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El celibato consagrado – Una apología

Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -

Huston Smith, el renombrado comentarista de las religiones en el mundo, opina que no se debería juzgar a una religión por sus peores expresiones, sino por las mejores, sus santos. Eso también es verdad para cuando juzgamos los méritos del celibato comprometido por voto y consagración. Debería ser juzgado por sus mejor ejemplos, no los pervertidos, como es verdad también para la institución del matrimonio.

Escribo esta apología porque hoy el celibato consagrado está cercado por los críticos en casi todos los círculos. El celibato ya no es entendido y considerado realista por una cultura que básicamente rehúsa aceptar cualesquiera restricciones en el área de la sexualidad; y, en efecto, ve todo celibato, vivido por cualquier razón, como frigidez, ingenuidad o una desgracia circunstancial. Nuestra cultura constituye una conspiración virtual contra el celibato.

Más crítico aún es cómo el celibato consagrado está siendo juzgado a partir del escándalo por abuso sexual de clérigos. Más y más, hay una concepción popular en los círculos sociales y eclesiales de que el abuso sexual en general y la pedofilia en particular es más prevalente entre sacerdotes y religiosos que en la población en general, y que hay algo inherente en el celibato consagrado mismo que hace a los sacerdotes y los religiosos consagrados más propensos al desorden sexual y a la salud emocional enferma. ¿Qué hay de cierto en esto? ¿Son los célibes más propensos al desorden sexual que sus contemporáneos no-célibes? ¿Van a ser los célibes probablemente menos sanos y felices en general que aquellos que están casados o que son sexualmente activos fuera del matrimonio?

Esto debe ser juzgado -creo yo- mirando los fines más profundos del sexo mismo; y, de ahí, señalando dónde las personas casadas y los célibes tienden a acabar en su mayor parte. ¿Cuál es el último fin del sexo?  ¿Qué es lo debe hacer esta poderosa energía arquetípica en nosotros? Genéricamente, la respuesta es clara: El sexo debe guiarnos fuera de nosotros mismos, fuera de nuestra soledad, fuera de nuestro egoísmo, al altruismo, a la familia, a la comunidad, a la generatividad, a la ternura de corazón, al deleite, a la felicidad y por fin (quizás no siempre a este lado de la eternidad) al éxtasis.

Visto a través del prisma de este criterio, ¿cómo comparar matrimonio y celibato consagrado? Mayormente, vemos paralelos: La gente se casa; algunos se vuelven sanamente generosos y generativos, permanecen fieles a sus cónyuges y envejecen siendo personas saludables, felices y comprensivas. Otros escriben una crónica diferente. Se casan (o son sexualmente activos fuera del matrimonio) pero no se vuelven más generosos y generativos, no permanecen fieles a sus compromisos de amor y, por el contrario, envejecen con mal humor, amargura e infelicidad.

Lo mismo vale para los célibes consagrados: Algunos hacen voto y se vuelven sanamente generosos y generativos, permanecen fieles al voto y envejecen siendo personas saludables, felices y comprensivas. Para algunos  otros, casi todo en sus vidas desmiente la transparencia y fecundidad que tendría que derivarse de su celibato, y no se vuelven más generosos, generativos, apacibles ni felices. En vez de eso, como algunos de sus contemporáneos activos sexualmente, también crecen hoscos, amargos e infelices. A veces, esto es el resultado de romper su voto; y otras, el resultado de una sexualidad reprimida insanamente. En su caso, su voto no es fructífero, y generalmente lleva a malsanas conductas compensatorias.

Se admite que el celibato viene lleno de peligros extra, porque el matrimonio y el sexo son el camino normal que Dios proyectó para nosotros. Como Merton indicó una vez, en el celibato vivimos en una soledad que Dios mismo ha condenado: ¡No es bueno que el hombre esté solo! El sexo y el matrimonio son la norma, y el celibato se desvía de eso. Pero eso no significa que el celibato no pueda ser altamente generativo, significativo y sano, y contribuya al bienestar y la felicidad. Algunas de las personas más generativas y saludables que conozco son célibes consagrados que envejecen en una envidiable madurez y paz. Tristemente, lo contrario vale también para algunos célibes. Por supuesto, todo esto vale igualmente, por ambos lados, para la gente casada que conozco.

Por sus frutos los conoceréis. Jesús nos ofrece esto como un criterio para juzgar. Pero al juzgar el celibato y el matrimonio (sólo al juzgar religiones) podríamos añadir el consejo de Huston Smith de que deberíamos juzgar a todos por sus mejores expresiones, por sus santos, y no por sus expresiones malsanas. Mirando al matrimonio y al celibato, podemos ver en cada uno de ellos sanas y malsanas manifestaciones; y no parece que uno de los dos lados aventaje al otro a la hora de manifestar santidad o disfunción. Eso no es sorprendente, ya que, al final, ambas opciones demandan la misma cosa, a saber, una buena voluntad para sacrificarse y sudar sangre por la causa del amor y la fidelidad.

Algunos célibes son infieles, y algunos son pedófilos; pero algunos llegan a ser Madre Teresa. Es digno de mencionar también que Jesús fue célibe. Algunas personas casadas son infieles, algunas son abusivas y algunas asesinan a sus cónyuges; pero algunas dan tangible, encarnada y santa expresión al amor incondicional de Dios por el mundo y al inquebrantable vínculo de Cristo con su iglesia.

La sexualidad es una realidad que se puede vivir hasta el fin en diferentes modalidades; y tanto el matrimonio como el celibato son opciones santas que, tristemente, pueden resultar mal.      

    
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