Qué hacer cuando no se puede hacer nada

30 de junio de 2025

candado¿Qué hacer cuando una herida o una pérdida te dejan sin consuelo y no hay forma de cambiar la situación?

¿Y qué decir o hacer cuando intentas consolar a alguien que está completamente paralizado por el dolor? Por ejemplo, ¿qué se puede decir a alguien que está acompañando a un ser querido que muere joven? ¿O a alguien que acaba de perder a un ser querido por suicidio?

¿Qué se puede hacer o decir cuando no hay manera práctica de arreglar una situación rota?

El poeta Rainer Maria Rilke recibió una vez una carta de un hombre que acababa de perder a alguien muy querido. Estaba desesperado y buscaba algo que pudiera evitar que su corazón se rompiera del todo.

Rilke le respondió con estas palabras: “No tengas miedo de sufrir. Toma tu dolor y devuélvelo al peso de la tierra; las montañas son pesadas, los océanos son pesados.” (Sonetos a Orfeo)
Estas palabras recuerdan a un pasaje del Libro de las Lamentaciones (3,29), donde el autor sagrado dice que, a veces, lo único que se puede hacer es poner la boca en el polvo y esperar.

A veces, lo único que podemos hacer es poner la boca en el polvo y esperar.
A veces, debemos devolver el peso de nuestro dolor a la misma tierra.

Curiosamente, aceptamos estas palabras y la paciencia que implican cuando el dolor es físico. Por ejemplo, si tenemos un accidente y nos rompemos una pierna, por mucho que nos frustre, aceptamos que estaremos limitados durante semanas o meses, y que no se puede hacer nada más que dejar que el cuerpo sane. Sin embargo, con el dolor emocional o psicológico no solemos ser igual de pacientes. Cuando se nos rompe el corazón, queremos una solución rápida. No queremos tener el corazón en muletas ni en silla de ruedas durante semanas.

No todas las pérdidas ni todos los dolores son iguales. Hay pérdidas que, aunque duelen, ya traen consigo algo de consuelo. Por ejemplo, en el funeral de alguien que vivió bien, puede haber tristeza, pero también paz y agradecimiento por su vida.

Pero hay otras pérdidas que, durante un tiempo, no ofrecen consuelo alguno. Por más que uno escuche palabras llenas de fe, no logran aliviar el dolor. He visto esto, por ejemplo, en funerales de personas que murieron por suicidio. En esos momentos tan crudos, no hay palabra ni gesto que pueda levantar el corazón roto de quienes quedan. Las palabras de fe, aunque verdaderas y necesarias, sólo servirán más adelante. En ese momento no alcanzan.

Recuerdo un funeral de hace algunos años. La mujer a la que despedíamos había muerto de cáncer, joven todavía, con poco más de 50 años. Su esposo estaba destrozado. En la recepción después de la misa, un amigo cercano intentó animarlo diciéndole: “Ella está con Dios, está en un lugar mejor.” Y aunque este hombre era creyente y acababa de participar en una ceremonia llena de fe, respondió: “Sé que lo dices con buena intención, pero eso es lo último que necesito escuchar hoy.”

Las palabras de fe que decimos frente a la muerte o la pérdida son verdaderas. Esa mujer seguramente estaba en un lugar mejor. Pero cuando el dolor está tan vivo, las palabras no llegan al corazón.

Entonces, ¿qué podemos ofrecer a quienes atraviesan ese dolor? ¿Qué pueden ofrecer otros cuando somos nosotros quienes no podemos más?

Podemos ofrecer nuestra presencia callada, nuestra compañía sincera, nuestra incapacidad de cambiar nada. A veces, nada consuela más que compartir juntos esa impotencia. Podemos seguir diciendo palabras de fe, pero sabiendo que su fruto llegará más adelante.

Lo que nuestros silencios están diciendo, en medio del dolor, es lo mismo que nos dicen el Libro de las Lamentaciones y el poeta Rilke:
A veces, lo único que se puede hacer es poner la boca en el polvo y esperar.
Y al hacerlo, estamos devolviendo nuestro dolor al peso mismo de la tierra.

Curiosamente, aceptar ese peso puede ser lo único que nos ayude, con el tiempo, a volver a levantar el espíritu.

Artículo original en inglés

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