagia con pasión.

DESDE LA JUSTICIA (Desde el trabajo)
(Hombre, separado, 4 hijos, pertenece a comunidad eclesial)

Últimamente pienso mucho en el agradecimiento como modo de atracción de bendiciones y de avanzar con otra actitud en lo cotidiano.
Hoy el evangelio ensalza la importancia de agradecer, de alabar las cosas buenas que nos suceden. Y en sí mismo ese gesto de pensar y sentir valoración especial por lo que somos y tenemos nos lleva a Dios, nos lleva a su Palabra, a su presencia en nuestra vida. A través de muchos momentos y situaciones de nuestra rutina y quizás justo en ella.
El leproso se vuelve a Jesús agradeciendo lo «extraordinario» de su cura, y Jesús le recuerda que su fe ha sido parte esencial del milagro. En mi día a día, la preocupación, la necesidad de controlar situaciones o resolver cuestiones, me va embargando… encontrar esos instantes y motivos para la gratitud es una llamada a sonreír y tomar conciencia y respirar e incluso descubrir las pequeñas y grandes cosas que tenemos, que somos.
También es la fe un camino a esa gratitud, y la gratitud es un paso cotidiano hacia la fe. La Palabra me invita a esa gratitud y a esa fe y a ser justo en mi quehacer no solo angustiado por lo que falta por conseguir, sino agradecido por lo conseguido y también por el hecho de poder seguir esforzándome hacia mis propósitos.

TERCER PASO: ORATIO

¿Qué nos hace decir el texto?
(Hombre, casado, trabaja, pertenece a movimiento cristiano)

Tu fe te ha salvado.

Bienaventurados los que viven claramente día a día que el ser humano, todo ser humano, es imagen de Dios. Bienaventurados los que maduran su fe en la noche, cuando todo parece ausente, porque reconocen que el silencio de Dios no es su ausencia, sino su pedagogía hacia la plenitud.
Bienaventurados los que viven la comunión frente al individualismo porque son signos de la comunión a la que estamos llamados.
Bienaventurados los de amor concreto, los de compasión activa, los de justicia misericordiosa porque son de los que siembran semillas de vida nueva en estos tiempos extraños que vivimos.
Bienaventurados los de constancia humilde porque convierten lo ordinario en lugar de gracia.
Bienaventurados los de fe auténtica que no rehúye el sufrimiento, porque transfiguran ese dolor en camino de purificación y en ofrenda silenciosa.
Bienaventurados los que buscan comprender su fe, porque su inteligencia será iluminada por el Espíritu de Verdad.
Bienaventurados los que buscan con sinceridad, aunque todavía no crean, porque su búsqueda es ya un movimiento del Espíritu hacia la Verdad.
Bienaventurados los que buscan entender interrogando desde la fe porque crecerán en sabiduría y se adentran un poco en los misterios de la vida de Dios.
Bienaventurados los que buscan luz frente a la confusión, porque son seres humanos que mejoran el mundo.
Bienaventurados los que caminan desde una intensa confianza, no desde el cálculo porque es un peregrino camino de Dios.
Bienaventurados los que confían en Dios en medio de la oscuridad, porque la noche de su alma será aurora de resurrección.
Bienaventurados los que creen a fondo perdido, porque su corazón es morada de la Presencia Invisible y su esperanza sostiene al mundo.
Bienaventurados los que creen en la bondad del mundo, porque colaboran con Dios en su creación y redención.
Bienaventurados los que creen y comprenden el amor de Dios, porque son dos movimientos de un mismo amor que acabarán en la verdad de toda verdad.
Bienaventurados los que dudan con humildad y perseveran creyendo, porque su fe será más fuerte que la de quienes nunca se preguntaron.
Bienaventurados los que en la noche su fe vuelve amor desnudo porque alcanzará la plenitud de la confianza sin fin.
Bienaventurados los que escuchan a Cristo, los que meditan su sabiduría y dan fruto cotidiano de paz y bien, porque son auténtica palabra encarnada.
Bienaventurados los que esperan creyendo, porque sabrán reconocer en la historia los signos del Reino que viene.
Bienaventurados los que guardan la Palabra en el corazón, porque en ellos germina el Reino.
Bienaventurados los que hacen de la fe una fuente de paz, porque reconciliarán lo que el miedo separa y sembrarán confianza donde hay sospecha.
Bienaventurados los que hacen de su fe una lámpara encendida, porque iluminarán el camino de los que dudan y no perderán el rumbo en la noche.
Bienaventurados los que los que exploran en penumbra, porque tienen sed de la Luz que precede y sostiene, incluso cuando aún no ha despuntado el día.
Bienaventurados los que maduran la fe bajo la presión del sufrimiento, porque no creen por recompensa sino por amor.
Bienaventurados los que mantienen la fe en medio de la incredulidad del mundo, porque serán roca firme en la tempestad de los tiempos.
Bienaventurados los que perseveran en la prueba, porque su fe, acrisolada como el oro, será su corona de gloria.
Bienaventurados los que practican la justicia frente a la indiferencia, porque cuidarán la vida allá por donde pasen.
Bienaventurados los que renuevan cada día su fe en medio de la rutina, porque en su fidelidad cotidiana florece la santidad escondida.
Bienaventurados los que se abren a que la Palabra fecunde el corazón porque transformarán su vida en una obediencia amorosa.
Bienaventurados los que se apoyan en la fe de la comunidad, porque descubrirán que nadie cree solo.
Bienaventurados los que se entregan al misterio del camino, porque lo llenarán de sentido con la presencia de Dios.
Bienaventurados los que transmiten la fe con alegría, porque su presencia es una semilla de eternidad en los corazones.
Bienaventurados los que unen la fe y la justicia, porque su fe se hará obra y su obra será oración.
Bienaventurados los que viven la esperanza frente al nihilismo, porque conocen la verdad dentro de los dinamismos de la realidad.
Bienaventurados los que viven la fe como fidelidad, porque su perseverancia será signo de la constancia de Dios.
Bienaventurados los que viven la fidelidad frente a la volatilidad, porque generan confianza allí donde se hacen presentes.
Bienaventurados los que, sostenidos por la fe, sirven a los pobres y pequeños, porque han reconocido el rostro de Cristo en los tirados en las cunetas de la vida.
Bienaventurados quienes acogen la Palabra en silencio interior, porque se hacen tierra buena para todos los frutos del Reino.
Bienaventurados quienes se atreven a creer en la noche, porque verán amanecer en sus almas la claridad pascual.

CUARTO PASO: CONTEMPLATIO

¿Quién dice el texto?
(Autorizado por el autor, Fano en www.diocesismalaga.es)

 

ÚLTIMO PASO: ACTIO

¿A qué nos lleva el texto?
(Hombre, 3 hijos, trabaja, pertenece a comunidad cristiana y movimiento seglar)

Dice una frase de un teólogo lo siguiente:
«El momento más difícil en la vida de un ateo es cuando siente gratitud y no tiene a nadie a quien agradecer».
Nosotros tenemos a Dios.
La gratitud de los excluidos, como el samaritano, de los pequeños, de los pobres, es sincera porque ellos reconocen que la salvación, ni se compra, ni se merece, se recibe como un don.
Algo parecido les tuvo que pasar a aquellos nueve leprosos que no regresaron a agradecerle al Señor su curación y es que, más allá de la curación de aquellas llagas y heridas superficiales, la salvación a la que se refiere Jesús cuando le dice al samaritano: » levántate, vete, tu fe te ha salvado», proviene de un encuentro profundo con Jesús, capaz de encender en las personas una confianza total.
Por tanto, confiemos plenamente en su Amor y caigamos a sus pies a agradecer la vida que Él nos ha devuelto.
La salvación no está en nuestras manos obtenerla, la alcanzamos por la gracia de Dios, no porque la merezcamos o pensemos que es un logro nuestro. Pensemos siempre que ni siquiera nuestra fe, nuestras oraciones, nuestras buenas obras, son lo que más importa, sino la misericordia de Dios.
Lancémonos pues, tras la curación de nuestras heridas, a vivir con gratitud y a glorificar a Dios porque ha tenido a bien estar presente en nuestra historia.


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