El purgatorio como purificación a través del amor

21 de julio de 2025

Imagina haber nacido ciego y vivir hasta la adultez sin haber visto nunca la luz ni los colores. Luego, gracias a una operación milagrosa, los médicos logran devolverte la vista. ¿Qué sentirías al abrir los ojos por primera vez? ¿Asombro? ¿Desconcierto? ¿Éxtasis? ¿Dolor? ¿Alguna combinación de todo ello?

Hoy en día conocemos la respuesta a esa pregunta. Este tipo de operaciones para devolver la vista ya se han realizado, y sabemos algo sobre cómo reacciona una persona al ver la luz y el color por primera vez. Lo que sucede puede sorprendernos. Así lo describe J.Z. Young, experto en el funcionamiento del cerebro:

“El paciente, al abrir los ojos, experimenta poco o ningún disfrute; de hecho, encuentra la experiencia dolorosa. Informa solo de una masa giratoria de luz y colores. Resulta ser completamente incapaz de tomar objetos con la vista, reconocerlos o nombrarlos. No tiene una noción del espacio con objetos en él, aunque por el tacto conoce perfectamente los objetos y sus nombres. ‘Por supuesto’, dirás, ‘debe tomarse un tiempo para aprender a reconocerlos con la vista’. No un poco de tiempo, sino mucho tiempo, de hecho, años. Su cerebro no ha sido entrenado en las reglas de la visión. No somos conscientes de que existen tales reglas; pensamos que vemos, como solemos decir, de forma natural. Pero en realidad hemos aprendido todo un conjunto de reglas durante la infancia.”
(Ver: Emilie Griffin, Souls in Full Flight, pp. 143-144)

¿Podría ser esta una analogía útil para entender lo que nos ocurre en lo que los católicos romanos llaman purgatorio? ¿Podría comprenderse la purificación que experimentamos después de la muerte de forma análoga, es decir, como una apertura de nuestra visión y nuestro corazón hacia una luz y un amor tan plenos, que nos obligan a una dolorosa reaprendizaje y a una nueva conceptualización, como en el caso descrito? ¿Podría entenderse el purgatorio precisamente como el ser abrazados por Dios de una manera tal que la calidez y la luz perfectas empequeñecen por completo nuestros conceptos terrenales de amor y conocimiento, de modo que, como una persona nacida ciega que recibe la vista, necesitamos luchar, incluso dentro del éxtasis de esa luz, para adaptarnos a una forma radicalmente más profunda de pensar y amar? ¿Y si el purgatorio no fuera ausencia de Dios ni castigo o retribución por el pecado, sino lo que nos ocurre cuando finalmente somos plenamente abrazados —en éxtasis— por Dios, amor perfecto y verdad perfecta?

De hecho, ¿no es esto hacia lo que ya nos orientan en esta vida la fe, la esperanza y la caridad, las tres virtudes teologales? ¿No es la fe un saber más allá de lo que podemos conceptualizar? ¿No es la esperanza un anclarnos en algo que está más allá de lo que podemos controlar y garantizar por nosotros mismos? ¿Y no es la caridad un salir más allá de lo que afectivamente nos resulta natural?

San Pablo, al describir nuestra condición en la tierra, nos dice que en esta vida solo vemos “como en un espejo, oscuramente”, pero que después de la muerte veremos “cara a cara”. Claramente, al describir nuestra situación presente, está destacando una cierta ceguera, una oscuridad congénita, una incapacidad de ver realmente las cosas como son. Es significativo notar también que lo dice en un contexto en el que afirma que ya ahora, en esta vida, la fe, la esperanza y la caridad ayudan a disipar esa ceguera.

Claro que todo esto son solo preguntas, quizás inquietantes tanto para protestantes como para católicos. Muchos protestantes y evangélicos rechazan el mismo concepto de purgatorio alegando que, bíblicamente, solo existen dos destinos eternos: cielo e infierno. Muchos católicos, por otro lado, se sienten incómodos cuando el purgatorio parece alejarse de la concepción popular como un lugar o estado separado del cielo. Pero el purgatorio entendido de esta manera —como una apertura total de nuestros ojos y corazones que causa una dolorosa nueva comprensión de la realidad— podría hacer el concepto más aceptable para protestantes y evangélicos, y ayudar a eliminar algunas connotaciones populares erróneas dentro de la piedad católica.

La verdadera purificación solo puede suceder a través del amor, porque solo cuando experimentamos el auténtico abrazo del amor podemos ver claramente nuestro pecado por lo que es, y recibir la gracia para superarlo.
Solo la luz disipa la oscuridad, y solo el amor expulsa el pecado.

Teresa de Lisieux solía orar a Dios diciendo: “¡Castígame con un beso!”
El abrazo del amor pleno es la única purificación posible del pecado, porque solo cuando somos abrazados por el amor comprendemos realmente qué es el pecado y, solo entonces, se nos da el deseo, la visión y la fuerza para vivir en el amor y en la verdad.

Pero esa irrupción del amor y de la luz puede ser, todo al mismo tiempo, deliciosa y desconcertante, extática e inquietante, maravillosa y desgarradora, eufórica y dolorosa — nada menos que el purgatorio.

Artículo original en inglés

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