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El nacimiento

Gonzalo Fernandez Sanz -

Lucas 2, 1-20

    En  la vida todo envejece. Un coche no suele llegar a los diez años. La publicidad se encarga de presentar modelos mejores. Un traje no resiste varias temporadas. La moda ejerce su poder de seducción. Incluso los amores se viven a veces con fecha de caducidad. Y, sin embargo, la vida es un nacimiento continuo. Se muere, pero se nace. Cuando todo se vuelve aburrido, gastado, quisiéramos empezar de nuevo, sentir la fuerza de la vida. Por eso experimentamos una suave sacudida cada año cuando las calles se visten de luces navideñas. Parece que se despiertan en nosotros las nostalgias de la niñez. La Navidad conmemora el nacimiento de Jesús, pero es también un símbolo de nuestros deseos continuos de renacimiento.

ELLA estaba en Belén junto con José. Estaban allí por pura casualidad, porque el emperador César Augusto había publicado un edicto «ordenando que se empadronase todo el mundo» en su ciudad de origen. Estaban con lo puesto. Ni siquiera pudieron encontrar un sitio cómodo en el alojamiento. Tú estás donde estás, en tu ciudad o pueblo, con los tuyos o solo. Es muy posible que no te encuentres en las condiciones mejores. Te falla la salud. El médico te ha dicho que tienes la tensión un poco alta o un exceso de colesterol. O andas pagando un préstamo. O experimentas dificultades de convivencia. O. sencillamente, no acabas de encontrar tu sitio en este alojamiento del mundo. Te sientes como de paso, fuera de casa, a la intemperie.

A ella, en aquellas circunstancias poco favorables, «se le cumplieron los días de alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito». En medio del ajetreo le nació un niño. Y ella, en vez de maldecir su precaria situación, «lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre». También a ti, cuando menos lo esperas, en la fragilidad de tus días y de tus noches, entre un control médico y otro, puede sobrevenirle un tiempo de alumbramiento. Y puedes sentir la irrupción de Dios en tu vida como una luz suave que da sentido a lo quehaceres. Quizá no se trate de nada llamativo. Lo que se te pide entonces es que acojas esa luz con humildad, que la arropes con sencillez de tus búsquedas, que le hagas un sitio en tu horario cotidiano. Despreciar lo pequeño significa de ordinario cerrar la puerta a lo mejor de la vida.

Ella, sin esperarlo, recibió la visita de pastores. Ellos, desde su ignorancia, se convirtieron en reveladores de excepción, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño». Podían haberse quedado en su puesto después de aquel grandioso espectáculo angélico de luz y sonido, pero se pusieron en camino, decidieron buscar, bien tú puedes encontrar en tu vida personas que te expliquen el significado de la luz te ha nacido, que te ayuden a interpretar los signos de tu renacimiento. No eches en saco rato sus pequeños mensajes: «Se te ve con otra cara», «Me encanta tu forma de colaborar», «Estoy empezando a conocerte». Detrás de frases corrientes puede encerrarse una revelación de Dios. A veces, la mejor forma que Dios tiene para decirte que te ama es que alguien te dé un beso.

Ella, por su parte, «guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón». Sabía que en ese momento no podía con todo el misterio. Lo puso en su corazón como se pone en un tiesto una semilla valiosa. A su tiempo va desplegando toda la vida que contiene. Tampoco tú estás en condiciones de entender lo que sucede en el momento en que lo vives. No te preocupes. Todo tiene su tiempo. Lo que importa es que hagas de tu corazón un centro de acogida. Entonces comprenderás qué significa un nacimiento, aunque se apaguen las luces de las calles y la vida regrese a su monótona normalidad.
    
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