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Ecumenismo: el camino que seguir

Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -

Durante mi formación teológica, fui bendecido con el privilegio de recibir clases de dos eruditos católicos muy renombrados: Avery Dulles y Raymond E. Brown. El primero fue un eclesiólogo cuyos libros llegaron a ser con frecuencia los libros de texto en seminarios y facultades teológicas. El último fue un erudito escriturista cuyo reconocimiento persiste, casi extraordinariamente, todavía 30 años después de su muerte. Nadie cuestiona la erudición, la integridad personal ni el compromiso de fe de estos hombres.

Estuvieron en diferentes disciplinas teológicas, pero lo que compartieron, más allá del alto respeto de los discípulos y personas de iglesia en todas partes, fue una pasión por el ecumenismo y una capacidad de labrar profunda amistad e invitar al diálogo cercano a través de toda clase de perfil confesional e interreligioso. Sus libros son estudiados no sólo en los círculos católicos romanos, sino también en las facultades teológicas y seminarios protestantes, evangélicos, mormones y judíos. Ambos fueron profundamente respetados por su apertura, amistad y afabilidad hacia los que mantenían opiniones religiosas diferentes a las suyas propias. Por cierto que Raymond Brown empleó sus años más productivos enseñando en el Seminario Teológico de la Unión en New York, aun cuando él, sacerdote sulpiciano, apreciara su identidad católica romana y sacerdocio más que ninguna otra cosa. Después de perder a sus propios padre y madre, habló de la iglesia católica romana y su comunidad sulpiciana como “la familia que aún permanece para mí”.

Y lo que estos dos compartieron en su visión sobre el ecumenismo fue esto: El camino hacia la unidad cristiana, la ruta que al fin traerá a todos los cristianos sinceros juntos a una sola comunidad, en torno a un altar, no es la manera de ganar como se pueda la voluntad del otro para nuestra propia confesión particular, de lograr que otros admitan que ellos están equivocados y que nosotros estamos en lo cierto, y que ellos vuelvan al verdadero rebaño, a saber, a nuestra propia confesión. En su opinión, esa no es la ruta que seguir, ni práctica ni teológicamente. El camino que seguir necesita ser, como Avery Dulles propone, el camino de la “progresiva convergencia”. ¿Cuál es este camino?

Empieza con la honrada admisión por parte de todos de que ninguno de nosotros, ninguna confesión, posee toda la verdad, ni encarna la total expresión de la iglesia ni es totalmente fiel al Evangelio. Todos nosotros somos deficientes de alguna manera y todos nosotros de algún modo somos selectivos sobre qué partes de los Evangelios valoramos y encarnamos, y de qué partes hacemos caso omiso. Y así, el camino que seguir es el camino de la conversión, personal y eclesial, de admitir nuestro error de que somos selectivos, de reconocer y valorar lo que otras iglesias han encarnado, de leer la escritura más profundamente buscando aquello de lo que hemos hecho caso omiso y de lo que nos hemos abstenido, y de intentar individual y colectivamente vivir las vidas que son más leales a Jesucristo. Al hacer esto, viviendo cada uno de nosotros y cada iglesia el Evangelio más profundamente, “convergeremos progresivamente”, esto es, mientras crecemos más cerca de Cristo creceremos más cerca unos de otros, y así “convergeremos progresivamente” alrededor de Cristo; y, si hacemos eso, nos encontraremos al fin en torno a un altar común y nos veremos unos a otros como parte de la misma comunidad.

Entonces, el camino a la unidad consiste no en convertirnos unos a otros, sino en que cada uno de nosotros viva el Evangelio más fielmente de modo que crezcamos más cerca unos de otros en Cristo. Esto no quiere decir que no tomemos nuestras divisiones en serio, que afirmemos simplistamente que todas las confesiones son iguales, ni que justifiquemos nuestras divisiones hoy al señalar las divisiones que ya existieron en las iglesias del Nuevo Testamento. Más bien todos debemos empezar por cada uno de nosotros admitiendo que no poseemos la verdad completa y que, de hecho, estamos lejos de ser totalmente fieles.

Dado este punto de partida, Raymond E. Brown ofrece entonces este desafío a todas las iglesias: “El reconocimiento del rango de la diversidad eclesiológica del Nuevo Testamento hace mucho más compleja la  afirmación de cualquier iglesia de ser absolutamente fiel a las escrituras. Somos fieles, pero a nuestra propia manera específica; y los estudios ecuménicos y bíblicos deberían hacernos conscientes de que hay otros modos de ser fieles, a lo que no hacemos justicia… En resumen, un sincero estudio de las eclesiologías del Nuevo Testamento debería convencer a todas comunidades cristianas de que están descuidando parte del testimonio del Nuevo testamento… Afirmo que en un Cristianismo dividido, en vez de leer la Biblia para asegurarnos de que estamos en lo cierto, haríamos mejor en leerla para descubrir dónde no hemos estado escuchando. Mientras nosotros, cristianos de diferentes iglesias, intentamos escuchar las voces previamente silenciadas, nuestras visiones de la iglesia crecerán más; y nos acercaremos más a compartir puntos de vista comunes. Entonces la Biblia estará haciéndonos lo que Jesús hizo en su tiempo, a saber, convencer, a los que tienen oídos para oír, que todo no está correcto, porque Dios está pidiendo de ellos más de lo que ellos pensaron”.

Verdaderamente: Dios está pidiendo más de lo que nosotros pensamos.         

    
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