El muro, el camino y la morada

9 de abril de 2010
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    ¿Qué está pasando para que cueste tanto transmitir la fe y el Evangelio a los más jóvenes? Tantos planes, tantas horas, tantos esfuerzos… ¿qué está pasando?
    No somos los únicos que nos lo preguntamos. No corren los mejores tiempos para el compromiso, sea éste religioso,     político o social. La “sociedad del bienestar” parece haber anestesiado en gran medida el espíritu de búsqueda y de lucha que caracteriza cualquier movilización hacia los otros o hacia lo Otro. Ni siquiera el movimiento del voluntariado, tan presente en muchos campos sociales, es tan consistente como pudiera parecer a primera vista. ¿Cómo entender y afrontar el desafío?

    Vamos a empezar por el final: la transmisión del Evangelio tiende a la morada. El final de todo proyecto evangelizador es llegar al encuentro con el Dios de la Vida, “la morada de Dios con la humanidad”. En ella están también los demás como hermanos, uno mismo como sujeto de la existencia y la vida como proyecto. Llegar a habitar la morada es la meta de nuestra fe.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.     Para alcanzar esa morada, siempre ha habido caminos. Son los distintos itinerarios pedagógicos, con sus pasos y sus etapas, que han pretendido ayudar a las personas a llegar a la morada. Son los distintos modos de iniciación en la fe y la vida según nos reveló Jesús. Iniciación al encuentro con el Dios de la Vida, con los demás, con uno mismo y con la realidad desde el Evangelio.

    Y para iniciar ese camino siembre ha habido muros. Son aquellos obstáculos que, desde la persona o desde el ambiente, dificultan el comienzo del camino o el avance por el mismo. El egoísmo, la indiferencia, la inconsciencia… siempre han estado ahí.

    ¿Cuál sería, entonces, la novedad de nuestro tiempo? Que, para muchos, el muro se ha hecho tan grande que impide ver cualquier atisbo de la morada que invite a comenzar el camino. La mayoría de los jóvenes no llegan neutros al Evangelio, sino que se han ido cargando con los prejuicios y la imagen negativa de la fe que es moneda de cambio en nuestra sociedad.

    Desde este análisis, la transmisión de la fe a los más jóvenes pasa hoy por tres tareas. La primera, cronológicamente, es la convocatoria y tiene que ver con los muros. Es necesario saltar los prejuicios negativos con los que muchos llegan al comienzo del camino. Es necesario conectar, para que la comunicación pueda llegar a darse. En ello tiene mucho que ver la relación y el modo de presentar las cosas. Se hace necesaria cierta provocación.

    La segunda tarea será la iniciación. Consiste en hacer el camino de veras. Y en esto, como en muchas cosas, tendríamos que hacer autocrítica para ver cuánto de verdadero camino, de verdadera iniciación hemos propuesto, o cuántas veces –por no saber o no poder- hemos deambulado, entretenido, mareado. En medio de los vientos que agitan nuestra sociedad, sólo lo que sea consistente podrá mantenerse en pie.

    La tercera tarea será la desembocadura. Tiene que ver con cómo habitamos la morada los que ya estamos en ella –con nuestras autenticidades y nuestras limitaciones- y cómo ofrecemos la posibilidad de integrarse en ella a los que vienen por detrás.

    Una última convicción: la morada es bella y, en ese sentido se defiende a sí misma. Quizá la tarea primordial en la transmisión de la fe a los más jóvenes sea despejar los muros -aparentemente sólidos, pero con muchas fisuras- para que se puedan sentir atraídos a comenzar el camino que lleva a la morada.

    

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