La fidelidad está cada día  más cara, eso dicen algunos. El divorcio-expres, en cambio, está cada día  más barato. Resultan extrañas, pero en la sociedad mercantilista estas preguntas ya no suscitan protestas. El divorcio se ha facilitado; se evitan abogados, y  se ahorran gastos. Se presenta como una solución a la rutina, al desamor; una forma de renacimiento de la pasión cuando uno se ha enamorado de otra persona. Una ruptura no es una catástrofe, no es el fin del mundo; hay que desdramatizar.
 Es natural que si la fidelidad se construye a base de  regalos que enamoren, de cruceros, de  salidas y cenas románticas, de juguetes sexuales, resulta cara. Es cuestión de tener una buena cartera. Y algo de imaginación, aunque de ello ya se encarga la insistente publicidad.

¡Vamos a ser serios!. Es cierto que hemos avanzado mucho en cuanto a la libertad. Es cierto que el matrimonio para muchas personas ya no nace de la necesidad de cobijo, sino de la capacidad de amar; es matrimonio por amor entre dos personas iguales en dignidad. El sí del día de la boda, se sigue repitiendo en la vida cotidiana. Pero la fidelidad entre un hombre y una mujer siempre estará amasada con el cemento de la decisión de amar, con el esfuerzo y la paciencia por ajustarse a los ritmos del otro. Estará hecha a base de creatividad y transparencia en la comunicación para construir una biografía común. Necesita tiempos y espacios compartidos. No puede faltar el gran sueño de ser feliz haciendo feliz al otro. El amor conyugal es más gratificante que todos los éxitos profesionales. En él está la verdadera auto-realización humana.
				
                    



