Quizás sea esa la cuestión religiosa más difícil de todos los tiempos. ¿Por qué Dios no actúa frente al sufrimiento? ¿Por qué suceden cosas malas, al parecer sin respuesta por parte de Dios? En su famoso libro "Después de Auschwitz" Ricardo Rubenstein se pregunta cómo es aún posible para un judío creer en Dios después del holocausto. ¿Cómo podemos creer en Dios frente a su aparente inacción ante el sufrimiento y el mal?
Ha habido incontables intentos de responder a esta cuestión, más todavía desde dentro de la experiencia atormentada de los que sufren. Ha habido también muchos intentos de ofrecer una especie de explicación teórica aceptable.
Por ejemplo, Harold Kushner ("Cuando Ocurren Cosas Malas a Gente Buena"), escribiendo como rabino judío, trata de responder a la cuestión defendiendo el amor y la bondad de Dios a costa de su poder. Esencialmente, Kushner cree que Dios nos ayudaría si pudiera, pero… Dios no es poderoso del todo.
Pero replicamos: El sufrimiento inocente existe no porque Dios no pueda pararlo.
Moviéndonos dentro de la teología cristiana, Peter Kreeft, C.S. Lewis y Teilhard de Chardin, entre otros, han escrito libros penetrantes y lúcidos sobre esta cuestión. Los cristianos creen que lo que finalmente está en juego es la libertad humana y el respeto que Dios le tiene. Dios nos da la libertad y (a diferencia de la inmensa mayoría de los humanos) rehúsa violarla, aun cuando el hacerlo pareciera beneficioso. Eso nos deja a veces en un inmenso sufrimiento, pero, como nos revela Jesús, Dios es más un Dios que redime que un Dios que acude en auxilio de algo. Dios no nos protege contra el dolor, sino que, en cambio, participa en el mismo dolor y finalmente lo redime. Eso puede sonar simplista o demasiado ingenuo frente a la muerte y el mal reales, pero no lo es. Vemos una ilustración poderosa de esto en la reacción de Jesús a la muerte de Lázaro. Fundamentalmente, los evangelios nos presentan la historia así:
Las hermanas de Lázaro, Marta y María, envían un mensaje a Jesús diciéndole que "el hombre a quien tú quieres" está gravemente enfermo. Sin embargo, curiosamente, Jesús no se apresura ni parte inmediatamente para ver a Lázaro. En cambio se queda dos días más donde está, hasta que Lázaro muere, y entonces se pone en camino para verle. Cuando llega cerca de la casa de Lázaro, Marta le sale al encuentro y le dice: "¡Si tú hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto!". Básicamente su cuestión es: "¿Dónde estabas? ¿Por qué no viniste a curarlo?" Pero Jesús no responde a su pregunta, sino que en cambio le asegura que Lázaro vivirá de una manera más profunda.
Marta entonces va a llamar a su hermana, María. Cuando María llega, repite las mismas palabras, idénticas, que Marta había dirigido a Jesús: "¡Si tú hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto!" Sin embargo, viniendo de la boca de María, estas palabras significan algo diferente, algo más profundo. María estaba formulando la pregunta universal y atemporal sobre el sufrimiento y la aparente ausencia de Dios. Su pregunta ("¿Dónde estabas cuando mi hermano murió?") formula la cuestión de todos nosotros: ¿Dónde está Dios cuando los inocentes sufren? ¿Dónde estaba Dios durante el holocausto? ¿Dónde está Dios cuando muere un hermano de cualquiera de nosotros?
Pero, curiosamente, Jesús no entretiene la pregunta en plan teórico; en cambio, se siente consternado y pregunta: "¿Dónde lo habéis puesto?" Y cuando ellos se ofrecen para acompañarle, Jesús comienza a llorar. Esa es su respuesta al sufrimiento: Él asume parte en la impotencia, desamparo y dolor de la gente. Después, resucita a Lázaro de la muerte.
Y lo que observamos en este pasaje del evangelio ocurrirá de la misma manera entre Jesús y su Padre, en Getsemaní y en el calvario. El Padre no le salva a Jesús de la muerte en cruz, incluso cuando se burlan y mofan de él. En cambio el Padre permite que muera en la cruz, pero después lo resucita.
La lección de estas dos muertes y resurrecciones se pudiera formular de esta manera: El Dios en quien creemos no interviene necesariamente ni nos rescata del sufrimiento y de la muerte (aunque se nos invita a rogar por ello). En cambio, después redime nuestro sufrimiento.
La aparente indiferencia de Dios ante el sufrimiento no es tanto un misterio que deja aturdida nuestra mente, cuanto un misterio que tiene sentido solamente si te entregas y abandonas a un cierto nivel profundo de confianza.
El perdón y la fe funcionan de la misma manera. Tienes que tirar al aire los dados con confianza. Nada más puede darte una respuesta satisfactoria.
Y no digo esto de forma superficial, como si fuera yo un charlatán. Conozco demasiadas personas que han sido heridas, brutal e injustamente, de tal forma y de tantas maneras que se les hace difícil aceptar que haya un Dios todopoderoso que se preocupa de los humanos.
Pero algunas veces, la única respuesta a la cuestión del sufrimiento y del mal es la que Jesús dio a María y a Marta – impotencia compartida, aflicción compartida y lágrimas compartidas, sin intento alguno de tratar de explicar la aparente ausencia de Dios, sino suscitar en nosotros una confianza callada de que, ya que Dios es supercariñoso y todopoderoso, al final todo acabará bien y algún día el abrazo de Dios redimirá nuestro dolor.