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El calvarion de la calle: A ras de suelo.

Salvador León Belén, cmf -
    ¡Cuánto me llaman la atención las calles sampedranas! En esta industrial ciudad de más de 650.000 habitantes hay una “línea” que divide y separa a la población en dos: los que no tienen y los que tienen, los que viven mal y los que no pasan por tantos apuros, los que deambulan sin control y los que tienen el control, los desprotegidos y los seguros y protegidos por “guachimanes”, los que tienen que soportar la acumulación de basuras y los que gozan de servicio de limpieza. Los que tienen la suerte de vivir por encima de “la línea” apenas contemplan el continuo pulular de las gentes, los malos olores, los múltiples vendedores ambulantes y el sin número de personas jóvenes y mayores que van de un sitio a otro, sin rumbo, consumiendo crack, bebiendo alcohol, metidos en la delincuencia, hijos e hijas de la noche, a ras de suelo, cubiertos por cartones y plásticos.

Testigos de esta muchedumbre rota son las hermanas de la Congregación de la madre Teresa de Calcuta. Ellas, con un grupo de jóvenes voluntarios, recorren todos los martes por la noche las zonas “frías” de la ciudad. Se encuentran con alcohólicos, mendigos, ancianos abandonados, hombres y mujeres portadores del Sida, encarcelados, adolescentes callejeros, drogadictos…Saben estar y acercarse a los “más pobres de entre los pobres” sin otras armas que la sencillez, la alegría y la oración. Entre la extrañeza, la admiración y el asombro les pregunto cómo se metieron en estos oscuros pozos. Ellas me respondieron que ese era el estilo de la madre Teresa y así lo continuaban: “Vayan, vayan a donde ellos están” “Aliménteles” “Cuídenles”. Prosigo la conversación diciendo que tendrían que ser las instituciones, el gobierno, la municipalidad, los organismos oficiales, los que paliaran y cuidaran de tantas vidas deterioradas. Me respondieron así: “muy poco se ocupan los grandes de los pequeños. Se necesita mucha fe y mucha esperanza para realizar esta misión”. Y ellas, ángeles de la noche, sueñan en lograr otra casa para acoger a los más pobres, a los que han caído en las redes del alcohol, de la calle, de la soledad, del Sida. Ya no dije más. En silencio oré: “Señor, auméntame la fe. Esa fe fuerte y alegre que este martes 14 de Junio he visto en unas sencillas, libres y arriesgadas mujeres portadoras de vida, de compasión, de cantos y sonrisas”.

Y, por si esto fuera poco y mi fe aún titubeante, me dijeron: P. Salva, mire en la paila. Nos llevamos para casa un ancianito que por fin ha decidido abandonar la calle y venirse a vivir con nosotras”. Así de sorprendentes son estas religiosas capaces de estar junto a la cruz porque saben que, junto a ella, nacen las grandes obras de Dios. Éstas son las que han plantado cara a la muerte y, en su batalla, experimentan la victoria de la vida porque Dios está con ellas y con ellas “trabaja ocultamente, calladamente”. Así me lo decían y así lo verifiqué en más de una ocasión.

Tres o cuatro religiosas y un grupo de cinco o seis jóvenes van recorriendo en varios carros esos puntos más conflictivos donde se encuentran reunidos y esperando ese rayo de luz y de alimento humano y espiritual que tanto ansían y ellos gustosamente ofrecen. La casa de las religiosas está abierta para ellos. Los que voluntariamente quieren ser más cuidados y atendidos son siempre bien recibidos. He tenido la suerte de acompañarlas en esas oscuras noches, de ver más de cerca todas esas crudas realidades, de orar y cantar, de escucharles y acogerles, de celebrar con ellas el Misterio Pascual y de beber juntos en las fuentes de donde brota el Agua Viva que nos hace saciar nuestra sed y reparar nuestras fuerzas.

En este calvario a cualquier hora podemos encontrar borrachines imparables, traficantes sin piedad, personas que hacen todo tipo de negocios. Son muchos los que sin ninguna ubicación recorren las calles y las avenidas acostumbrándose a desplazarse de un lugar a otro, consumiendo alucinógenos, desprendiendo malos olores, con reacciones agresivas, a veces con temperamentos violentos; otros más pacificados y hasta sociables. Todos pidiendo dinero y recogiendo cualquier objeto que encuentran por su paso y les llame la atención. Caminan ajenos a la realidad, sumergidos en sus propios mundos. Comen lo que encuentran. Duermen en cualquier acera, sobre todo cerca del parque, de los alrededores de la catedral y hasta en la misma puerta de nuestra casa. Todo se parece a cientos de abejas presas en el panal. Todo es complejo. En todo hay una cierta complicidad y estridencia. En las calles de esta zona de “la línea” es fácil ser asaltado, ser despojado de tus zapatillas deportivas, de tu carro, del reloj, del móvil y hasta de la vida. Vivir se vuelve peligroso, hay que tener “tablas”, astucia, experiencia, cautela. La inseguridad es grande y el miedo se hace compañero de alguno de tus torpes pasos. Calles y avenidas han perdido la paz, la sana convivencia y se han llenado de conflictos y más conflictos.

Pasan las horas y los días, y la vida continúa en esta encrucijada capital que no para de crecer de una manera desproporcionada. En ella también se dan cita los numerosos  procesos migratorios de quienes abandonan los pueblos buscando mejor suerte en algún lugar de esta inhóspita población, casi sin defensa.

Las autoridades civiles muestran poco interés, tal vez les sobrepasa el problema o quizá se pueden sentir incapaces de desarrollar un verdadero programa que retire a las personas de estos lugares para poder iniciar una adecuada rehabilitación y que proporcione a todos los ciudadanos más seguridad. Es notorio el número de ancianos que están en alto riesgo, padeciendo algún impedimento, muchas necesidades, mendigando incluso para subsistir.

Otros rostros de este calvario son los baches y la acumulación de basuras. Hay lugares en los que se hace intransitable caminar. Las calles aparecen alfombradas de desperdicios, las basuras aparecen semanas tras semanas almacenadas en los márgenes de las calles y desaparecen cuando las fuertes corrientes de agua, que desatan las lluvias, las arrastran a las alcantarillas. Brotan las aguas negras por todos lados. Las alcantarillas se saturan y se colapsan con tantos envases de vidrio o de plásticos que reciben. La acumulación del agua de las lluvias y la basura que no para de crecer empeora la circulación. Hay que añadir la epidemia de hoyos que hace muy difícil el paso de los “carros”. Los conductores tienen que ser hábiles en el manejo de sus vehículos para no toparse con los baches. No hay una sólida infraestructura, pero sí es sólida la corrupción.

La insalubridad acampa sin límites, rodea  a los mercados callejeros y es relativamente fácil encontrar siempre a los más pobres revisando las bolsas de basura, en busca de algo que llevarse a la boca. La seis calle y la seis y siete avenida del barrio Medina son testigos de cuanto estoy viendo estos días. Por estos barrios es fácil observar una impresionante cantidad de desperdicios y el deterioro, como en otras partes de la ciudad, del pavimento, que las vuelve llenas de lodo. El problema de la basura, como las otras irregularidades, es la declinación y abandono de responsabilidades por parte de las autoridades. La alcaldía no paga a las personas encargadas de hacer el servicio de limpieza. El incumplimiento de la palabra, de los acuerdos, de las promesas hechas, de los presupuestos fijados, pasa a ser el pan duro de cada día.

Dicen que los males nunca vienen solos. Por eso tenemos que añadir que, mencionadas esas condiciones de vida, a renglón seguido hacen acto de aparición las infecciones y todo tipo de enfermedades. Para colmo de males, la visita de los zancudos es inevitable. Y de nuevo las autoridades sanitarias dicen que no hay dinero para combatir el “dengue”. Así son aquí las cosas. La solución de los problemas siempre se aplaza, la corrupción se hace más grande, más imparable. Nadie confía en nadie. Este calvario empeora con paso de gigante.

Podemos concluir diciendo que la suciedad adquiere carta de ciudadanía. Basuras sin recoger. Olores tétricos. San Pedro Sula es la ciudad de las sombras anónimas, el escenario del caos circulatorio, de la impunidad, de los cientos de predicadores por derecho divino, de los hijos de los aburguesados, de los lastimeros, los alcohólicos, los solitarios, los marginados, los escandalosos, los pandilleros, los “matones”, los que asesinan, los que no dejan de hacer ruido, los saboteadores, los corruptos. Es la ciudad de los bulevares nocturnos. En ellos pululan los que roban, los que asesinan, los que viven del cuento, los que rezan, los que callan, los que desesperan, los que llevan pesadas cargas, los que emigran, los que llegan, los que huyen, los que sobreviven, los que negocian con la enfermedad, los que sueñan, los que buscan una primera oportunidad, los que trabajan honradamente, los que tirotean y los tiroteados, los que no dejan de decir : “primero Dios” y luego no son capaces de mover un dedo por nadie.     
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