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Domingo de la cuarta semana de Adviento

Ángel Moreno de Buenafuente -

Los textos de este domingo anuncian: “La madre está punto de dar a luz el fruto bendito de su vientre. Cristo va a entrar en el mundo. En ese momento brillará el rostro que nos salva”.

La pequeña Belén se dispone para el acontecimiento. A la “Casa del Pan” llegan María y José, cuando están a punto de cumplirse los días del parto para que nazca el Pan de Vida, el que viene para ser Pastor de su pueblo -“pastoreará con la fuerza del Señor”-, y a quien Juan Bautista señalará como “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.

La visita de María a su prima desvela la sensibilidad de la Virgen, que la sigue teniendo ante la necesidad de todos los hombres. Acabo de leer que muchos pastores de la Iglesia solicitan al Papa la proclamación de María como “Madre espiritual de la humanidad”. Si una consigna de este tiempo y para siempre es que nos llevemos a casa a la Madre de Jesús, como hicieron José y el discípulo amado, otra actitud sabia es la de acoger la visita de María. Ella trae bendición. “Déjate visitar por la Madre de Jesús”.

El encuentro de las dos mujeres bendecidas y llenas del Espíritu Santo, la anciana Isabel y la joven María, significa el abrazo de los dos Testamentos, fundidos en la alabanza al Señor.

La mirada se centra en María, y las palabras de Isabel son la mejor expresión para acompañar en estas fechas a la Nazarena: “¡Bendita tú entre las mujeres! ¡Bendito el fruto de tu vientre!” Son días de oración, de cantos, de villancicos, de posadas, de novena del Niño. Con el Ángel Gabriel, con Isabel y el sentir de la Iglesia podemos rezar estos días el “Ave María” con mayor atención.

Hoy los textos nos desvelan la clave por la que el mundo es recreado. Hace pocos días, en la solemnidad de la Inmaculada, el relato del Génesis dejaba una pregunta de Dios al hombre: “¿Dónde estás?” A lo que Adán respondió con evasivas. Todo el proyecto de bondad y de belleza quedó interrumpido por la desobediencia, hasta que el Nuevo Adán respondió: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”, y la nueva Eva, de manera semejante, dijo al Ángel: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

El plan de Dios, libremente aceptado, acontece a través de la mediación humana obediente al querer divino. El salmista pide: “No nos alejaremos de ti, danos vida para que invoquemos tu nombre”. Tú puedes repetir, a manera de oración continúa: “Aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. No temas, ni des vueltas a hipótesis negativas, lo que te parece imposible es posible para Dios. Dios lo puede todo.

    
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