El empujoncito de Dios dentro de nosotros

29 de julio de 2025

La presencia de Dios dentro de nosotros y en nuestro mundo rara vez es dramática, abrumadora, sensacional o imposible de ignorar. Dios no actúa de esa manera. Más bien, su presencia es algo que permanece en silencio y parece indefensa dentro de nosotros. Rara vez hace un gran alboroto.

Deberíamos saberlo solo con mirar la forma en que Dios nació en nuestro mundo. Jesús, como sabemos, vino al mundo sin fanfarrias ni poder, un bebé indefenso acostado en un pesebre, un niño más entre millones. Nada espectacular a los ojos humanos rodeó su nacimiento. Luego, durante su ministerio, nunca realizó milagros para demostrar su divinidad, sino solo como actos de compasión o para revelar algo sobre Dios. Su ministerio, al igual que su nacimiento, no fue un intento de probar que era Dios ni de demostrar la existencia de Dios. Su intención era enseñarnos cómo es Dios y cómo nos ama incondicionalmente.

En esencia, la enseñanza de Jesús sobre la presencia de Dios en nuestras vidas deja claro que esa presencia es mayormente silenciosa y subterránea: una planta que crece en silencio mientras dormimos, una levadura que fermenta la masa de manera invisible, la primavera que lentamente vuelve verde un árbol seco, una insignificante semilla de mostaza que termina sorprendiéndonos con su crecimiento, un hombre o una mujer que perdona a un enemigo. Dios actúa de formas aparentemente ocultas que pueden pasar desapercibidas para nuestros ojos. El Dios que Jesús encarna no es ni dramático ni llamativo.

Y hay una lección importante en esto. En pocas palabras: Dios habita dentro de nosotros, muy dentro, pero de una manera que casi no se siente, que muchas veces pasa desapercibida y que puede ignorarse fácilmente. Sin embargo, aunque esa presencia nunca es abrumadora, lleva en sí un imperativo suave pero constante, una especie de compulsión, que nos invita a acudir a ella. Y si lo hacemos, brota en nosotros como un manantial infinito que nos instruye, nos alimenta y nos llena de vida y energía.

Esto es fundamental para comprender cómo Dios está presente en nosotros. Dios se encuentra dentro de nosotros como una invitación que siempre respeta nuestra libertad y nunca nos impone nada, pero que tampoco desaparece. Está ahí, precisamente como un bebé indefenso acostado en el heno, que nos llama suavemente, pero que en sí mismo no puede obligarnos a tomarlo en brazos.

Por ejemplo, C.S. Lewis compartió esto al explicar por qué, a pesar de una fuerte resistencia emocional e intelectual, acabó haciéndose cristiano («el converso más reacio en la historia de la cristiandad»). Se convirtió en creyente, dice, porque finalmente no pudo ignorar una voz interior, callada pero persistente, que, por ser suave y respetuosa de su libertad, pudo ignorar durante mucho tiempo. Pero nunca desapareció.

En retrospectiva, comprendió que esa voz siempre había estado allí como un empujoncito constante, llamándolo a acudir a ella, un imperativo suave pero firme, una “compulsión” que, si se obedecía, conducía a la liberación.

Ruth Burrows, carmelita británica y mística, describe una experiencia similar. En su autobiografía Ante el Dios vivo, relata la historia de sus años finales de adolescencia, cuando apenas pensaba en la religión o en la fe. Sin embargo, con el tiempo no solo se tomó en serio la religión, sino que acabó siendo carmelita y una brillante escritora espiritual. ¿Qué ocurrió?

A raíz de una serie de circunstancias fortuitas, un día se encontró en una capilla donde, casi en contra de su voluntad consciente, se abrió a una voz interior que hasta entonces había ignorado, precisamente porque nunca se le había impuesto. Pero una vez que la tocó, esa voz brotó como lo más profundo y real dentro de ella y marcó el rumbo de su vida para siempre.

Al igual que C.S. Lewis, una vez que se abrió a esa voz, la sintió como una compulsión moral firme que la llevó a una liberación definitiva.

Esto también es verdad en mi caso. Cuando tenía diecisiete años y estaba por graduarme de la secundaria, no sentía ningún deseo natural de convertirme en sacerdote católico. Pero, a pesar de una fuerte resistencia interior, sentí el llamado a ingresar en una orden religiosa y ser sacerdote. Y aunque me resistía, obedecí ese llamado, esa compulsión. Hoy, sesenta años después, miro atrás y reconozco que fue la decisión más clara, desinteresada, basada en la fe y portadora de vida que he tomado. Pude haber ignorado esa llamada. Estoy eternamente agradecido de no haberlo hecho.

Fredrick Buechner sugiere que Dios está presente dentro de nosotros como una gracia subterránea. La gracia de Dios está “bajo la superficie; no está ahí como una banda de música anunciándose, pero llega y nos toca y nos sacude de maneras que nos dejan libres para no darnos cuenta o para apartarnos”.

Dios nunca intenta abrumarnos. Más que nadie, Dios respeta nuestra libertad. Dios está en todas partes, dentro de nosotros y a nuestro alrededor, casi imperceptible, en gran medida desapercibido y fácilmente ignorado, como un suave empujoncito; pero, si respondemos a él, es la fuente suprema de amor y vida.

Artículo original en inglés

Imágen Depostitphotos