Escrutando nuestras motivaciones

2 de junio de 2025

Burbuja-cristalEl protagonista de la obra Murder in the Cathedral de T.S. Eliot es Tomás Becket, un arzobispo que, a simple vista, parece un santo. Es honesto en extremo, generoso sin medida y defensor de la fe, y muere como mártir. Sin embargo, antes de su martirio, se da cuenta de que tal vez no está distinguiendo bien entre tentación y gracia.

Muchas personas recuerdan su famosa reflexión:

La última tentación es la traición más grande:
Hacer lo correcto por la razón equivocada. …
Porque quienes sirven a una causa mayor
Pueden terminar sirviéndose a sí mismos.

¿En qué consiste esa tentación que puede parecer gracia?

La esencia es esta: podemos hacer muchas cosas buenas con motivos equivocados. Y esa confusión puede ser muy sutil, sobre todo para quienes sentimos que servimos a algo más grande, porque es fácil que la causa que defendemos termine sirviendo a nuestros propios intereses.

¿Cómo puede ocurrir esto? ¿Cómo hacemos el bien por las razones equivocadas?

Pongamos un ejemplo: yo puedo dedicarme a ayudar a los demás y cumplir lo que Dios quiere en la tierra. Puedo ser tan generoso que incluso estaría dispuesto a dar la vida si fuera necesario. Pero, ¿qué pasa si, en realidad, hago todo esto principalmente porque me hace quedar bien ante los demás, me hace sentir justo, me gana respeto, me vale halagos y, al final, me deja un buen nombre?

Estas preguntas nos llevan a diferenciar entre tentación y gracia. Puedo estar haciendo cosas buenas que, en apariencia, ayudan a la causa de Dios, pero si lo hago para sentirme bien conmigo mismo, estoy sirviendo mis propios intereses más que a la causa. Estoy usando la causa para servir mis deseos.

El jesuita Michael J. Buckley, uno de mis grandes referentes espirituales, nos anima a hacernos un examen de conciencia muy honesto: ¿me muevo para servir a Dios y a los demás o para sentirme bien, ganar prestigio y un buen nombre?

En su libro ¿Qué buscas? Las preguntas de Jesús como desafío y promesa, Buckley señala:

“De mil maneras, quien cree servir a una causa mayor puede terminar sirviendo sus propios intereses. Esto es muy sutil. A veces, un pequeño matiz en cómo empezamos una acción puede provocar un giro profundo que, sin darnos cuenta, mezcla el valor de la obra con el deseo de recibir reconocimiento. Así, el celo por la causa puede encubrir una ambición personal; al principio, parecen igual de nobles, pero no lo son.”

Como sacerdote con más de cincuenta años de ministerio, entiendo lo difícil que es mirar atrás y distinguir cuánto realmente serví a Dios y cuánto busqué mi propia fama. ¿Quién salió ganando de verdad: Dios y la Iglesia, o yo con mi buena reputación?

Claro que explorar las motivaciones es complicado y, en esta vida, rara vez somos totalmente puros. Todos tenemos motivos mezclados: algunos realmente buscan el bien de los demás, y otros tienen que ver con nuestra propia satisfacción. Y, como dice Buckley, al inicio pueden parecer iguales. Además, Jesús mismo enseña que, a veces, más que nuestras razones, importa hacer lo correcto.

Por ejemplo, en Mateo 7, 21, Jesús dice que no son quienes gritan “Señor, Señor” los que entrarán en el reino de los cielos, sino quienes hacen la voluntad del Padre. Y en la parábola de Mateo 25, donde se nos juzga por cómo tratamos a los pobres (“Todo lo que hicisteis a uno de estos más pequeños, a mí me lo hicisteis”), vemos que ni los buenos ni los malos sabían exactamente a quién estaban ayudando. Fueron juzgados sólo por sus acciones, no por sus intenciones.

Entonces, ¿podemos hacer lo correcto por motivos equivocados? Y si no somos totalmente desinteresados (si buscamos aprobación, respeto o sentirnos bien), ¿desvirtúa eso el bien que hacemos? ¿Se contradice el deseo de respeto o un buen nombre con el altruismo? ¿Puede Dios fijarse más en nuestras motivaciones que en lo que hacemos?

Preguntémonos: ¿estoy sirviendo a la causa mayor o la causa me está sirviendo a mí? Es una pregunta clave para reflexionar, porque es fácil no ver nuestra propia hipocresía, aunque también es fácil castigarnos demasiado.

Artículo original en inglés

Imágen Depostitphotos