EL LARGO AMANECER DE LA NUEVA FORMA

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Un largo amanecer… el que va desde el Concilio Vaticano II hasta el comienzo del tercer milenio. Un largo amanecer… la llegada de la pos-modernidad y los cambios acelerados de nuestro tiempo. Un largo amanecer… tras el ocaso del imperio de la razón instrumental, tras el prometeísmo una y otra vez fracasado, tras la noche de tantos pueblos oprimidos y ahora independientes… Asistimos a un Adviento. Hay indicios ciertos de una afirmación más poderosa de Dios en nuestro mundo, aunque el imperio de las tinieblas no acaba de ser superado. Este largo amanecer es el de «la derrota del pensamiento» (Alain Finkielkraut), el de «las estrategias fatales» (Jean Baudrillard), el de «la era del vacío» (Gilles Lipovetsky), el de «rumor de ángeles» (Berger), el del «fin de la modernidad» (Gianni Vattimo), el de la «postmodern scene» y su «excremental culture and Hyper-Aesthetics» (Artur Kroker y David Cook), el de la «estética de la desaparición» (Paul Virilio). \"\"Un largo amanecer en la Iglesia… que, cuando tanto se hablaba del silencio de Dios, redescubre la fuerza de la Palabra y la confía abundante al Pueblo; que, cuando la sociedad tecnológica renegaba de la concepción simbólica de la realidad, se redefine como comunidad simbólica y recupera sus mitos, sus ritos; que en la época de la «masa solitaria» se siente más comunidad que nunca e idea las configuraciones más imaginativas de la comunión. Un largo amanecer en la vida religiosa… que se ha confrontado ilusionadamente con sus Fundadores y sus sueños, que ha estrenado nuevos textos constitucionales, que ha intentado centrar carismáticamente su misión en respuesta obediente a los signos de los tiempos y lugares. En este amanecer no acabamos de percibirse con nitidez y distinción aquella realidad que está ciertamente llegando y cuya presencia aviva nuestra esperanza. Unas sombras suceden a otras y el amanecer se protrae, se dilata, se alarga. Nos vemos precisados a volver sobre nuestros pasos. A veces entramos de nuevo en la noche, para dirigirnos posteriormente hacia el día. Nuestro caminar se asemeja al del pueblo de Israel por el desierto: no es lineal, sino en torbellino. Con todo, es un caminar irreversible hacia el Día.     

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