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El caminito

Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -

Casi todos nosotros hemos oído hablar de santa Teresa de Lisieux, una mística francesa que murió a la edad de 24 años en 1897 y que es quizás la santa más popular de los dos últimos siglos. Es famosa por muchas cosas, y no lo menos por una espiritualidad que ella denominó su “caminito”. ¿Qué es su “caminito”?

La opinión popular ha envuelto frecuentemente a Teresa y su “caminito” con una simple piedad que no hace justicia a la profundidad de su persona o su espiritualidad. Con demasiada frecuencia su “caminito” es entendido simplemente para dar a entender que hacemos pequeños, ocultos, humildes actos de caridad en favor de otros en nombre de Jesús, sin esperar nada a cambio. En esta interpretación popular, lavamos la ropa, pelamos patatas y sonreímos a la gente antipática para agradar a Jesús. De alguna manera, por supuesto, esto es verdad; sin embargo su “caminito” merece un conocimiento más profundo.

Sí, eso nos pide hacer trabajos humildes y ser amables unos con otros en nombre de Jesús, pero hay dimensiones más profundas. Su “caminito” es un itinerario a la santidad basado en tres cosas: Pequeñez, anonimato y una motivación particular.

Pequeñez : Para Teresa, la “pequeñez” no se refiere ante todo a la pequeñez del acto que estamos haciendo, como las humildes tareas de lavar la ropa, pelar patatas o simplemente sonreír a alguien que es antipático. Se refiere a nuestra propia pequeñez, a nuestra propia pobreza radical ante Dios. Delante de Dios, somos pequeños. Aceptar y actuar fuera de eso constituye la humildad. Nos movemos hacia Dios y los otros en su “caminito” cuando hacemos pequeños actos de caridad en favor de los demás, no más allá de nuestra fuerza y la virtud que sentimos en ese momento, sino más bien por encima de una pobreza, impotencia y vaciedad que permita a la gracia de Dios actuar a través de nosotros, de modo que, al hacer lo que estamos haciendo, estemos atrayendo a los otros a Dios y no a nosotros mismos.

También, nuestra pequeñez nos hace conscientes de que, en su mayor parte, no podemos hacer las grandes cosas que determina la historia del mundo. Pero podemos cambiar el mundo más humildemente, sembrando una semilla oculta, siendo un oculto antibiótico de salud en el alma de la humanidad y descomponiendo el átomo del amor en nosotros mismos. Y, sí, también, el “caminito” trata de hacer cosas pequeñas, humildes, ocultas.

Anonimato . El “caminito” de Teresa se refiere a lo que está oculto, a lo que se hace en secreto, de modo que lo que el Padre vea en lo secreto será recompensado en secreto. Y lo que está oculto no es nuestro acto de caridad, sino nosotros, nosotros mismos, que estamos haciendo el acto. En el “caminito” de Teresa, nuestros pequeños actos de caridad pasarán en su mayor parte inadvertidos, no tendrán al parecer ningún verdadero impacto en la historia del mundo y no nos traerán ningún reconocimiento. Permanecerán ocultos e inadvertidos; pero, en el Cuerpo de Cristo, lo que está oculto, desinteresado, inadvertido, modesto y aparentemente insignificante y sin importancia es el vehículo más vital de todos para la gracia a un nivel más profundo. Como Jesús no nos salvó por medio de milagros sensacionales ni obras dignas de titulares sino por la desinteresada obediencia a su Padre y silencioso martirio, así también nuestras obras pueden permanecer ocultas de modo que nuestras muertes y el espíritu que dejamos atrás puedan llegar a ser nuestra verdadera riqueza.

Finalmente, su “caminito” se apoya en una motivación particular. Somos invitados a actuar más allá de nuestra pequeñez y anonimato, y hacer pequeños actos de amor y servicio a otros por una particular razón, esto es, enjugar -metafóricamente- el rostro de Cristo doliente. ¿Cómo?

Teresa de Lisieux fue una persona extremadamente bendecida y agraciada. A pesar de mucha tragedia en su temprana vida, fue amada (por su propio reconocimiento y testimonio de otros) de una manera que fue tan pura, tan profunda y tan admirablemente afectuosa que deja a la mayoría de la gente con envidia. Fue también una chica muy atractiva y estuvo rodeada de amor y seguridad en el seno de una numerosa familia en la que todas sus sonrisas y lágrimas eran advertidas, honradas (y con frecuencia fotografiadas). Pero cuando creció en madurez no tardó en observar que lo que era verdad en su vida no era verdad en muchos de los otros. Sus sonrisas y lágrimas pasaban generalmente inadvertidas y no eran honradas. Su “caminito” se apoya, por tanto, en esta motivación particular. En sus propias palabras:

Un Domingo, mirando un cuadro de Nuestro Señor en la Cruz, quedé impresionada por la sangre que fluía de una de sus divinas manos. Sentí una angustia de gran dolor mientras pensaba que esta sangre estaba cayendo en el suelo sin que nadie se apresurara a recogerla. Decidí permanecer en espíritu al pie de la Cruz y recibir su rocío. Oh, no quiero que esta preciosa sangre se pierda. Emplearé mi vida recogiéndola para el bien de las almas. Vivir de amor es secar tu rostro”.

Vivir su “caminito” es observar y honrar las inadvertidas lágrimas que caen de los dolientes rostros de los demás.

    
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