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Encarnación – Dios está con nosotros

Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) -

A muchos de nosotros -sospecho yo- cada año nos resulta más difícil captar el espíritu de la Navidad. Casi las únicas cosas que aún la caldean son los corazones y los recuerdos, recuerdos de cuando éramos más jóvenes, más ingenuos, días en que las luces y los villancicos, los árboles de Navidad y los regalos, aún nos animaban. Pero ahora somos adultos, y así también -según parece- es nuestro mundo. Anticipando la Navidad, mucho de nuestro gozo es atenuado por muchas cosas, no lo menos por el comercialismo que hoy está manifiesto en exceso. Para finales de octubre ya vemos decoraciones navideñas, Papá Noel está alrededor de noviembre, y diciembre nos saluda con series de invitaciones navideñas que nos agotan mucho antes del 25 de diciembre. Así, ¿cómo podemos recobrar algo de espíritu para el día de Navidad?

No es fácil, y el comercialismo y el exceso no son nuestros únicos obstáculos. Más serios son los tiempos. ¿Podemos, en medio de las muchas crueldades de este año, caldear un tiempo de oropel y alborozo? ¿Podemos continuar romantizando la marcha de una pareja pobre que buscaba cobijo hace dos mil años en medio del trance por el que pasan hoy los millones de refugiados que están viajando sin tener siquiera un establo como refugio? ¿Significa algo hablar de paz después de que este año varias elecciones  polarizaran nuestras naciones y dejaran a millones sin poder hablar civilizadamente a sus vecinos? ¿Dónde están hoy exactamente la paz y la  buena voluntad en nuestro mundo?

Más cerca de nuestra casa, se dan nuestras propias tragedias personales: la muerte de seres queridos, matrimonios rotos, familias deshechas, salud resquebrajada, empleos perdidos, tiempo gastado, cansancio, frustración. ¿Cómo celebramos el nacimiento de un redentor en un mundo que parece espantosamente irredento y con corazones que se sientes en su mayor parte pesados y fatigados? La historia de Navidad no es fácilmente creíble.  ¿Cómo mantenemos la creencia de que Dios bajó del cielo, tomó nuestra carne humana, conquistó todo sufrimiento y alteró el curso de la historia humana?

Esto no es fácil de creer en medio de toda la evidencia que parece contradecirlo, pero su credibilidad está supeditada a que se entienda correctamente. La Navidad no es un acontecimiento mágico, una historia de Cinderella sin medianoche. Más bien su verdadero centro habla de humillación, dolor y huída forzada que no es diferente a la que hoy están experimentando millones de  refugiados y víctimas de la injusticia en nuestro planeta. La historia de Navidad refleja la lucha que se está experimentando en nuestro propio mundo y en nuestros propios corazones cansados.

La Encarnación no es aún la Resurrección. La carne en Jesús, como en nosotros, es humana, vulnerable, débil, incompleta, indigente, dolorosamente limitada, sufriente. La Navidad celebra el nacimiento de Cristo en estas cosas, no su ausencia de ellas. Cristo redime el límite, el mal, el pecado y el dolor. Pero no son abolidos. Dada esa verdad, podemos celebrar el nacimiento de Cristo sin negar ni trivializar de ningún modo el verdadero mal de nuestro mundo ni el verdadero dolor de nuestras vidas. La Navidad es un desafío que celebrar aun estando en dolor.

El Dios encarnado es llamado Emmanuel , nombre que significa Dios-con-nosotros. Ese hecho no significa gozo festivo inmediato. Nuestro  mundo se queda herido, y las guerras, las huelgas, el egoísmo y la amargura permanecen. Nuestros corazones también continúan heridos. El dolor permanece. Para un cristiano, exactamente como para cualquier otro, habrá incompleción, enfermedad, muerte, daño sin sentido, sueños rotos, días fríos, con hambre y soledad de amargura y una vida de inconsumación. La realidad puede ser desagradable y la Navidad no nos pide disimularla. La encarnación no nos promete el cielo en la tierra. Promete el cielo en el cielo. Aquí, en la tierra, nos promete algo más: la presencia de Dios en nuestras vidas. Esta presencia redime porque conocer que Dios está con nosotros es lo que últimamente nos capacita para abandonar la amargura, para perdonar y para movernos más allá del cinismo y de esta amargura. Cuando Dios está con nosotros, entonces el dolor y la felicidad no se excluyen mutuamente, y las agonías y enigmas de la vida no excluyen el hondo significado del gozo profundo.

En palabras de Avery Dulles: “La encarnación no nos proporciona una escalera por la que escapar de las ambigüedades de la vida y escalar las alturas del cielo. Más bien, nos habilita para excavar profundamente en el  corazón del planeta tierra y encontrarlo brillando con dignidad”. George Orwell profetizó que nuestro mundo por fin sería tomado en posesión por la tiranía, la tortura, el doblepensar y un espíritu humano roto. Hasta cierto punto, esto es cierto. Estamos lejos de ser íntegros y felices, aún estando profundamente en el exilio.

Sin embargo, necesitamos celebrar la Navidad 2016 de corazón. Tal vez no sentiremos la misma animación que sentimos una vez de niños cuando éramos estimulados por los oropeles, las luces, los villancicos, los regalos singulares y la comida especial. Algo de esa animación ya no está más a nuestra disposición. Pero algo más importante sí que está aún, a saber, el sentimiento de que Dios está con nosotros en nuestras vidas, en nuestros gozos, como también en nuestras deficiencias.
La palabra se hizo carne. Eso es algo increíble, algo que debería ser celebrado con oropeles, luces, y canciones jubilosas. Si entendemos la Navidad, los villancicos aún aflorarán con naturalidad de nuestros labios.   

    
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