Después de la muerte de su esposa, el famoso filósofo cristiano francés Jacques Maritain publicó los diarios de ella. En el prefacio de ese libro "El Diario de Raissa", él habla de la muerte de su esposa, producida por un derrame cerebral, y así nos ofrece este comentario:
"Pero hay todavía algo más, que no es fácil de expresar y que, sin embargo, quiero vehementemente añadir. Se trata de cómo actúa Dios. En el momento en que todo colapsó para nosotros dos, y que se prolongó durante cuatro meses agónicos, Raissa permaneció amurallada en sí misma a causa de un ataque repentino de afasia. Aun con el poco progreso que pudo hacer durante varias semanas por mera fuerza de la inteligencia o de la voluntad, toda la comunicación a nivel profundo permaneció cortada.
Y, posteriormente, después de una recaída, apenas podía ella articular palabras. En la lucha suprema en la que estaba comprometida, nadie en este mundo podía ayudarla, ni yo mismo, no más que cualquier otro. Ella preservó la paz de su alma, su total lucidez, su humor, su preocupación por sus amigos, el temor de causar molestia a los y su maravillosa sonrisa (aquella inolvidable sonrisa con la que dio las gracias al P. Riquet después de la Unción de los Enfermos) y la luz extraordinaria de sus ojos maravillosos. Para cada uno que se acercara a ella, daba invariablemente (y con qué asombrosa y silenciosa generosidad durante sus dos últimos días cuando solamente podía espirar su amor) una especie de don impalpable que emanaba del misterio en el que se encontraba enclaustrada. Y durante todo ese tiempo estaba siendo implacablemente destrozada, como por golpes de un hacha, por aquel Dios que la amaba, a su terrible manera, y cuyo amor es "dulce" sólo a los ojos de los santos, o de aquellos que no saben de qué están hablando".
El amor de Dios es "dulce" y agradable sólo para los que ya son santos y para los que no saben de lo que están hablando. Eso es verdad no sólo del amor de Dios, sino de toda clase de amor.
Amar no es fácil, excepto en nuestras ensoñaciones. Para constatar esa verdad no tenemos siquiera que mirar a la superficialidad de las novelas románticas más baratas o de las películas más superficiales. Basta con ir a la iglesia regularmente: Voy a misa cada día y voy con personas buenas –que son sinceras, comprometidas, honestas y llenas de fe. Pero ellas, como yo, son también humanas y así, mientras formamos un círculo de fe, no siempre somos la figura idílica de armonía y amor de la que hablan nuestras canciones de iglesia. Quizás nos sintamos unidos en la misma fe, pero somos humanos y no podemos menos que sentir ciertas reacciones en la presencia del otro: celos, irritación, heridas, paranoia, desconfianza, el sentido de no ser apreciado plenamente. Y así, por debajo de nuestra retórica de amor sentimos también tensión, distanciamiento y a veces hasta hostilidad. Cantamos himnos animosos que proclaman cómo deseamos abrir nuestros corazones y acoger a todos dentro de este espacio, pero invariablemente hay partes de nosotros que no expresan plenamente esas palabras, al menos aplicadas a ciertas personas.
Pero esto no es nada anómalo; vale para todos los grupos, de cualquier asamblea o reunión, excepto para aquellos en que todos son ya santos rematados. El amor, en esta parte de la eternidad -aquí en la tierra- , no es fácil, al menos no lo es si intentamos realmente abrazar a todos y no sólo a los de nuestra cuerda o especie…
Cuanto más envejecemos, más sentimos lo que realmente exige el amor. No es fácil decir "te quiero", y a renglón seguido retractarnos de hecho y dar marcha atrás.
¿Qué significa amar a alguien? Querría ser yo ahora bastante cauteloso sobre las palabras empleadas en mi respuesta. Quizás hubiera de usar simplemente dos palabras: amor significa fidelidad y respeto. Amar significa ser fiel, guardar tu palabra, mantener una relación sin volverte atrás o alejarte de ella; y amar significa también respetar plenamente al otro, sin violar su libertad, bendiciéndole positivamente y ayudándole a crecer según sus propios dictados interiores. Cuando hacemos esas cosas a veces nos sentimos fríos, pero el amor, como sabemos, no es cuestión de sentimientos, sino de fidelidad.
Y en parte eso es don, algo que nos sobrepasa, que viene de un Dios que puede hacer por nosotros lo que no podemos nosotros hacer por nosotros mismos, a saber, permanecer unidos dentro de la familia y de la comunidad. Al fin, eso es lo que la Iglesia y la Eucaristía tienen que hacer:
Jesús, la noche antes de morir, se sentó a la mesa con sus discípulos, y lo que él encontró allí es justamente lo que nosotros también encontramos siempre que vamos a la iglesia: un grupo sincero de personas que se esfuerzan por no dejar que los celos, las irritaciones, las preocupaciones personales y las heridas de la vida los dividan. Vamos a la iglesia y a la eucaristía a pedir a Dios que haga por nosotros lo que no podemos hacer por nosotros mismos, es decir, amarnos unos a otros.
El buen filósofo Maritain tiene razón: El amor es "dulce" y agradable solamente para los que ya son santos y para los que son peligrosamente ingenuos. Ya que no somos ni una cosa ni la otra, es bueno ser humildes, asumir nuestra brega y esfuerzo, e ir a esos espacios que pueden hacer por nosotros lo que no podemos hacer por nosotros mismos.